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Columna Abierta | 08/10/2025

Reflexionando sobre los partidos políticos

Carlos Derpic
Carlos Derpic

La ciudadanía boliviana va a concurrir en pocos días a una segunda vuelta electoral para elegir Presidente y Vicepresidente. La Constitución Política del Estado de 2009 incorporó este mecanismo en reemplazo del que estuvo vigente desde la Constitución de 1967 (reformada en 1994), que determinaba que, si ningún candidato alcanzaba la mitad más uno de los votos válidos, debía elegirse a los primeros mandatarios en el Congreso entre los dos más votados (hasta 1994 se escogía entre los tres primeros). Nueva experiencia que se estrenará después de 20 años de gobiernos masistas, durante los cuales el partido azul hizo y deshizo las cosas a su antojo, fraude y violación de la Constitución incluidos.

En 2006, el ascenso del MAS al gobierno se produjo en medio de la crisis en que había entrado la democracia pactada, que tuvo también sus excesos como, por ejemplo, el establecimiento de una renta vitalicia para los presidentes de las cámaras de Senadores y Diputados, que fue dejada sin efecto ante la indignación que causó en la ciudadanía.

Ya para entonces se advertía la crisis en que se encontraban los partidos políticos como el MNR, ADN, MIR, NFR, MBL, FRI, UCS, PS, MIP, Condepa, PDC. Pocos de ellos sobrevivieron a la debacle y, para las elecciones generales de 2005, los primeros puestos fueron para el MAS y Podemos. El primero de ellos una sigla “cedida” por una organización política que sirvió para agrupar a movimientos sociales y otras organizaciones; el segundo, un reciclado, tal vez, de lo peor de los antiguos partidos de la democracia pactada.

Años antes, en la década de los 80, había comenzado las críticas a la democracia representativa. Una de ellas expresada en la expresión popular de “uno vota, pero no elige” y la otra en el hecho de que la ciudadanía era importante hasta el día de las elecciones, porque, una vez realizadas éstas, los candidatos se olvidaban de quienes los habían elegido y actuaban a su gusto y sabor. Es decir, la ciudadanía elegía a sus representantes que, sin embargo, no la representaban.

Fue el momento en que surgieron las denominadas “agrupaciones políticas ciudadanas” como un intento de modificar la práctica política de los partidos, aunque –justo es reconocerlo– ello no fue ninguna solución, como tampoco lo fue la inclusión de las diputaciones uninominales, salvo honrosas excepciones.

Lo cierto es que, a la fecha, las organizaciones políticas se han visto arrastradas por las consecuencias de la hegemonía masista, que no sólo supuso la casi eliminación de varios partidos, sino la pretensión de imposición de un partido y un proyecto político únicos y la desinstitucionalización del sistema político en el país, incluida le designación a dedo de los miembros del ahora denominado Tribunal Supremo Electoral.

Pues bien, ¿qué es un partido político? Hay autores que se han referido con detenimiento y profundidad al tema, como Maurice Duverger, Robert Michels y Giovanni Sartori, para no mencionar más que a tres de ellos. Suele decirse que los partidos son una suerte de intermediario entre la sociedad civil y el Estado. Lenin decía que eran la vanguardia política organizada del proletariado que, ubicada un paso delante de éste, lo llevaba a la toma del poder para la construcción del socialismo. 

En el “Sistema de información legislativa” del gobierno de México se lee que es una asociación de interés público que se conduce de acuerdo a ciertos principios e ideas, con los objetivos de canalizar y transmitir los intereses de la sociedad y posibilitar la participación de la población en el proceso político, por medio de la elección de representantes populares que ejercen el poder político.

Otros aspectos fundamentales de un partido político tienen que ver son su ideología, visión de país, programa de gobierno, estructura institucionalizada y una normativa que rige su funcionamiento. En torno a todo ello se nuclea a la militancia que, se supone, se identifica con los planteamientos del partido.

Nada de eso sucede en Bolivia en la hora presente y, para muestra, suficiente analizar lo que pasa con dos partidos que aún mantienen su sigla: el FRI y el PDC.

El primero de ellos, el Frente Revolucionario de Izquierda, cuya base fundamental fue el antiguo Partido Comunista Marxista-Leninista, de inspiración maoísta, es ahora un núcleo manejado por los herederos de su antiguo líder, Óscar “Motete” Zamora, que se vende y se alquila al mejor postor a cambio de algunas diputaciones y, tal vez, alguna senaturía para sus antiguos “cuadros”. En 2019 cobijó de Carlos Mesa y ahora, en 2025, a Jorge Quiroga. Ya en el pasado había pactado con el MNR y también con el MIR de Paz Zamora.

El caso del Partido Demócrata Cristiano es también patético. ¿En qué quedó su pretendida tercera vía (ni capitalismo ni socialismo), su adhesión a la Doctrina Social de la Iglesia y al pensamiento de Jacques Maritain y Emmanuel Mounier? Quienes hoy militan en el PDC son oportunistas, muchos de ellos incorporados luego de la primera vuelta electoral, que se ufanan hablando de los “camaradas demócrata cristianos”, sin tener la mínima idea de lo que fue ese partido.

Seguramente, si resucitaran sus antiguos dirigentes, como Vicente Mendoza Nava, Benjamín Miguel, Remo di Natale, Rafael Gumucio, Jorge Derpic Matulic, Richardo Bacherer, “Chuqui” Saucedo, Luis Ossio y varios otros, volverían a morir de inmediato al constatar la barbaridad en que se ha convertido su partido. 

No hay, como hubo en el pasado, formación de cuadros en los partidos alrededor de sus visiones y de su ideología. Por eso tenemos hoy peleles que balbucean tontería y media, y medias verdades cuando hacen uso de la palabra. Unos agresivos y otros señoritos y pretendidamente “académicos”.

Lo mismo si de candidatos presidenciales de trata: uno de ellos insultando y haciendo guerra sucia a más no poder y el otro sin poder contestar las preguntas que se le hace.

Pensando en los partidos y los candidatos de ahora (que también es justo reconocerlo, concurren a los debates y no se escudan en eufemismos como “yo debato con el pueblo”), se me vino a la mente un estribillo que cantaban los universitarios de La Paz antes del golpe de Banzer: “Ovando y Onganía, la misma porquería”.

Así es, todos son la misma porquería.

Carlos Derpic es abogado.



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