En muchos de los productos agrícolas de Mecapaca se encontraron estafiliococos y escherichia coli en estudios que se realizaron entre 2019 y 2022.
Brújula Digital|15|01|25
La Nube, Sergio Mendoza Reyes (texto y fotos)
Es 8 de enero y en Mecapaca, en la cancha principal, celebran el aniversario de la provincia Murillo, aunque no todos lo saben, la verdad es que poco interesa. Lo importante es que hay fiesta, y eso es banda: trompetas, bombos y atril sin partituras; chicharrón de pollo y cerdo, bien aceitosos, con mote y chuño; soda y cerveza, cajas de cerveza y camiones bien cargados para abastecer toda la tarde, y hasta la noche.
Casi todo el pueblo de Mecapaca está aquí, al menos los que importan. Los ediles toman cerveza Huari, los otros asistentes, Paceña. Los funcionarios de la alcaldía también se distinguen porque visten como oficinistas.
El resto son, en su mayoría, autoridades comunitarias. Son decenas, abundan los sombreros negros de ala ancha, los ponchos caqui con vivos verdes, bastones de mando cruzados al pecho, chalinas del mismo color que el poncho, pantalones, zapatos con lodo. Los hombres se juntan con hombres, las mujeres con mujeres. Las mujeres llevan polleras, sombreros de chola, trenzas extendidas con tullmas, aguayos y chompas de lana. Se juntan en círculos sobre la cancha, en grupos para hablar, tomar y comer.
“Siempre dicen que Río Abajo está contaminado. Tendría que haber el tratamiento de agua para nuestras verduras que se van al mercado, pero hasta ahora no hay nada, y siguen nuestras verduras de Río Abajo dicen contaminadas. Esito entonces nosotros pediríamos, que se haga agua de tratamiento para nuestras verduras, que se haga como de los Illimanis”, dice Tedoroa Castillo Pati, secretaria general de la subcentral Palomar.
Con “los Illimanis” se refiere a los productores que riegan sus cultivos con agua del gigante nevado, el Illimani, supuestamente limpia y muy distinta a la podredumbre de este sector.
“Nosotros somos mayoristas, y en la Rodríguez las que revenden dicen que compraron de los Illimanis, así lo venden. La gente no quiere comprar cuando es de acá porque dicen que es contaminada”, añade Teodora.
En Mecapaca se cultiva lechuga, choclo, papa, repollo, acelga, apio, perejil, huacataya, manzanilla, cebolla, haba, zanahoria, y más. También se produce leche y queso. Todo se lleva a vender al mercado Rodríguez, en la ciudad de La Paz, y de ahí se distribuye también a otros mercados de la sede de gobierno.
En muchos de estos productos se encontraron estafiliococos y escherichia coli en estudios que se realizaron entre 2019 y 2022, dice el técnico de Inocuidad Alimentaria de la Alcaldía de La Paz, Nelson Quispe. Los análisis se interrumpieron en 2023 y 2024, pero se espera que este 2025 continúen. La única forma de comer estos alimentos, según Quispe, es desinfectándolos con DG-6, amonio cuaternario, o hipoclorito de sodio.
“Las verduras de Río Abajo son aptas para el consumo siempre y cuando haya una desinfección. No hay prohibición para su comercialización, pero sí hay riesgo”, dice Quispe.
“El riesgo de no tener una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de La Paz (PTAR) es el tema sanitario. Se tiene un agua contaminada bacteriológicamente con alto contenido de coliformes fecales que dañan la salud -dice el responsable de Gestión de Proyectos de la Secretaría de Gestión Ambiental de La Paz, Eduardo Zamorano.
Contaminación de las aguas
Las aguas del río La Paz nacen en los nevados del Huayna Potosí y el Chacaltaya, y en los primeros kilómetros de su recorrido tienen una pureza virginal, se las puede beber directamente; pero cuando ingresan a la ciudad se contaminan, sobre todo por los desechos domiciliarios. Si bien se purifican mientras se deslizan hacia el sur con el sistema de caídas, cuando llegan a Mecapaca aún no son aptas ni siquiera para el riego de los cultivos, explica Zamorano.
