Con su humildad, su carisma y una inteligencia de gran maestro del ajedrez convenció a sus carceleros, los supremacistas afrikáners, de que para ellos mismos era mejor superar el sistema racista del apartheid.
Nelson Mandela sale de prisión junto a su mujer Winnie en Paarl
El político sudafricano exportó su capacidad para el diálogo y la resolución de conflictos a los países de la región y supo integrar en parlamentos mixtos a etnias enfrentadas por toda África
A diferencia de Martin Luther King o Gandhi, Mandela fue la única de las tres grandes figuras pacifistas del siglo XX que no fue asesinada (aunque estuvo a punto de serlo). Pudo trabajar hasta el final y llevar su legado mucho más allá de su tiempo y su espacio. Hoy hace 30 años que salió de la cárcel en Sudáfrica tras 27 años de reclusión condenado a cadena perpetua para convertirse en el político más admirado del mundo y su obra sigue viva en muchos aspectos. En aquella larga condena el Gobierno pensó que Mandela quedaría vencido y silenciado de por vida. Se equivocaron. Un Mandela aún más convencido y fortalecido cual Conde de Montecristo emergió de su prisión y se convirtió, con el número 466/64, en el preso más famoso de la Historia.
Recordemos la imagen de Nelson Mandela, en traje oscuro, levantando el puño junto a su mujer Winnie aquel 11 de febrero de 1990. Con su humildad, su carisma y una inteligencia de gran maestro del ajedrez capaz de ganar varias partidas a la vez, convenció a sus carceleros, los supremacistas afrikáners de Frederik Willem de Klerk, de que para ellos mismos era mejor superar el sistema racista del apartheid, liberarle y comandar juntos un cambio democrático en Sudáfrica. De Klerk, seducido por Madiba, aflojó el lazo y liberó al líder del Congreso Nacional Africano. Ambos recibieron el premio Nobel de la Paz. Con el colapso de la URSS, Mandela dejó de ser una "amenaza comunista", como lo veía parte de Occidente, lo que favoreció su liberación.
Pero cuando parecía que las tensiones raciales iban a relajarse, estallaron en una crisis que estuvo a punto de desembocar en una balcanización del país, con grupos étnicos combatiendo entre ellos en los guetos pobres de las principales ciudades. Mandela ganó las elecciones de 1994 con las calles en llamas y tomó sus primeras decisiones de calado: diálogo entre razas y etnias zulúes, xhosas, afrikáners... representadas en el nuevo gobierno (incluyendo a los blancos), y todas ellas igualadas en derechos en la Constitución, que incluyó como oficiales los 11 idiomas que se hablan en el país. Además, trató de no retirar ningún privilegio a la élite que había gobernado el país, sino que trató de convencerles de que lo mejor es que renunciaran a ellos voluntariamente. A diferencia de otros líderes negros, Mandela impulsó la implicación de Sudáfrica en la lucha contra el VIH con la compra de antirretrovirales, mal vistos por parte de la comunidad en aquel momento. Era a la vez un Maquiavelo y un santo terco, promotor de la justicia, pero también de la reconciliación.
Mandela, con el país ya pacificado y reformado y camino de un segundo mandato asegurado en 1999, hizo algo inédito: retirarse. Consciente de la capacidad corruptora del poder, limitó su acción a cinco años, suficiente para que la onda expansiva de su política comenzara a notarse pronto en los países de la región. A partir de ese momento dejó gobernando en Pretoria a su sucesor Thabo Mbeki y comenzó a saltar fronteras para exportar su modelo de parlamentos mixtos, con todas las etnias representadas, constituciones fuertes y limitación de mandatos.
Tuvo un papel protagonista en la resolución de conflictos enquistados como el de Burundi o el Congo, escenario de su primer viaje, cuando luchaban a muerte Mobutu y Kabila. Se acercó a líderes africanistas como Gadafi, al que acabó obligando a entregar a los culpables del atentado de Lockerbie. Clamó contra el intervencionismo extranjero y poscolonial en el continente y denunció la venta masiva de armamento en países africanos. Hoy muchas constituciones del continente deben a Mandela ese esfuerzo. Se paseó por media África con sus camisas de colores chillones y en cada país dejó parte de su leyenda en frases, actitudes o compromisos. Su legado personal ha permitido a los gobiernos que lo han sucedido y a las instituciones sudafricanas realizar un papel importante en África, y en el resto del mundo, a favor de la prevención y negociación de conflictos y de la reconciliación nacional.
Su lucha por la libertad y contra la segregación racial tuvieron mucho más éxito que el esfuerzo para acabar contra las diferencias económicas en su país. Hoy, aunque la situación ha mejorado, sigue existiendo un abismo entre esas mismas élites gobernantes y la población que malvive en esos guetos. De hecho, hoy se habla de la pervivencia de un apartheid económico porque la mayoría de los sudafricanos aún siguen condenados por la pobreza extrema. El 1% de la sociedad posee el 70% de la riqueza según datos del Banco Mundial.