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Política | 11/12/2025   03:18

|RESEÑA|¿Quién fue el culpable del estallido de la Guerra del Chaco?IRaúl Ribero|

Enterado el pueblo boliviano de este desastre, no tardó en salir a las calles y exigir represalias, las que se consumaron con la toma de los fortines enemigos Toledo, Corrales y Boquerón. La chispa de la guerra había sido prendida.

Un grupo de soldados en la Guerra del
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Brújula Digital|11|12|2025|

Raúl Rivero

Días atrás, el investigador Roberto Laserna realizó una encuesta cerrada entre un grupo de historiadores preguntando quiénes fueron los cinco peores presidentes de Bolivia. De los resultados obtenidos, aprecié con indignación que, por prejuiciosa ignorancia o mala fe, la mayoría de los encuestados colocaron en el mismo grado de oprobio a Hilarión Daza y Daniel Salamanca, acusándolos de haber llevado al país a sendas guerras; el primero, a la del Pacífico y, el segundo, a la del Chaco.

Desde ya, comparar a ambos personajes es un despropósito. Daza era un militar de escasa formación, que ascendió de grados en el ejército gracias a su osadía y falta de escrúpulos, hasta hacerse del poder derrocando en 1876 al presidente Tomás Frías. En cambio, Salamanca, era abogado de profesión y muy versado en economía; habiendo ocupado diversos puestos en la administración pública en los que demostró siempre capacidad y honradez en su desempeño, asumió la presidencia por elección democrática. 

Ahora, veamos cómo se desencadenó la guerra en el sudeste patrio, como consigno en el primer volumen de mi obra El gobierno de Daniel Salamanca (1931-1934) [GAMC-Plural, 2022].

Una vez que el Tratado de Paz y Amistad de 1904 fue aprobado por el Congreso boliviano —Salamanca fue uno de los que votó en contra—, cediendo el departamento del Litoral a Chile, surgieron algunas voces que planteaban la necesidad de dejar de mirar al Pacífico y, más bien, buscar la salida de nuestras riquezas naturales e industriales por el Atlántico, siendo las más influyentes las de Patiño y Salamanca. 

Mientras el magnate minero planteaba hacerlo a través del río Madera y el Amazonas —para ello intentó, sin éxito, construir un ferrocarril desde Cochabamba hasta Villa Bella—, el político proponía hacerlo por el río Paraguay y, tomando la frase de Jaime Mendoza: “debemos pisar fuerte en el Chaco”, propugnó que era fundamental desarrollar un vigoroso plan de colonización, a fin de asegurar la soberanía en el disputado territorio con nuestro vecino del sudeste.

Empero, al asumir la presidencia, en marzo de 1931, Salamanca se encontró con las arcas del Estado totalmente vacías, no solamente por la pobreza crónica del tesoro público, sino también por las consecuencias para nuestras magras exportaciones de la gran depresión que afectaba al planeta. 

Consciente de ello, el Primer Mandatario ordenó a los mandos del ejército evitar cualquier provocación en el territorio en disputa que podría desencadenar un conflicto armado, pues Bolivia no contaría con los recursos económicos para sostener una contienda bélica y, más bien, decidió llevar adelante un plan conservador de penetración en el Chaco, priorizando la construcción de caminos y de algunos fortines en sitios no ocupados previamente por el rival del sudeste y que nos acerquen a la ansiada salida por el río Paraguay; pero, para construir un fortín era fundamental que el sitio escogido cuente con agua.

En ese afán, logró la cooperación del Lloyd Aéreo Boliviano para que sus naves efectuaran misiones aéreas sobre el aún ignoto territorio, buscando espejos de agua. En uno de esos sobrevuelos, en julio de 1931, el avión pilotado por el gerente del LAB Hermann Schroth divisa un espejo de agua de 600x200 m; pero, aunque se despachan un par de expediciones por tierra, no pueden dar con él. 

Empero, en abril de 1932, y al hacer un vuelo de reconocimiento para definir una ruta para que se desplace la Cuarta División de Ejército, el mayor Jorge Jordán y su acompañante, el mayor Oscar Moscoso, dan con esa laguna y, como advierte David Alvéstegui: “a partir del descubrimiento del Gran Lago, empiezan a ser turbias las informaciones militares ofrecidas al presidente de la república” (Alvéstegui, Salamanca, T3. Ed. Canelas: 373-74).

A pesar de que el plano consignado en el informe de los observadores indicaba la presencia de un fortín paraguayo al borde del lago —que los paraguayos bautizaron como “Pitiantuta”—, el plano que reproduce el Estado Mayor del Ejército suprime esa consideración y nada advierte sobre probable presencia militar paraguaya en sus orillas, consignando las construcciones como “tolderío de salvajes”. 

