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Política | 24/09/2024   05:00

|ENSAYO|Sobre el humanismo de Marx|Jorge Patiño|

Brújula Digital|24|09|24|

Jorge Patiño Sarcinelli

Para mi padre, Fernando Patiño Villegas, mi modelo humanista  

El periodista y ensayista Fernando Molina ha publicado recientemente el primer volumen de una serie de perfiles biográficos. Creo que este es el término bajo el que se pueden agrupar los nueve ensayos que él anuncia bajo el título Marxismos bolivianos, cuyo primer volumen está dedicado a José Antonio Arze, Ernesto Ayala y Guillermo Lora. Si este es representativo de los siguientes, se trata de una feliz iniciativa y espero que el hecho de que se trate de personalidades de izquierda no ahuyente a lectores que rechazan esa ideología, pero se interesan por la historia nacional.

El humanismo de la visión marxista de José Antonio Arze, aspecto que, asociado a su carácter de intelectual de élite, le causó no pocos conflictos con los movimientos comunistas de la época, está analizado en la obra de Molina con una precisión que no pretendo capturar. Sin embargo, la idea del humanismo marxista, tan venido a menos en momentos en que el socialismo se asocia a lo más truculento de la política, me han llevado a revisar el libro de Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre (Fondo de Cultura Económica, 1962) que quiero comentar aquí en ánimo de recuperar una visión del pensamiento de Marx que parece haber sido perdida. Todas las citas abajo son de este libro, excepto las de Steiner, extraídas de su libro citado más abajo.

Han pasado poco más de 60 años desde la publicación del libro de Fromm y todavía podemos, como él, referirnos a “la actitud irracional y paranoide que ve en Marx al diablo y en el socialismo el reino del diablo”, actitud que es resultado de una falsificación de las concepciones de Marx. En el siglo XX, “el hecho de que Marx pudiera ser considerado como un enemigo de la libertad solo fue hecho posible por el fantástico fraude de Stalin (…) junto con la fantástica ignorancia acerca de Marx que existe en el mundo occidental”.

En el presente siglo, una similar actitud paranoide, igualmente ignorante, se ha volcado contra el llamado Socialismo del siglo XXI. En el caso del siglo XX, “los comunistas rusos se apropiaron de la teoría de Marx y trataron de convencer al mundo de que su práctica y su teoría seguían las ideas de aquel”, pero después de la caída del muro de Berlín, “la Rusia soviética ha sido considerada como la encarnación misma de todo mal” y el comunismo como la expresión de su fracaso económico y político. En nuestros días no hay un abanderado claro de ese socialismo del siglo XXI, pero las fraudulentas experiencias de los países del ALBA –Bolivia, Venezuela y Nicaragua– han servido de blanco útil para esa actitud de demonización de toda izquierda por quienes no dudan en asimilar el supuesto socialismo latinoamericano de este siglo con todos los de la historia.

Esta contaminación de la imagen de Marx con las malas experiencias del comunismo ya lleva muchos años incrustada en el imaginario colectivo, por lo que intentar comprender a Marx da capo requiere un esfuerzo de separación nada sencillo. Pido, pues, al lector que mantenga –si desea– todas tus convicciones anticomunistas, capitalistas o las que profese, pero haga de cuenta que le voy a hablar de un pensador desconocido, sobre el que no tiene ninguna opinión formada. Póngale otro nombre, si eso le ayuda.

Después de leídas las reflexiones que voy a compartir, anticipo que no cambiará un ápice sus convicciones políticas, pero quizá habrá descubierto a un pensador humanista cuyas ideas han sido mal comprendidas y peor aplicadas. Deje el lector en suspenso esta hipotética conclusión y veamos qué nos dice Fromm del socialismo marxista humanista.

El humanismo de Marx y Fromm

En el prólogo de su libro referido, dice Fromm:

“La filosofía de Marx, como gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental” y más adelante: “El fin mismo de Marx es liberar al hombre de la presión de las necesidades económicas para que pueda ser plenamente humano”.

Añade Fromm: “La visión de Marx se basa en su fe en el hombre (…). Consideraba al socialismo como la condición de la libertad y la creatividad humanas, no creía que constituyera en sí el fin de la vida humana”.

En el vocabulario político y filosófico actual, la idea de la enajenación del hombre ha dejado de tener el peso que tenía cuando los dilemas existenciales tenían una presencia protagónica en el ámbito público, como cuando escribía Fromm. Recordemos, por ejemplo, a Esperando a Godot o El innombrable de Becket, La cantante calva de Ionesco o El extranjero de Camus, obras como muchas otras de la época, cuyo renombre se debió en gran parte a las cuestiones existenciales, al abismo que separa al hombre de la sociedad y al absurdo de su existencia tratados en ellas. “La enajenación es, esencialmente, experimentar el mundo y uno mismo pasivamente, como sujeto separado del mundo”.

