Un proyecto de la Unesco logró una masiva toma de imágenes mediante in dron, que permitió levantar una imagen de la topografía de Tiwanaku. El mapa resultante permite observar la presencia de un conjunto de estructuras hasta ahora desconocidas.
Mapa de Tiwanaku realizado a partir de datos del modelo 3D generado por el dron. Foto: Unesco
Con su monumental complejo de edificios y su localización a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, Tiwanaku es uno de los sitios arqueológicos más espectaculares de América del Sur. Ciudad prehispánica de los Andes, fue durante siglos capital de un vasto y poderoso imperio que debió su supremacía al uso innovador de materiales y técnicas nuevas para mejorar la producción agrícola y, con ella, incrementar su poder económico. La capital fue el centro más importante de la cultura tiwanakota, que alcanzó su apogeo entre los años 500 y 900 de nuestra era y desde allí irradió su influencia a un vasto territorio que comprendía el oeste de Bolivia, el suroeste de Perú y el norte de Argentina y Chile.
Lamentablemente, Tiwanaku sufrió también una intensa depredación desde el tiempo en que colapsó su cultura, en el siglo XIII. El lugar se convirtió en un imán para la búsqueda de tesoros escondidos, con la consiguiente pérdida de valiosos testimonios. Numerosos documentos históricos demuestran además que el sitio fue usado como cantera para sacar materiales y construir casas y calles en La Paz hasta hace relativamente poco.
Entender Tiwanaku a cabalidad exige un gran esfuerzo al visitante. Tiwanaku es más un ejercicio de observación y documentación que de simple contemplación: de lo que una vez fue el soberbio núcleo templario y palaciego del más alto asentamiento urbano del mundo precolombino, sólo quedan vestigios derruidos o parcialmente reconstruidos de siete edificios principales: la Pirámide de Akapana, el Templo de Kantatayita, el Templete semisubterráneo, el Templo de Kalasasaya, el Palacio Putuni, el Palacio Kheri Kala y la Pirámide de Puma Punku.
Estos remanentes, sin embargo, exhiben el sello inconfundible de las grandes civilizaciones, con prodigios como Puma Punku (Puerta del Puma), formado por bloques macizos de piedra arenisca de hasta 130 toneladas ensamblados con grapas de cobre. Un logro sorprendente en una civilización que no conoció la rueda –algunos investigadores apuntan que fueron precisas entre 1.300 y 2.600 personas para moverlos–, aunque sí el metal, y, con él, la superioridad bélica.
Nuevos descubrimientos
La necesidad de dotar al sitio de un plan de manejo actualizado –obligación que tienen todos los sitios inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial– y de un programa de educación y museos que contribuyera a aclarar algunos de los enigmas de Tiwanaku fueron los pilares del proyecto Preservación y Conservación de Tiwanaku y la Pirámide de Akapana, puesto en marcha en 2015 por la Oficina de la UNESCO para los países andinos, con sede en Quito. El proyecto tuvo el financiamiento de 870.000 dólares provenientes de fondos fiduciarios japoneses.
Este ambicioso emprendimiento, que acaba de concluir, incluía también un plan de turismo sostenible y, a pedido del Comité del Patrimonio Mundial, una topografía completa del sitio.
“Yo ya estaba trabajando en el terreno, así que propuse a la UNESCO hacer esa topografía mediante teledetección, ya que ahora mismo con drones y satélites se pueden obtener resultados topográficos de altísima precisión”, explica el arqueólogo José Ignacio Gallego Revilla, que trabajó en el proyecto por encargo de la Organización.
“Tardamos un año en montarlo, y, al ser yo colaborador de la Universidad Complutense de Madrid, pensé en acudir a su Campus de Excelencia, que es en realidad un conjunto de laboratorios formados de varias facultades, con muy buenos profesionales y precios muy competitivos. Pero precisábamos un dron que pudiese volar a más de 4.000 metros y, al no poder transportar hasta Bolivia el de la Universidad madrileña, apelamos a una empresa suiza que sí distribuye sus aviones en Chile y Bolivia. Esa empresa levantó las imágenes que luego explotamos en Madrid, en el laboratorio”.