La investigadora ambiental Stephanie Weiss escribió que en los suelos agrícolas de Mecapaca y en diversas hortalizas cultivadas aquí se encontraron también residuos de arsénico, cobre y zinc, elementos que pueden causar enfermedades cardiovasculares, diabetes, lesiones cutáneas, y riesgos de desarrollar cáncer, entre otras dolencias. La presencia de residuos farmacológicos en las aguas del río La Paz puede generar resistencia a antibióticos, dice Weiss.
La Contraloría General del Estado recomendó en 2013 profundizar las investigaciones sobre el “riesgo real” de estos contaminantes, detallando otros que se encontraron en las comunidades productoras como quistes de Giardia y huevos de Hymenolpesis nana (tenias). Además de apuntar que el 63% de los productos muestreados eran “rechazables”.
“Lo expuesto muestra riesgos que no pueden ser soslayados. Es importante que las entidades cumplan con las recomendaciones y que consideren la información brindada, para mayores estudios e investigaciones”, dicen los documentos de la Contraloría.
“No hay tantos estudios de los efectos de estos contaminantes en las poblaciones urbanas. Tenemos una exposición constante y no lo estamos estudiando lo suficiente”, me dice Weiss en una conversación telefónica.
En su criterio, de Weiss una PTAR gigantesca, como la que se piensa construir en el Valle de las Flores, ayudaría, pero no sería una solución total al problema. Para ella sería más útil construir varias plantas “descentralizadas y más pequeñas” en distintos puntos de la ciudad, lo cual sería más viable económicamente y permitiría el tratamiento diferenciado de las aguas en función a sus contaminantes.
La historia sin fin
Los retrasos, falta de información por parte de EPSAS y las instituciones del Gobierno, y la resistencia de los floricultores del Valle de las Flores a vender sus terrenos hacen difícil pensar que La Paz vaya a contar con una PTAR en un futuro cercano. Mientras tanto, las aguas pestilentes de nuestros hogares, hospitales, e industrias continuarán regando los cultivos que después comemos. Y seguirán infectando los ríos más abajo, que llegan al Beni y después al Amazonas.
“La situación precaria y deficiente del actual operador de agua y saneamiento EPSAS SA Intervenida hacen que difícilmente pueda encarar la construcción y operación de una planta de tratamiento de aguas residuales con estas características”, dice José María Herbas, exfuncionario de EPSAS y experto en saneamiento básico.
La empresa pública se ha politizado y se ha descuidado el personal técnico y operativo.
“Pese a que esto es sumamente importante, tú no ves protestas sociales por una PTAR, pese al enorme impacto que tiene en el medioambiente y en la población”, añade Weiss.
“Ya no es como antes, ha crecido más el agua contaminada. A veces la enfermedad empieza de esa contaminación. Siempre hablaron de la PTAR, pero nunca llegó. Los gobiernos comprometían un tratamiento, pero nunca se hace”, -reconoce el dirigente de la comunidad Taipichullo, en Mecapaca, Silverio Tapia.
En Mecapaca, una de las nuevas preocupaciones es la muerte de los choclos. Llegó como una plaga desconocida hace unos dos años. Los choclos, altos y verdes, comenzaron a secarse, a amarillarse, volverse cafés, y a podrirse ahí mismo. Los agricultores, algunos, dejaron de sembrarlos por miedo a las pérdidas. Antes, dicen, daban hasta dos veces al año.
“En vano ya, dicen que es enfermedad, pensamos que debe ser esa agua contaminada. No empieza de encima, sino de abajo, en la raíz. Antes no había eso, y este año es peor”, dice Teodora Castillo. “Andá a ver vos”, complementa.
Voy a ver y cuando vuelvo enfangado y apestoso me encuentro con una mujer de pollera que cosecha acelgas agujereadas por los bichos, pero sirven, si se las desinfecta. Sus choclos ya no.
“¿No ves? Están ahí tirados. El agua dicen que es”.
BD/
Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Concursable de la Fundación para el Periodismos (FPP).
Esta nota es un material de apoyo del siguiente reportaje central