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Política | 25/09/2025   03:00

|OPINIÓN|Un momento de realismo|H. C. F. Mansilla|

Para muchos es más cómodo moverse dentro de lo malo conocido, que hacer el esfuerzo –ciertamente laborioso– de trabajar por un cambio de la mentalidad prevaleciente hoy en día.

Foto ABI Archivo.
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Brújula Digital|25|09|25|

H. C. F.  Mansilla

La celebración del Bicentenario de la Patria, las elecciones generales y el comienzo de la primavera generan una atmósfera de optimismo, un hálito de confianza y unos instantes de esperanza acerca del porvenir del país. Digo instantes en lugar algo más duradero porque este sentimiento colectivo suele durar muy poco. Aunque sea una ilusión, se trata de algo indispensable e irrenunciable para perseverar como nación, es decir como una comunidad que aún debe construir un futuro viable para sus hijos.

A veces los lectores de órganos serios de comunicación social quieren enterarse del trasfondo a largo plazo de los acontecimientos que se suceden en el país, aunque este interés conlleve la posibilidad de una desilusión dolorosa. Una clave para comprender el resultado de las últimas elecciones y también para entender el funcionamiento de los cimientos de la nación se halla en el brillante ensayo de Alfonso Gumucio Dagron, publicado el 13 de septiembre de 2025 en Brújula Digital, bajo el escueto título de “La burbuja”. El autor nos dice sin ambages lo siguiente. Los ciudadanos preocupados por la corrupción masiva y la mediocridad técnica en la administración pública, así como los consternados por la destrucción constante del medioambiente, constituyen un sector minoritario dentro del conjunto de la sociedad boliviana. Este segmento social, nos dice Gumucio, vive engañado en el seno de “una burbuja autocomplaciente”.

A la mayor parte de la población nacional, “la cara oculta de la luna”, continúa este autor, le es indiferente el fenómeno de la corrupción y del mal funcionamiento del aparato estatal. Los integrantes de este sector conviven pacíficamente con el contrabando y el narcotráfico. No se inmutan ante la destrucción de los ecosistemas naturales. Ellos quieren que “las cosas sigan como están, porque eso les permite seguir viviendo como hasta ahora, beneficiándose mucho o poco de un país sin reglas, sin ética y sin valores”.

Se trata de una crítica muy dura, incómoda en grado sumo para los ingenuos, por un lado, y para los entusiastas de lo “nacional-popular”, por otro. Esta opinión jamás será aceptada por los intelectuales izquierdistas y nacionalistas, y menos todavía por la mayoría de los docentes universitarios. Existe, sin embargo, una masa importante de estudios bien fundamentados que permite aseverar que, en líneas generales, la tesis de Alfonso Gumucio está respaldada por datos empírico–documentales y por encuestas de alta representatividad. Otra cosa es que estos análisis han sido sistemáticamente ignorados por los segmentos sociales recién mencionados. La razón es simple: estos argumentos podrían poner en duda convicciones profundas, prejuicios colectivos bien asentados e ilusiones gratas a los ingenuos. 

Entre estos estudios se pueden mencionar las encuestas sobre cultura política, realizadas por encargo de la antigua Corte Nacional Electoral (CNE) alrededor del año 2000, que fueron resumidas de modo admirable por Jorge Lazarte en su libro: Entre dos mundos (La Paz: Plural 2000). El sociólogo alemán Peter Waldmann publicó varios ensayos sobre la anomia del Estado y los desarreglos sociales en América Latina (algunos referidos específicamente a Bolivia), que aquí han pasado desapercibidos. A partir de 1990 el politólogo paceño René Antonio Mayorga alertó detalladamente en libros y artículos acerca de la carencia de democracia efectiva en el seno de los sindicatos, de los movimientos sociales y de los partidos pretendidamente progresistas. La institución académica cochabambina “Ciudadanía” ha publicado una decena de estudios sobre la cultura política, los que nunca han sido discutidos en el ámbito universitario del país. En pocas palabras: la cultura de masas se mueve dentro de lo conocido y lo habitual, porque es lo conveniente en el corto plazo, y porque nunca aprendió a pensar de otro modo.

El conocido sociólogo Carlos Hugo Laruta, en su texto titulado: Gobernabilidad: la compleja relación con las masas corporativistas (Brújula Digital del 12 de septiembre de 2025), nos dice que una parte de la población “no está aún ciudadanizada”. Estos sectores sociales no actúan con discernimiento individual o con reflexión personal; se rigen por las órdenes de los dirigentes gremiales y por la atmósfera acrítica que predominan en grupos como los colonizadores, los cocaleros, los contrabandistas, los maestros de escuela, la Central Obrera Boliviana (COB), la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) e instituciones afines. Sus afiliados tienen como metas normativas la obtención de pegas, prebendas, mejoras salariales, etcetera, y no el fomento de una mentalidad autónoma, democrática y pluralista.

Todas estas son afirmaciones que van a contrapelo del optimismo, la confianza y la esperanza que acompañan los festejos del Bicentenario y las elecciones generales. Pero indispensables para evitar el infantilismo que aún es predominante en el país. Una buena parte de la población acepta de manera inconsciente la ambigüedad legal y la ineficacia de la administración estatal porque nunca conoció otra cosa. Para muchos es más cómodo moverse dentro de lo malo conocido, que hacer el esfuerzo –ciertamente laborioso– de trabajar por un cambio de la mentalidad prevaleciente hoy en día.

H. C. F.  Mansilla es filósofo.



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