Hace pocos días, Jorge Patiño Sarcinelli
concluía su columna titulada Sobre el origen de la violencia en Gaza,
señalando que, por encima de cuestiones ideológicas o étnicas, las
manifestaciones que durante estos días se dan en favor de Palestina en muchas
partes del mundo defienden principios universales de humanidad y compasión, que
no debemos abandonar. “Humanidad y compasión”. La primera no solamente
entendida como sinónimo de “género humano”, sino como empatía con los que
sufren desgracias. Y compasión como sentimiento de pena, de ternura y de
identificación ante los males de alguien.
Sin humanidad y sin compasión nada bueno puede construirse sobre la faz de la tierra, como no sea reiteración de los males que, durante siglos, acosan al género humano. Por eso es que todos aquellos que sólo se preocupan por “sacar la mercury” a sus adversarios (a los que en realidad consideran enemigos); todos aquellos que insultan, denostan, persiguen, encarcelan o procesan a quienes piensan diferente; todos los que viven pendientes de la venganza, todos los que celebran la incontinencia verbal de ciertos líderes, porque supuestamente con insultos y sin ofrecer disculpas están reconstruyendo sus países; todos ellos son militantes, conscientes o inconscientes, de la perpetuación de la situación de injusticia, marginación, exclusión, explotación y enfrentamiento en que viven tantos seres humanos.
La humanidad y la compasión que se sienten por los judíos asesinados por Hamás el 7 de octubre de 2023, prolongando el sentimiento por la manera en que fueron maltratados durante tanto tiempo y, sobre todo, durante el Holocausto, no puede privar a nadie de sentir la misma humanidad y compasión ante el genocidio que ha desencadenado Netanyahu ahora en contra de los palestinos que habitan la franja de Gaza. No es incompatible con la humanidad y compasión que sentimos por todos quienes sufren en este mundo: mujeres en Irán y otros países; opositores en Rusia, China, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia; homosexuales en tantas partes del mundo.
Es necesario, a veces, ir más allá de las herramientas que nos brindan las ciencias sociales, y adentrarnos en consideraciones más profundas para entender el porqué de ciertos actos y, en ese marco, Anselmo Grün y Leonardo Boff nos brindan reflexiones interesantes acerca de lo divino en el ser humano en el universo y sobre la irrupción del Espíritu en la evolución y en la historia.
El primero de ellos, que ha reflexionado acerca de “Lo divino en nosotros”, señala que Dios habita en cada ser humano, pero cada uno de ellos está íntima y profundamente ligado con el cosmos, para añadir que Dios es personal y suprapersonal. Una afirmación fundamental de Grün es que, para los cristianos, lo divino es una fuerza sanadora: Jesús cura a los enfermos y dice que el encargo que Dios le ha dado es llevar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracias del Señor. Remata su reflexión señalando que el amor es el origen y el fundamento de la creación entera.
Boff, por su parte, afirma que el Espíritu Santo atraviesa siempre la historia irrumpiendo especialmente en momentos críticos del universo, de la humanidad o de la vida individual de las personas. Dice que, por ejemplo, estuvo presente en el momento del big bang, hace 14.000 millones de años o en el momento en que la materia alcanzó la gran complejidad que permitió la irrupción de la vida hace 3.800 millones de años.
También estuvo presente en el colapso del imperio soviético, que era un sistema negador de los derechos humanos, en la globalización que nos lleva a considerar la Tierra como nuestra casa común, verificando lo que en 1933 dijo Teilhard de Chardin: que la humanidad empezaría a vivir la época de la noosfera, de la espiritualización.
El Espíritu actúa también en cosas más pequeñas, como los deseos de bienestar para los que cumplen años o se casan, en los sentimientos de pesar ante la muerte de seres queridos de los amigos, en las expresiones de la amada a su amado diciendo que bendice el día en que nació una persona a la que admira y respeta, en los reclamos por mayor justicia e igualdad en el mundo.
Pero, como nada es lineal, no todo se conduce conforme al Espíritu, lo que nos lleva a clamar: “Ven, Espíritu Santo, ven con urgencia”, para mitigar tanto mal y tanto dolor en el mundo y para salvar nuestra casa común.
Este es el sentido profundo de una festividad religiosa que acaba de celebrar el mundo católico: la fiesta del Espíritu Santo, la fiesta de Pentecostés.
Carlos Derpic es abogado.