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Política | 18/05/2025   03:31

|ANÁLISIS|El aporte de los candidatos a la vicepresidencia|Hernán Terrazas|

Candidatos a vicepresidente muestran perfiles diversos, desde técnicos y empresarios hasta sindicalistas. Pero su impacto electoral sigue en duda. La elección del 17 de agosto será más sobre personas que proyectos, con limitada renovación real y desequilibrio de género.

Según las manecillas del reloj: Luis Ossio, Julio Garret, Víctor Hugo Cárdenas, Edgar Uriona, JP Velasco y José Luis Lupo.
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Brújula Digital|18|05|25|

Hernán Terrazas

Los candidatos a vice se han puesto de moda. Una vez que se han conformado la mayoría de los binomios importantes, es prudente analizar las ventajas y desventajas de cada uno de los aspirantes a presidir una Asamblea que se anticipa compleja y polarizada, independientemente de cuál de las tendencias finalmente se imponga en el voto.

José Luis Lupo, de la Alianza Unidad, es un profesional de larga trayectoria en el sector público y con prestigio internacional. Fue cinco veces ministro de Estado tanto en carteras económicas, como responsabilidades políticas como las de la Presidencia y de Gobierno.

En la CAF y en el BID escaló rápidamente y se convirtió en funcionario de confianza de las máximas autoridades de ambos organismos. En ambas instituciones puso en juego sus conocimientos técnicos, pero también su capacidad de análisis y gestión política.

Su principal dificultad es que, posiblemente, no sea conocido por la mayoría de la población y, en ese sentido, más allá de las cualidades que se desprenden de su hoja de vida, el impacto de su presencia podría no ser el esperado para Samuel Doria Medina.

Sin embargo, las primeras repercusiones tras su postulación reflejan una buena recepción en círculos políticos y económicos, y curiosidad entre quienes no conocen su trayectoria. Por lo tanto, la perspectiva en su caso parece favorable.

El elegido por Jorge Quiroga proviene del mundo del emprendimiento. No tenía experiencia política hasta el momento de su presentación. Con 38 años y conocido en el ámbito empresarial, sobre todo en Santa Cruz, Juan Pablo Velasco representa una novedad, aunque no necesariamente una renovación, si esta se entiende como la promoción de cuadros políticos jóvenes dentro de un partido.

El acto de presentación de Velasco, con un formato deliberadamente tecnológico, situó a la audiencia en una suerte de set de realidad virtual, donde se alternaban imágenes de un Quiroga joven con las actuales, para dar paso a la presentación de un empresario que evocaba a Elon Musk, vestido informalmente como él, aunque sin el dominio escénico del fundador de Tesla.

Fue un evento breve, comparado con las presentaciones políticas tradicionales, pero carente de contenido, sin referencias a la situación del país y alejado de la sensibilidad de una población afectada por la crisis, la escalada del dólar y el encarecimiento de los productos de la canasta básica. Una burbuja suspendida en el aire.

Animado por su capacidad para comunicar temas económicos, en un contexto de alta demanda informativa especializada, Jaime Dunn dio un paso al frente y buscó el respaldo de un partido: Nueva Generación Patriótica, cuyo fundador, Edgar Uriona –más conocido como empresario que como político– será el aspirante a la vicepresidencia.

Dunn quiere ser el rostro nuevo que la gente espera, pero sus decisiones llegaron un poco tarde.

Otro que recorrió el mismo camino fue el senador y exalcalde de Tarija, Rodrigo Paz, quien finalmente fue postulado por la Democracia Cristiana, una organización que conserva su registro y que suele estar disponible para distintas candidaturas, sin importar la coincidencia o no con sus postulados ideológicos.

Paz eligió como acompañante a Sebastián Careaga, un joven empresario minero más conocido como piloto de automovilismo que como militante político. Es hijo de Orlando Careaga, empresario con intereses en minería, construcción y turismo, que tuvo participación política en el MNR, Podemos y, más recientemente, el MAS.

Por último –hasta ahora– el MAS propuso al ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo como candidato a la presidencia y a Milán Berna, dirigente de la CSUTCB, como el aspirante a la vicepresidencia. 

Se trata de un binomio de emergencia. Entre los muy pocos méritos de Del Castillo, acaso el único verdaderamente importante, además de la lealtad recíproca con el presidente Arce, haya sido que tendió un cerco en torno a Evo Morales y supo resistir la arremetida de los leales al expresidente. Berna es experimentado en el campo sindical, pero no hay mayor información a mano sobre otros aspectos de su trayectoria. Eso sí, es el primer indígena de que aparece en la lista de binomios oficialmente registrados, lo que no es poco.

