Mientras fue presidente, Evo Morales demostró su odio manifiesto a dos sectores del mercado laboral de Bolivia, el de los médicos y el de los periodistas. Sobre su inquina a los primeros podríamos hablar en otra ocasión, pero, debido a la coyuntura, hoy me referiré a los segundos.
El señor Morales pasó de ser un desconocido dirigente de los cocaleros del Chapare a toda una celebridad gracias al periodismo que, incluso, denunció los abusos que habrían cometido en su contra las fuerzas antidroga a fines del siglo pasado. En ese entonces, la prensa no estaba en campaña, puesto que solo cumplía su deber de informar, pero, gracias en parte a su cobertura sostenida, Evo llegó a ser diputado en 1997 y, a partir de ahí, no paró hasta llegar a la presidencia.
Pero algo pasó luego de asumir la presidencia en 2006: su ritmo de trabajo, en el que apenas dormía unas horas, impactó directamente en su salud y comenzó a sufrir desvanecimientos. Eso, desde luego, era material periodístico y se publicó de esa forma, pero él lo tomó muy mal y criticó duramente a la prensa por ocuparse de su salud.
El otro hito es el “Quinto Encuentro Mundial de Intelectuales Artistas en Defensa de la Humanidad”, realizado en Cochabamba en junio de 2007, porque allí pronunció un discurso en el que dijo que sus principales enemigos eran “algunos” medios de comunicación social. El tiempo demostró que esos “algunos” eran los que no lo adulaban, pero el asunto era de fondo: la intención era controlar la opinión pública así que, a partir de entonces, comenzó la construcción de un aparato de propaganda estatal que actualmente se basa en las redes de Radio Patria Nueva y Bolivia TV, el satélite Tupaj Katari y el periódico Ahora El Pueblo. Pero, al ser estatales, la lealtad de esos medios está con el presidente así que Morales la perdió al renunciar.
El hecho es que Evo es uno de los muchos ingenuos que cree la fábula de que los periodistas trabajan para sus jefes, y no para el público. Hace solo unos días, expresó su repugnancia por lo que hacen “algunos” medios de comunicación en la cobertura a su criticado bloqueo de caminos y, en paralelo, su gente no solo atacó periodistas, sino que hasta intentó matarlos. El recuento menciona 25 casos de amenazas, agresiones, secuestros e intentos de asesinato, solo en este conflicto. Por tanto, esto no es solo la opinión que tiene un sector —el de los “evistas”— contra la prensa, sino una criminal acción premeditada en contra de otro, el de los periodistas.
Este es el resultado de la campaña desatada por el propio Morales e inflamada por Juan Ramón Quintana: “prensa vendida”, “el cartel de la mentira” y otras acusaciones cuyo propósito, el desprestigio, está suficientemente cumplido.
Los periodistas no somos trabajadores manuales, puesto que uno de nuestros instrumentos es el cerebro, que solemos utilizar, aunque los crédulos de la fábula no lo crean. Entre nuestros principios está el servicio al público, no a nuestros jefes. Es cierto que hay muchos que trabajan más para sus medios que para la gente, pero quienes seguimos la otra línea somos los denominados independientes, las principales víctimas de esta campaña de odio que ya ha rebasado todos los límites humanos.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.