En la anterior entrega, tomando como referencia El paraíso perdido de John Milton, describimos el fracaso del Gobierno del MAS respecto de la estrategia fallida referida a la economía plural que, en lugar de aproximarnos a la prometida vida paradisiaca, paulatinamente nos va acercando a vivir, a lo Rimbaud, Una temporada en el infierno. Este artículo, más o menos de manera similar al precedente, está dedicado a reflexionar en torno a la tentación, la desobediencia y el pecado de las políticas masistas en relación a otra estrategia política fracasada del Estado Plurinacional: la democracia intercultural.
En términos ideales, la democracia intercultural es un diseño institucional que busca una forma de democracia que reconozca y respete la diversidad cultural, étnica y lingüística de Bolivia. Se trata de una respuesta a la larga historia de exclusión y marginalización de los pueblos indígenas y otras minorías étnicas en nuestro país. Esta versión democrática reconoce que Bolivia es un país multiétnico y pluricultural, donde conviven diversas comunidades con sus propias tradiciones, idiomas y formas de organización social. Así, la democracia intercultural busca superar el modelo de democracia liberal occidental, que históricamente ha ignorado o subestimado estas diferencias culturales.
La enorme intención de la democracia intercultural en Bolivia es que ha tratado de integrar en diversos elementos democráticos la diversidad cultural y étnica del país. Producto de esta amalgama, esta forma de democracia incluye tres importantes instituciones: primero, la democracia representativa, que implica la elección de representantes a través de procesos electorales periódicos, en los que los ciudadanos eligen a sus líderes políticos y legisladores a nivel nacional, departamental y municipal, permitiendo que los diferentes grupos étnicos estén representados en las instituciones gubernamentales; segundo, la democracia directa y participativa, mecanismo institucional que permite la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones, la misma que incluye referendos, consultas populares y otros procesos de participación ciudadana en la elaboración y aprobación de leyes y políticas públicas; y tercero, la democracia comunitaria, que reconoce y valora las formas de organización comunitaria propias de las diferentes culturas y pueblos indígenas del país. Esto incluye la práctica de la autogestión y la toma de decisiones a nivel comunitario, donde las comunidades ejercen un control directo sobre sus asuntos internos, sus recursos naturales y su desarrollo socioeconómico.
La desobediencia y el pecado del diseño institucional, en relación a la democracia representativa es que, a pesar de los buenos deseos, no se consiguieron logros importantes: aún persiste la sobrerrepresentación política en el Órgano Legislativo, las innovadoras elecciones judiciales resultaron un fiasco, y, las primarias fueron un absoluto fracaso. En relación a la sobrerrepresentación, se debe señalar que, en la elección de senadores y diputados, aún persiste la violación del principio democrático: una persona igual un voto. La transgresión a este principio se manifiesta como sobrerrepresentación territorial (departamentos donde pocos votos eligen más escaños) y sobrerrepresentación política (partidos con menos votos logran más escaños).
En cuanto a las elecciones judiciales, este inédito y absurdo experimento fue un enorme fracaso en los dos procesos electorales (2011 y 2017): los votos blancos y nulos superaron a los votos válidos (voto por candidatos); al respecto, aún no se ha esbozado propuesta alguna para enmendar el elevado descredito de estas elecciones ni se ha planteado un mecanismo para incrementar los bajos porcentajes de legitimidad de las autoridades judiciales elegidas. En relación a las elecciones primarias cerradas, se advierte bajos índices de participación y un elevado costo económico en estas inservibles elecciones; en esta temática, tampoco se han formulado enmiendas para superar estas limitaciones. Estas insuficiencias democráticas son los botones que muestran que todavía estamos distantes del paraíso prometido.
En relación a la desobediencia y el pecado de la democracia directa y participativa, se observa que desde que se aprobó la vigente Carta Magna (2009) hasta la actualidad, en los distintos referendos la ciudadanía no fue consultada para definir alguna política pública, todas las consultas fueron sobre normativas (Estatutos y Cartas Orgánicas) y, hasta la fecha, no hubo referendos por iniciativa popular debido a que implican enormes y engorrosas barreras procedimentales. Sobre el revocatorio de mandato, hasta ahora ninguna autoridad fue revocada a pesar de que hubo cerca de 270 solicitudes en ese sentido. Al parecer, la democracia directa y participativa ha sido diseñada para no ser ejercida.
Finalmente, acerca de la desobediencia y pecados de la democracia comunitaria, debemos indicar que se ha idealizado demasiado esta forma de democracia, pero en la práctica resultó un burdo remedo de la democracia representativa a la que tanto se la criticó. Una revisión del Estatuto de la Autonomía Indígena Originario Campesina (AIOC) permite advertir claramente que se trata de una forma representativa de democracia: tiene su instancia deliberativa, su órgano ejecutivo y su órgano legislativo. Así, la democracia comunitaria terminó como un ideal sin realidad.
A manera de conclusión, reiteramos lo que dijimos en la última entrega, no debe juzgarse la democracia intercultural por sus buenos propósitos sino por los logros obtenidos que, en este caso, son un verdadero fracaso que nos distancia del paraíso prometido.
Eduardo Leaño es sociólogo.