La obra tiene gran hondura, es un desentrañamiento serio y meticuloso de un pasado histórico que navega entre la importancia medular y la marginalidad.
Brújula Digital |30|10|23|
Carlos D. Mesa Gisbert
Al terminar el libro de Gonzalo Mendieta y Rafael Archondo “Salir del paso”, igual que me ocurrió con “Con las armas, el Che en Bolivia” de Gustavo Rodríguez, sentí una gran admiración por el trabajo de los autores y una necesidad imperativa de hacer una reflexión sobre un momento de mi vida tan fuertemente influido por los episodios desgranados por los autores.
La obra tiene gran hondura, es un desentrañamiento serio y meticuloso de un pasado histórico que navega entre la importancia medular y la marginalidad. ¿Cómo fue posible? ¿En qué mundo se pudo creer que esos experimentos de “violencia revolucionaria” llegarían a otro puerto que no fuera el del fracaso? El delirio del Che convertido en senda de machete y metralla para construir el hombre nuevo y cambiar la sociedad… delirio mal planteado y peor ejecutado, desastre de acción y de resultados y ascensión al panteón de los mártires y santos de la revolución, cuyo saldo –increíblemente– todavía repica en algunas mentes hoy…
Me parece que la estructura trabaja muy bien sus metas: desentrañar las razones y la sinrazón a partir del perfil de los personajes principales, los cincos escogidos –no es gratuito– son dos bolivianos y tres extranjeros, acorde con la naturaleza “importada” de las iniciativas guerrilleras y la nefasta influencia de Cuba en toda la trama.
El mérito mayor es la mirada aguda en el andamiaje ideológico de sus promotores y combatientes; andamiaje cuya lógica se pone en cuestión por el abismo entre propuesta teórica y práctica. Desde la gran utopía hasta los miserables ajustes de cuentas internos entre “combatientes” del ELN (organización política violenta creada por el Che), enceguecidos por la seducción de los “fierros”.
Es interesante esa ruta que va de más a menos, de la epopeya de la “vietnamización” en Ñancahuazú al trágico y absurdo desenlace de la muerte del empresario Jorge Lonsdale, secuestrado por el grupo CNPZ (Comisión Néstor Paz Zamora).
La dimensión de los cinco personajes es muy disímil. En medio, queda rondando la “media exclusión” de Álvaro García Linera que es el sexto en cuestión. El Che es el eje, Mario Monje, primer secretario del PCB, su némesis; Regis Debray, el ideólogo que acomoda sus tesis a sus propios extravíos y hace exactamente lo contrario de lo que escribe; Michael Nordthuster, un “iluminado” al que la teología de la liberación lo llevó –como a tantos católicos– al espejismo del Cristo marxista y, finalmente, Felipe Quispe y su retórica ultraviolenta en contraste con Qhananchiri (García Linera). En estos dos últimos casos cabe la pregunta de la relación entre el EGTK (Ejército Guerrillero Túpac Katari) y el año 2006 –la toma real del poder total en el país–. Lo digo porque sería el único caso de todos en que la experiencia violenta llevaría a sus protagonistas al poder…
El libro expurga y redime a Monje, creo que es de justicia, aunque la entrevista final lo vuelve a colocar en su exacta y relativamente modesta dimensión. Era tiempo de desmitificar al revolucionario heroico (ilustrado por Korda) y reivindicar al jefe político local. Queda claro el uso utilitario e irresponsable que hizo Cuba en su etapa de exportación de la revolución y la total falta de escrúpulos de Fidel Castro en el tema.
También canoniza a Quispe como un gran ideólogo y como el propulsor de una nueva mirada a la realidad boliviana desde la perspectiva indígena, creo que en este tema falta equilibrio y que se sobredimensiona al personaje. A la par, García Linera es, en los hechos, el ganador de esa confrontación dialéctica en términos de poder, a la vez que el gran corruptor de la propuesta de Quispe, a la que llegó lateralmente. Ese nudo quedó todavía sin desanudar en las páginas del libro. De algún modo, pareciera que el minúsculo grupo guerrillero de los 90 fue un importante germen de los gobiernos del MAS. Para mí son dos momentos independientes, sin desconocer la influencia de Quispe al que los masistas le vaciaron sus argumentos principales para apropiarse de parte de su discurso.
El trabajo tiene una virtud que paradójicamente lo lastra. Es tal la cantidad de referencias documentadas hasta del más nimio detalle, incluidos grupos minúsculos y a todas luces irrelevantes en la historia, que le quita continuidad al tronco, el análisis, la mirada crítica, la explicación de fondo sobre lo realmente relevante: las ideas nucleares que explican el fenómeno de la violencia revolucionaria, que es el eje brillante de la interpretación lúcida de ese momento relativamente reciente de nuestra historia.
Creo que se trata de un libro imprescindible para cerrar el círculo sobre el que han girado tantos autores dentro y fuera del país. La razón fundamental es que logra poner las cosas en su lugar.
Aquellos días deslumbrantes del mito del “buen revolucionario” hundieron vidas, equivocaron caminos, probaron su futilidad y sobre todo fueron sobredimensionados en su realidad y sus alcances. El título lo dice todo, fue solamente un atolondrado y trágico “salir del paso”.
Carlos Mesa es periodista, fue presidente de Bolivia.