La toma de imágenes se llevó a cabo entre octubre y diciembre de 2016 y los primeros resultados se presentaron en mayo de 2017. El dron proporcionó una topografía de gran precisión de la totalidad del sitio arqueológico, con un margen de error inferior a los cuatro centímetros.
Estructuras hasta ahora desconocidas
El mapa resultante permite observar la presencia de un conjunto de estructuras hasta ahora desconocidas, que se extienden por toda el área explorada y alcanzan un territorio de 411 hectáreas. De ese modo, la extensión de la zona patrimonial es superior a 600 hectáreas, es decir, seis veces más grande de lo que se pensaba.
Una vez estudiadas, las imágenes tomadas permitieron identificar lo que sería un templo de piedra enterrado junto a un centenar de estructuras circulares y rectangulares de considerables dimensiones (posiblemente unidades domésticas), además de fosas, canales, caminos de circulación y otras edificaciones en diversos sectores. Por último, los nuevos datos redefinieron otros monumentos ya conocidos, como Puma Punku, un complejo de templos del que conocíamos dos hectáreas y que ahora sabemos que posee dos plataformas más que están enterradas.
“El dron ha revelado que estamos ante un complejo religioso de 17 hectáreas de extensión, que, para hacernos una idea, equivale a tres veces la superficie de la pirámide egipcia de Keops”, explica Gallego Revilla.
“De repente habíamos hecho el mapa del sitio y de todo lo que hay allí todavía enterrado”, añade. “Para mí, es el descubrimiento de toda una vida: Tiwanaku es una de las referencias históricas de la arqueología mundial desde hace 500 años… Como investigador, cosas como ésta te ocurren una vez en toda tu carrera”, añade, mostrando en su computadora los mapas e imágenes que respaldan sus afirmaciones.
Participación de las comunidades
Julio Condori, director del Centro de Investigaciones Arqueológicas, Antropológicas y Administración de Tiwanaku (CIAAAT), órgano gestor del sitio, ha estado implicado en el proyecto desde el primer momento. Para él, la nueva topografía es en sí una herramienta de conservación: “Tenemos ahora 650 hectáreas estudiadas”, dice. “Ello marca un hito para hacer más investigaciones y ampliar el área de alta protección”, añade.
Además, en el proyecto se consultó en todo momento con las comunidades indígenas que habitan el sitio, que en sus lados norte y este coincide con áreas habitadas: el actual municipio de Tiwanaku comprende tres centros poblados con 23 comunidades, y en la propia zona arqueológica y sus inmediaciones viven unas 12.000 personas. “En cada fase del proyecto hicimos una interacción muy dinámica con los pobladores, y yo diría que precisamente esa ha sido la bisagra que nos ha permitido llegar a este resultado”, añade Condori, que recalca: “Miembros de las comunidades de Huancollo y Achaca participaron el año pasado en los sondeos de excavación que hicimos para ver si la realidad se correspondía con lo que nos había dicho el dron y lo hicieron con mucho agrado. Tenemos que seguir socializando los resultados para que las comunidades se los apropien”. Al mismo tiempo, el número de visitantes nacionales e internacionales –más de 125.000 en 2017– está en aumento:
“Con esos ingresos, somos un sitio económicamente autosostenible, y los ingresos nos permiten trabajar con arquitectos, químicos, geólogos”, dice Condori. “Nuestra esperanza es seguir trabajando con los gobiernos municipal y nacional y, por supuesto, con el apoyo de la UNESCO”.
Según una leyenda aymara, los antepasados escondieron en la Puerta del Sol, el monumento más emblemático de Tiwanaku, un importante secreto que salvaría a la humanidad cuando ésta se encontrara en apuros. Por fortuna ese momento no parece haber llegado aún, pero sí es seguro que el buen trabajo y el vuelo de un dron abren una nueva etapa para la cultura que, desde orillas del lago sagrado, el Titicaca, estableció la sociedad más avanzada de su época y logró hacer emerger una forma de Estado hasta entonces desconocida en esta parte del continente americano.
Lucía Iglesias Kuntz escribe para la Unesco