Evidentemente, las preocupaciones de Marx con esa enajenación anteceden al movimiento existencialista. Preocupaciones similares las expresa por ejemplo Goethe, citado por Fromm: “El hombre se conoce a sí mismo solo en tanto conoce al mundo; conoce al mundo solo dentro de sí mismo y tiene conciencia de sí mismo solo dentro del mundo”. Incluso el Viejo Testamento la recoge: “Tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen”, Salmos 115:4-8.

El lenguaje ha cambiado; pero la preocupación con el lugar del hombre en el mundo y la distancia que lo separa de él es la misma. Su existencia está separada de su esencia. “La existencia del hombre está enajenada de su esencia; que en realidad no es lo que potencialmente es, o no es lo que debiera ser”. Con relación a esta alienación, dice Fromm “Marx difícilmente habría podido prever hasta qué punto las cosas y las circunstancias de nuestra propia creación se han convertido en nuestras amas”. Recordemos que Fromm escribe estas líneas bajo el peso de la Guerra fría en la consciencia colectiva.

En una serie de conferencias radiales, reunidas en un pequeño libro con el enigmático título de Nostalgia de lo absoluto, en las que reflexiona sobre el pensamiento de Marx, Freud y Levi-Strauss (Editorial Siruela), Steiner califica al marxismo de mitología. “El escenario mitológico del marxismo (…) no es solo expresamente dramático, sino que es también representativo de la gran corriente europea de pensamiento y sentimiento que llamamos Romanticismo (…). El marxismo tiene su vocabulario. El marxismo tiene sus emblemas, sus gestos simbólicos, como cualquier creencia religiosa trascendente. (…). Y, sobre todo, ofrece un contrato de promesa mesiánica con respecto al futuro”, explica Steiner.

Volviendo a Fromm, al reflexionar sobre la relación de la imagen que se ha formado del marxismo como consecuencia de la evolución política del siglo pasado, dice él, “aunque la verdad es que la Unión Soviética es un sistema de capitalismo conservador de Estado y no la realización del socialismo marxista y aunque China niega, por los medios que emplea, esa emancipación de la persona humana que es el fin mismo del socialismo, ambas utilizan la fuerza del pensamiento marxista para atraer a los pueblos de Asia y África” y “Marx criticaba al capitalismo precisamente porque destruye la personalidad individual; así como criticaba el comunismo vulgar por la misma razón”.

Marx y el amor

No quiero dejar de citar unas frases notables, que más que a la política pura, hacen a ese humanismo existencial al que se refiere Fromm: “El peligro de la palabra hablada que amenaza sustituir a la experiencia vivida”. ¿No lo vivimos constantemente? Añado esta: “Marx hace una crítica general de que en su época “la verdad carezca de pasión, y la pasión de verdad”.

Cuando pensamos en Marx, difícilmente pensamos en el amor –por más que recordemos que él, al igual que Freud, fue durante toda su vida un enamorado de su mujer–, pero las siguientes frases, sobre las que sobran los comentarios, hacen esa conexión. “El socialismo era para Marx, como ha dicho Paul Tillich “un movimiento de resistencia contra la destrucción del amor en la realidad social” y “la existencia de lo que realmente amo es experimentada por mí como una necesidad, sin la cual mi esencia no puede realizarse, satisfacerse ni completarse”.

Sigo citando a Fromm: “Dice Aldous Huxley: ‘nuestros sistemas económicos, sociales e internacionales de la actualidad se basan, en gran medida, en el desamor organizado. El socialismo de Marx es una protesta contra este mismo desamor, contra la explotación del hombre por el hombre, contra la explotación de la naturaleza, el desprecio de nuestros recursos naturales a expensas de la mayoría de los hombres y más aún de las generaciones venideras’”.

Molina cierra ese primer tomo al que me referí al inicio con una sección titulada “Elementos del marxismo”, con cuyas interesantes consideraciones hacen juego las expuestas aquí. Me da la impresión, sin embargo, que la obra de Marx en la que Fromm basa sus reflexiones sobre el humanismo de Marx, sus Manuscritos económico-filosóficos, podrían haber sumado a las reflexiones de Molina. Fromm dice que, debido a la tardía traducción de esta obra de Marx, ella no ha cobrado la debida importancia en la literatura marxista. Para evitar la lectura de que el viejo Marx no compartía el idealismo humanista del joven, Fromm aclara: “las ideas básicas sobre el hombre tal como las expresó Marx en los Manuscritos económico-filosóficos y las ideas del viejo Marx expresadas en El Capital no experimentaron un cambio básico”.

Este último capítulo de Molina y el libro de Fromm aquí comentado nos ofrecen un acercamiento al pensamiento y a la personalidad de Marx que deberían ser más tomados en cuenta al formarnos una imagen de él; uno de los grandes pensadores que más ha sufrido el azote de la posteridad. Sus doctrinas quizá nunca tuvieron buenas perspectivas en la aplicación –esto pertenece a otra discusión–, pero sus desastres en manos de otros no deberían impedirnos ver la profundidad y relevancia del pensamiento que las originó. Así como las musas no son responsables de la calidad de la poesía que inspiran, los pensadores no pueden ser responsabilizados por las barbaridades que se hacen en nombre de sus ideas.






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