Aunque Salamanca expresó al general Filiberto Osorio, jefe de Estado Mayor, que a él le parecía que se trataba de un fortín militar y debería evitarse llegar a ese sitio, éste insistió en su argumento y, como anoto: “Con la seguridad de haber engañado al Primer Mandatario, la necesidad de hacerse de ese espejo de agua y seguramente la confianza de que, en caso de darse un nuevo enfrentamiento con tropas paraguayas, éste será un incidente más de los muchos sufridos y superados en los últimos años, Osorio y los oficiales que lo rodeaban en el estado mayor general, no demoraron en tomar una arriesgada decisión” [Rivero, Ibid.: 141]: ordenaron la ocupación de la llamada “Laguna Grande”.

Como si los hados de la guerra se hubieran conjurado para precipitar los acontecimientos, en esos mismos días se recibió en La Paz el borrador de propuesta de la Conferencia de Washington —constituida por los países neutrales, a raíz de los incidentes de fortín Vanguardia, en diciembre de 1928—, que proponía la fijación de los límites más avanzados que hubieran alcanzado los ejércitos adversarios en el Chaco como punto de partida para fijar la nueva frontera entre Bolivia y el Paraguay. 

Previendo que cualquier negociación arbitral podría partir de esos límites, Osorio y su entorno ven con más urgencia la captura de esa laguna, que estaría a unos 170 kilómetros del fortín Camacho, por lo que el 28 de mayo, el mayor Moscoso parte de Camacho con ese rumbo acompañado de tres suboficiales y 25 soldados.

“La tarde del 14 de junio de 1932, el mayor Oscar Moscoso y su destacamento llegaron a la orilla del Gran Lago, encontrándose con que los galpones que habían observado él y el piloto de la aeronave a sus orillas formaban parte de un fortín paraguayo, como se adelantó a advertir el mayor en el reconocimiento aéreo efectuado 50 días antes; puesto militar que fue tomado por las fuerzas bolivianas al amanecer del día siguiente, luego de un breve intercambio de disparos. Como subraya Salamanca en sus memorias: «la noticia me llegó como un rayo inesperado», causándole gran contrariedad, puesto que desde el inicio mismo de la campaña de ocupación del Chaco él recomendaba mesura en los avances bolivianos en territorio chaqueño” [Rivero, Ibid.: 145].

Según rememora Joaquín Espada —entonces ministro de Hacienda—, que fue testigo del encuentro, Osorio, “con rostro sombrío y preocupado”, comunicó al presidente la toma de Pitiantuta, provocando la siguiente reacción de éste: “¿quién dio la orden de esa ocupación contra mis recomendaciones repetidas y terminantes de evitar rozamientos con el enemigo? 

Profundamente angustiado exclamó: ¡Este es el día más sombrío de Bolivia! Reaccionó enérgicamente con estas palabras: Ordene en el acto la desocupación inmediata de Pitiantuta por las tropas de Moscoso” [Espada, Salamanca. Ed. Canelas, 1989: 38]. 

Aunque Salamanca exigió que se le haga llegar inmediatamente los partes elaborados por Moscoso y el mayor Murillo, asistente del entonces comandante accidental de la cuarta división, el coronel Enrique Peñaranda, sólo recibe fragmentos y, recién el 10 de agosto, la documentación completa.

Presionado por Peñaranda y otros oficiales, que no se resignan a perder el valioso espejo de agua, Osorio vuelve a visitar al presidente y le propone que las tropas bolivianas desalojen el fortín tomado y se trasladen a la orilla opuesta —la occidental—, sin intentar volver a tomar contacto con los paraguayos. 

Salamanca rechaza esa sugerencia e insiste en que Moscoso y sus hombres abandonen el lugar. El día 17, el jefe de estado mayor despacha el cifrado 770: “En ningún caso nos conviene provocar encuentros ni ser agresores. Situación puede crear serias dificultades negociaciones Washington”.

Haciendo caso omiso de esa instrucción, dos días después Peñaranda instruye a Moscoso que, por ser de importancia máxima el Gran Lago —que el mayor ha renombrado como “Laguna Chuquisaca”—, levante un fortín y lo denomine “Mariscal Santa Cruz”; además, le ordena destruir completamente el puesto del rival y “todo aquello que pueda ser materia de reconocimiento por parte del Paraguay, construyéndose en su lugar edificios que puedan demostrar nuestra ocupación” [Alvéstegui, Ibid.: 386]; además, se compromete a abrir una “picada” —senda— hasta el sitio y, por último, le advierte que tome las medidas necesarias “para no ser sorprendido por el enemigo”.

Para mayor escarnio de la orden presidencial, el 19 de junio, Peñaranda “[R]ecibe la siguiente instrucción desde el estado mayor en La Paz, desconocida por el presidente y flagrantemente contraria a sus órdenes: "Ante la necesidad de retener Gran Lago y orden de abandono dada por presrepública, urge que usted represente nombre oficialidad y su comando". 

