La sensación de inevitabilidad de una victoria del MAS en los comicios deja ya un margen significativo de duda, especialmente luego que el “efecto Chiquitania” comenzara a insinuarse en la intención de voto.
Y no es solo una percepción opositora, sino una admisión de los propios actores del oficialismo, incluido el vicepresidente Álvaro García Linera, que muestran cierta ansiedad en sus declaraciones.
Para la propia oposición este es un escenario inesperado. Las cosas no iban
bien para Mesa, que no había logrado superar la barrera del 25% y tampoco para
Oscar Ortiz, anclado en una franja del 9 al 11%.
Aunque la situación no ha variado sustancialmente para los opositores, la disminución de las preferencias por Morales genera preocupaciones de distinta naturaleza, relacionada con la pregunta que al menos el candidato de Comunidad Ciudadana puede hacerse ahora: ¿y qué hacemos si ganamos?
Si hasta hoy Carlos Mesa no había logrado proyectar una imagen ganadora se debió no solo a algunos errores propios sino sobre todo a una suerte de resignación que pesaba en el ánimo de más de dos tercios de los votantes, que observaban como una fatalidad la victoria del MAS.
Los incendios fueron, sin duda, y más allá de la magnitud de la tragedia, un punto de inflexión política.
La inocultable responsabilidad del gobierno en la aprobación de normas que beneficiaron a algunos sectores empresariales y a movimientos sociales afines, a costa de generar las condiciones para un desastre como el que afecta a gran parte del bosque seco chiquitano, definitivamente movió la fotografía electoral en Santa Cruz y seguramente hará lo propio –en menor medida– en otras regiones del país.
La actitud de los candidatos también ha cambiado. Mesa se muestra más firme y hasta parece haber roto con lo que había sido una norma en su compaña: la no confrontación con el presidente Morales. Ahora el exmandatario acusa a Morales y lo responsabiliza, por ejemplo, por lo ocurrido en la Chiquitania, y su tono es de mayor firmeza. Comenta menos, debate más y busca aclarar su propuesta.
Morales, en cambio, está más nervioso. Los incendios le quemaron el guion que había seguido desde hace meses y lo obligaron a adoptar el discurso de una estrategia de emergencia, muy parecida a la que aplicó en 2008 para quebrar el espinazo de la denominada “Media Luna” opositora, apelando a la polarización racial como una manera de restablecer, con escasas posibilidades de éxito, la iniciativa perdida en Santa Cruz.
En el MAS la segunda vuelta es mala palabra y ni siquiera tienen un plan para enfrentarla. Por eso, no son pocos los analistas que especulan sobre alternativas radicales a las que podría recurrir el partido de gobierno para prolongar su permanencia en el poder incluso pateando el tablero que fija fechas electorales y plazos constitucionales.
Pero la situación interna y externa no son las mismas que hace 11 años. No es fácil que internamente calen las denuncias de supuestos golpes de Estado y menos las de la conspiración de unas inexistentes fuerzas fascistas del oriente.
En el exterior, Morales ya no es visto como el indígena humilde y cercado por la derecha, que inauguraba un nuevo momento en la historia de uno de los países más pobres del continente, sino como un Presidente ambicioso que, no conforme con haberse elegido en tres oportunidades, busca una cuarta reelección pese a que los bolivianos le dijeron “no” a esa posibilidad hace casi tres años.
Los aliados de antes o no existen o tienen sus propios problemas. Lula preso, Chávez y Castro fallecidos, Correa prófugo y Maduro acorralado por la condena mundial, dejan a Morales como el último símbolo del período de auge de un populismo nutrido por una coyuntura económica extraordinariamente favorable.
En ese escenario, una pregunta se abre paso: ¿y si el MAS pierde? No son pocos
los que a la luz de lo que ocurre han comenzado a ensayar las primeras
respuestas.
Hernán Terrazas es periodista.