Oposición es una palabra que ya no se pronuncia mucho en Bolivia entre
otras cosas porque desde hace algún tiempo no se sabe de su existencia. En
otras épocas, cuando la democracia daba sus primeros pasos y también después,
los opositores eran un factor de equilibrio no solo en el Congreso, sino en
otros espacios de debate, como los medios de comunicación principalmente y
alguna que otra charla de café, donde al menos se ventilaban algunas ideas interesantes.
Pero la democracia se ha empobrecido con el tiempo, acaso porque la intensa gimnasia electoral de los últimos años ha dejado los músculos cansados o porque en definitiva algunas ideas parecen haberse impuesto definitivamente sobre otras. Los gobiernos populistas llegaron hace casi quince años y desde entonces nadie ha logrado construir un proyecto que pueda reemplazar al existente, ni una narrativa – palabra de moda esta – que logre alterar esa apatía que se apoderó de quienes en algún momento llenaron las calles para exigir algún cambio. Opositores vemos - de vez en cuando - pero proyectos no sabemos.
Y no todo es culpa de este o del anterior gobierno del MAS – que algo de responsabilidad tienen - sino de la incapacidad de las agrupaciones políticas de oposición y sus líderes de mantener vigencia y voz más allá de los períodos electorales. Una que otra vez regresan del silencio o el autoexilio algunos dirigentes para reiterar viejas críticas o formular diagnósticos de otra época para un enfermo que históricamente cambia de síntomas. Muchos actúan como si Bolivia fuera la misma que hace más de una década y como si Evo Morales no hubiera dejado el gobierno hace más de dos años.
Otro de los males opositores es pensar que trabajan – cuando lo hacen – con la esperanza de adelantar el fin de la gestión de gobierno o, ya en un extremo de las cosas, aventurarse a realizar autopsias anticipadas sin advertir que lo hacen sobre un cuerpo en movimiento. Es decir que por hablar a nombre de la democracia llevan sus posiciones a tal extremo que parecen conspirar contra ella. No es pues cuestión de esperar a que el otro se vaya, sino de prepararse para reemplazarlo.
Hay quienes creen que tienen una sola oportunidad en su vida política y no asimilan, ni canalizan las derrotas en dirección a una reflexión sobre aciertos y errores. Otros se creen predestinados y esperan un turno que no llega, y no falta el que se siente sobre calificado para un país que no lo merece y que no está a la altura de supuestas ideas visionarias.
Paradójicamente a los líderes les cuesta construir liderazgo. Son el imán en torno al cual se articulan grupos de interés meramente electoral y, una vez que los comicios quedan atrás, sus representantes, diputados o senadores, optan por manejarse con una autonomía cínica. Le pasa a Comunidad Ciudadana, que no tiene control sobre su bancada, le pasó a Demócratas, a Unidad Nacional y hasta a la Democracia Cristiana, que observaron cómo sus asambleístas tomaron su propio camino. El transfugio parece el mal de los partidos que no ejercen el poder hace mucho tiempo. Con la alternancia oficialismo-oposición que se daba hasta antes de 2005 este era un problema menos frecuente. Al menos había la esperanza cierta de que el tiempo pasaba más rápido.
Líderes de aparición fugaz, los dirigentes de hoy asoman de vez en cuando a las páginas de los diarios. Las más de las veces miden sus pasos y declaraciones. Es lo que pasa con la situación que enfrenta la expresidenta Jeanine Añez, el chivo expiatorio de un proceso en el que, unos más que otros, intervinieron todos. Ahora ella es la única en huelga de hambre y quienes le ofrecieron su respaldo para que asuma la presidencia constitucional en la transición hace más de dos años, hoy no recuerdan mucho sus viejos compromisos, salvo para una declaración coyuntural que apunta tal vez solo a guardar las apariencias.
Y lo peor de todo es que el ciudadano, sobre todo el que fue crítico y dejó testimonio de su coraje en defensa de la democracia, hoy carece de referentes. Refugiado en la rutina, está más cerca del desinterés que de la militancia en un horizonte compartido y convierte las escaramuzas individuales en la razón de su compromiso. La nueva política está hecha de esas manifestaciones aisladas. No alcanzan a ser coro, pero al menos son voces que resuenan cerca del poder.
¿Qué es oponerse? Por ahora, parece que todo se limita a la defensa y muy poco a la propuesta. Todos se sienten perseguidos aunque no lo sean y es muy poco lo que pueden hacer desde una especie de clandestinidad que han adoptado como coartada para la falta de ideas. “No es que no sepa qué hacer, es que no me dejan”, parecen decir con un aire lamentable de derrota.
La deriva democrática tiene mucho que ver con ciertas conductas intolerantes que han marcado las gestiones del MAS, pero también con el resignado cálculo de quienes creen prematura cualquier intervención y piensan que la política es un ejercicio que se practica cada cuatro o cinco años o a lo sumo un intercambio de frases creativas de vez en cuando.
Por ahora – es posible que eso cambie con el tiempo – hay una ciudadanía que desliza sus ideas en los corrillos digitales. Se opone o cuestiona algunas cosas -justicia, corrupción, feminicidios, contaminación, abusos y demás -, pero no piensa mucho más allá de mañana. Y es bueno que así sea, porque el futuro de la oposición – si alguno tiene – está en las voces críticas que suman todos los días y ejercen un contrapeso que es el germen de un liderazgo que asume los perfiles de un rostro multiplicado por sus diferencias. No es poca cosa.
Hernán Terrazas es periodista y analista
@brjula.digital.bo