Escuché a un analista norteamericano concluir con sorna que así como los candidatos presidenciales hacen promesas que una vez instalados en el gobierno incumplen, Donald Trump está cumpliendo todas aquellas promesas que no hizo...
Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos pese a (o quizás por) su aparatosa “honestidad brutal”. En la campaña electoral reafirmó con desparpajo su nacionalismo y su populismo de derecha; y promovió sin ambages la cruzada contra la corriente woke. Llamó a su campaña con nombre y apellido.
Javier Milei, en Argentina, mostró durante su campaña proselitista similar franqueza. Desde su libertarismo, enrostró a los potenciales electores su motosierra, amenazando a “la casta” con la que acabaría apenas asumiera el mandato. Anunció una agenda radical por la que achicaría el Estado a su mínima expresión, y combatiría las políticas progresistas de los gobiernos kirchneristas (presentaría, por ejemplo, un proyecto para volver a penalizar el aborto).
De algún modo, Evo Morales logró mostrarse durante su primera campaña electoral más transparente que otros candidatos. Él se hallaba genuinamente convencido de su postura política y se lo percibía enamorado de su proyecto. Lo que lo hacía un candidato elocuente. Lo demás es historia.
Aun así, los bolivianos no estamos listos para candidatos que se presentan con una marca única. Preferimos a los que, con rodeos, nos ofrecen productos de toda índole: su oferta depende de la demanda. Por eso no tenemos partidos políticos que agrupen con rigor, según las ideas. Y solemos desdeñar -y hasta intentamos borrar- a los votantes que se salen de la media para coincidir con aspirantes de consignas rígidas o frontales.
Entonces, cuando aparece alguien como Chi, que declara de frente que no está de acuerdo con ciertos dogmas de la corrección política y expone un conservadurismo propio de una buena parte de la cultura popular (aunque no se lo quiera ver), los medios y las redes sociales se lo engullen. Esos mismos ingenuos que creyeron que el 10 de noviembre de 2019 la tierra se había tragado milagrosamente– a los millones de votantes del MAS, desconocen al 12% o más de bolivianos (mujeres incluidas) que no solo se identifican con el candidato coreano-boliviano, sino que confían en que una vez en la presidencia, cumplirá lo que prometió.
En verdad, no sabemos distinguir las ofertas porque la etiqueta de los productos que nos publicitan no dicen con claridad de qué están hechos. Y no obstante los ingerimos.
De ahí que escuchemos a un Jaime Dunn ruborizado, explicando que sí, que es de derecha, pero de la derecha buena, de la liberal. E incluso con esos datos, no exhibe todo el contenido, el que va más allá de los ingredientes económicos o financieros de su programa. Mucha gente de la oposición espera que ese personaje “disruptivo” se convierta en el outsider que reviente la papeleta electoral. Pero si no adquiere más confianza, no va a revelar los atributos políticos que pudiera poseer. No solo de cálculos vive el hombre (lo que en este caso se vuelve literal).
Por ejemplo, Samuel justifica su puesto de vicepresidente para Latinoamérica de la Internacional Socialista, advirtiendo –incorrectamente– que hasta el partido de derecha de Keiko Fujimori es parte de esa organización; la IS, por lo menos según Wikipedia, sigue con un tinte socialista. En vez de abochornarse, Samuel debería servirse de esa membrecía (como lo hizo hace un tiempo posteando con su selfi con el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez). Su alianza en estos momentos –que le ha aportado réditos electorales– está conformada por respetables políticos de centroizquierda. Un centro que muchos creímos desaparecido y que podría arrastrar hacia sí a algunos masistas decepcionados o a quienes no estén dispuestos a probar suerte con medidas derechistas –que se aplicarían con más dureza–, de un Jaime Dunn o un Tuto Quiroga.
A Manfred y a Tuto es más sencillo marcarles el paso. Quizás porque ya llevan un largo camino andado, les resulta más natural mostrar su rostro sin maquillaje (aunque tengan arrugas). Es más fácil seguirlos o tomar un desvío hacia otro lado.
No se trata de crear candidatos histriónicos, para eso hay que gozar de auténticas dotes actorales como las de Trump y Milei, y además los bolivianos somos más parcos. De lo que se trata es de contar con candidatos que se reconozcan y se acepten a sí mismos. Que crean su propio discurso con la suficiente fe en sus propuestas para venderlas con convencimiento (siempre hay compradores para todo). Ya si en unos meses esas propuestas no resultan como esperábamos, nos tendremos que joder, pues no se aceptarán devoluciones.
Daniela Murialdo es abogada.