La historia

Más allá de los perfiles, el debate es cuánto aporta realmente un candidato a la vicepresidencia en términos de votos. Algunos sostienen que puede ser un factor decisivo; otros creen que cumple un rol complementario y que su valor radica en la coherencia con las propuestas del proyecto o líder al que acompaña.

Un repaso a la historia democrática reciente puede aportar luces. En 1985, el aporte de Julio Garrett a la candidatura de Víctor Paz (30,2 %) no fue determinante, como tampoco lo fue el de Eudoro Galindo con Hugo Banzer (32,1 %).

En 1989, Banzer (25,2 %) fue acompañado por Luis Ossio Sanjinés. También apareció Gonzalo Sánchez de Lozada (25,7 %) con Walter Guevara Arze, en una fórmula puramente partidaria. En ambos casos hubo consistencia ideológica, pero dadas las características de los liderazgos, es poco probable que los vicepresidentes hayan aportado votos decisivos.

En 1993, Sánchez de Lozada, entonces jefe de la oposición, eligió como vicepresidente al líder indígena Víctor Hugo Cárdenas, tendiendo por primera vez puentes en lo transcultural. La fórmula obtuvo 35,7 %, frente al 21,1 % de la dupla Banzer-Zamora. Considerando que la población urbana (48%) era entonces menor a la rural (52%), se puede inferir que el voto a Goni fue mayoritariamente urbano y que la figura de Cárdenas tuvo un peso simbólico más que electoral.

En 1997, Banzer ganó con 22,3 %, apenas un punto más que en la elección anterior, pese a estar acompañado por un joven dirigente como Tuto Quiroga. La fórmula conjugaba experiencia y renovación, pero Quiroga no sumó votos de forma significativa.

En 2002, Sánchez de Lozada volvió a ganar, esta vez con un 22,4 %, apenas suficiente para superar a Evo Morales (20,94 %). Eligió como compañero de fórmula a Carlos Mesa. Encuestas previas sugerían que, como cabeza de fórmula, Mesa podía alcanzar hasta un 38%, pero ese respaldo no se reflejó en su papel como vicepresidente. Le hubiera ido mejor como candidato a presidente.

En 2005, en un contexto de crisis del sistema de representación y del modelo económico, y con el ascenso del Movimiento al Socialismo liderado por Evo Morales, se produjo la victoria electoral más amplia de la democracia boliviana. Morales ganó con más del 53%, sin necesidad de segunda vuelta.

Como se demostraría en el referendo revocatorio y en elecciones posteriores, ese voto fue principalmente para Morales y no para su vicepresidente, Álvaro García Linera, exintegrante del grupo armado EGTK, profesor universitario y comentarista político.

Tuto Quiroga eligió como compañera a la periodista María René Duchen, con la esperanza de que su reconocimiento mediático fortaleciera su candidatura. No fue así. La popularidad televisiva de Duchen no se tradujo en respaldo electoral.

Más candidatos que partidos

En un contexto donde la ciudadanía demanda renovación, la solución no pasa únicamente por buscar perfiles empresariales, culturales o deportivos con visibilidad, sino por fortalecer liderazgos con vínculos reales con la comunidad.

Uno de los problemas estructurales de la democracia boliviana es la ausencia de partidos con alcance nacional. Salvo UN, no parece haber otra organización con representación activa en las regiones. Tampoco existen centros de pensamiento dedicados al análisis de temas estratégicos.

Candidatos con simpatizantes, pero sin militancia, ni partido, no aseguran una verdadera renovación de cuadros ni un recambio generacional. La alianza Libre, por ejemplo, surgió al calor del proceso electoral, pero probablemente, como ocurrió antes con Podemos, desaparecerá luego de la elección.

Y hace poco, lo mismo se pudo comprobar en el caso de Comunidad Ciudadana (CC) tal vez el intento más valioso por crear una organización política con presencia nacional, con el objetivo claro de luchar contra el autoritarismo y recuperar la democracia.

CC deja un legado de liderazgos y dirigencia joven –sobre todo mujeres–, hoy dispersos en diferentes candidaturas, que pudieron haber asumido desafíos de representación –candidaturas a la presidencia y vicepresidencia– pero que inexplicablemente se quedaron sin el respaldo y continuidad de la sigla. 

En general, la del 17 de agosto será una elección más de personas que de proyectos, inexplicablemente con más hombres que mujeres y, hasta ahora, con más blancos que indígenas. Veremos en qué queda.

Hernán Terrazas es periodista.





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