Cumpliendo presuroso tal requerimiento de sus superiores inmediatos” [Rivero, Ibid.: 151]. Años después y como consecuencia de una controversia con Roberto Querejazu, Peñaranda justificará ese su proceder afirmando que por “obediencia y disciplina”, cumplió lo instruido por Osorio. Como bien anota Alvéstegui: “Sorprende este extraño concepto de obediencia y disciplina, en la que una orden del estado mayor estaría por encima de otra enviada por el capitán general del ejército; o sea, "que se pueda desacatar sin escrúpulo alguno al presidente de la república”. [Rivero, Ibid: 153].

“Lo anterior permite apreciar cuán dispares eran los objetivos y esperanzas entre el gobierno y el ejército respecto a la penetración y retención del mayor espacio posible de territorio en el Chaco. Para los mandos militares, resultaba un sinsentido alentar la ocupación de un espacio con condiciones físicas y climáticas hostiles si no se aseguraba, por ejemplo, la posesión de un elemento tan vital como es el agua, aunque sin aquilatar en toda su gravedad el riesgo que podía correrse ante una resolución de firmeza en la ocupación de espacios donde la probabilidad de conflicto con el enemigo era muy elevada” [Rivero, Ibid.: 157-58].

Luego de un primer intento fallido de tropas paraguayas por recuperar su fortín el 29 de junio, llamado por ellos “Solano López”, una semana después, los jefes militares hacen llegar un escrito a Salamanca, en el que insisten en la necesidad de quedarse con la Laguna Chuquisaca. 

La respuesta del presidente a Osorio fue muy clara, haciendo notar la imposibilidad de tal deseo, dando una lección de lo que era su concepto respecto a los derechos bolivianos sobre ese territorio en disputa:

"En el complejo problema del Chaco, además del aspecto militar que es el más importante, debemos atender al aspecto internacional y a sus posibles consecuencias. Es así que, bajo el aspecto militar, nuestra ocupación de Laguna Grande, tiene la importancia señalada por Ud. y debiera dar lugar a las medidas que asimismo indica Ud., con perfecta razón, dentro de ese concepto". 

"Pero si atendemos a las consecuencias internacionales de nuestra ocupación de Laguna Grande, todo el cuadro cambia de sentido y presenta una perspectiva desastrosamente adversa a nuestra causa. Da lugar o pretexto para interrumpir el Pacto de No Agresión, a esparcir en el continente la inquietud de una guerra y a determinar una presión internacional que nos obligaría a un tratado desventajoso. (…) Antes de cerrar esta respuesta, deseo anotar brevemente mi parecer sobre el objetivo que en concepto de Ud. debe perseguirse en el asunto del Chaco". 

"Reduce Ud. ese objetivo a la adquisición de Fuerte Olimpo, que es justamente según mis recuerdos, el único punto de la orilla occidental del río, sobre el cual puede alegar el Paraguay un título de posesión anterior a la Independencia. He estimado de mi parte que la política boliviana no debiera limitarse a la adquisición de un puerto, ni aún a una porción reducida sobre el río Paraguay. Esta limitación de nuestro objetivo, es el desgraciado resultado de medio siglo de impotencia y dejadez de nuestra política que, absorbida por sus dificultades internas y atenta solamente al Pacífico, dejaba en abandono nuestros intereses y derechos de la hoya del Atlántico". 

"De aquí que se haya hecho sustancia en América la convicción de que Bolivia sólo necesita un puerto sobre el río Paraguay, en tanto que el Paraguay necesita territorios. Tantas veces he tropezado con este arraigadísimo concepto, que he comprendido que será harto difícil destruirlo o modificarlo, a fin de plantear la cuestión del Chaco, sobre el Chaco mismo, proponiéndonos como finalidad de nuestra política internacional, la recuperación de todo ese territorio, si fuese posible o, por lo menos, de una máxima porción de ese dominio (...) Al contrario, temo mucho que por imperio de factores que Ud. conoce muy bien, propendrán a liquidar el pleito del Chaco, para deshacerse de un cuidado enojoso y costoso". [Rivero, Ibid.: 159-161].

Como bien recalca Alvéstegui: “Salamanca quedó solo en su posición pacifista”.

El 15 de julio, las tropas paraguayas volvieron a atacar a Moscoso y sus hombres, esta vez desalojándolos de Laguna Chuquisaca. Enterado el pueblo boliviano de este desastre, no tardó en salir a las calles y exigir represalias, las que se consumaron con la toma de los fortines enemigos Toledo, Corrales y Boquerón. La chispa de la guerra había sido prendida.

 Raúl Rivero es economista y escritor.





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