Brújula Digital|05|02|25|
Antonio Riveros
Bolivia ha sido históricamente un país extractivista. Desde la plata del Cerro Rico hasta el gas natural, nuestra economía ha dependido de la explotación de recursos naturales sin desarrollar industrias de valor agregado ni un ecosistema de innovación para competir globalmente.
El problema no es solo económico, sino ideológico. Tanto la izquierda como la derecha han perpetuado la dependencia de materias primas. La izquierda con el control estatal y el asistencialismo, la derecha dejando el desarrollo en manos del mercado sin incentivos adecuados para la innovación. Ambos modelos han fracasado.
Nos enfrentamos a la enfermedad holandesa: cuando un país depende de la exportación de recursos naturales, su moneda se fortalece artificialmente, desincentivando la producción industrial y tecnológica. España sufrió esto con la plata colonial, Venezuela y Nigeria con el petróleo. Bolivia sigue en la misma trampa.
Además, seguimos atrapados en debates ideológicos obsoletos. Marx escribió en el siglo XIX, Smith en el XVIII, en contextos completamente distintos al actual. Aplicar sus ideas sin adaptación es como navegar con mapas antiguos en un océano distinto.
Hoy, la cuarta revolución industrial demanda una economía basada en el conocimiento, la tecnología y la creatividad. Bolivia debe dejar de ver la economía con un filtro ideológico y preguntarse: ¿Cómo generar riqueza sostenible?
La respuesta no está en más nacionalización ni privatización ciega, sino en transformar lo que tenemos con conocimiento. Exportamos cacao sin procesar en vez de chocolates premium, vendemos quinua en bruto sin desarrollar una industria de alimentos saludables. Nuestra biodiversidad ofrece frutos amazónicos con alto valor nutricional, pero sin una cadena de valor competitiva.
México y Perú han convertido su gastronomía y tradiciones en industrias millonarias, ¿por qué Bolivia no puede hacer lo mismo? Nuestra cultura es un activo único.
El Estado debe ser facilitador, no competidor. Su rol es identificar cadenas de valor estratégicas, analizar cuellos de botella e intervenir con inteligencia. Chile hizo esto con su industria del salmón, resolviendo la falta de alevines y convirtiéndose en el segundo mayor exportador del mundo.
Cada país ha encontrado su camino. Israel apostó por la tecnología sin petróleo, Singapur por la educación sin tierras fértiles, Estonia por la digitalización sin grandes industrias. Bolivia debe seguir este ejemplo, diseñando estrategias adaptadas a su realidad.
El debate entre Estado grande o mínimo nos ha estancado. El futuro no se construye con ideologías, sino con pragmatismo. Bolivia necesita emprendedores que transformen recursos en productos de valor agregado, políticas públicas que incentiven la innovación y ciudadanos que piensen en grande.
Nuestro mayor recurso no es el gas, el litio ni el oro. Es nuestra capacidad de crear, innovar y emprender.
Si queremos un país desarrollado, debemos dejar de discutir teorías económicas de hace dos siglos y empezar a escribir nuestra propia historia. El desafío es ahora.