Las contradicciones y las disputas entre
las fracciones evista y arcista han puesto de manifiesto la terrible crisis de
institucionalidad, no solo política sino a todo nivel en que la gestión masista
tiene secuestrado el país. La crisis del MAS es el producto de los 18 años de
desinstitucionalización, cuya profundidad es tan aguda que ha terminado
destrozando la propia institucionalidad que hoy complota contra los intereses
de Evo Morales y sus acólitos. Un efecto “boomerang” que las ambiciones evistas
no calcularon, quizá porque los servicios de asesoría cubanos no dominan el inglés.
De todo este enredo la primera certeza que rescatamos es que la unión del MAS solo era posible por una articulación de naturaleza racial. El poderoso lazo que mantuvo inquebrantable ese tercio de “voto duro” con el que Evo hacía lo que le venía en gana, no era más que una identidad de raza que él y su sombra maléfica, García Linera, proyectaron al Estado a título de “indianización”.
Los que llegaron con Luis Arce eran aquellos ciudadanos respetables que habían hecho plata con la economía informal y pasaron de contrabandistas a hombres de negocios con el aval “del jefe”, es decir una generación de migrantes rurales de antigua data que ahora pujaba por construir una plurinacionalidad bajo el mando económico de una burguesía chola. Hoy, del MAS que condujo Evo Morales en 2005 solo quedan los resabios de un intento histórico que pudo ser grandioso y murió en el océano de ambiciones personalísimas del caudillo, el racismo de su vice y la corrupción generalizada de sus acólitos.
La división del MAS, si la vemos en esta dirección, es la competencia de una cosmovisión india originario-campesina con el caudal social y cultural de un mediocre ciudadano de clase media que llegó al poder como un accidente de la historia o una garrafal equivocación de su jefe, Evo Morales.
Hoy no se enfrentan solo dos ambiciosos que han hecho del país su tablero de ajedrez, se enfrentan un desclasado clase media (lo que los masistas llamaban despectivamente “clasemediero”) y un indígena que representa una pequeña fracción de indios, porque la mayoría de ellos son hoy respetables ciudadanos de clase media aimara, quechua, guaraní, mojeña o de cualquier otra etnia nacional, y otros son pobres, y a veces muy pobres, pero dignos con aquella dignidad que les otorgó la ciudadanía emergente del voto universal, obra de Víctor Paz y no de Evo Morales.
Presenciamos pues el duelo entre las concepciones propias de un pasado munido de resentimientos históricos que heredamos de la colonia encarnados en Evo Morales, enfrentada –desde abajo– a los sueños de una burguesía y una clase media populares encarnada en Arce que, desesperados –porque la plata se acabó mientras el actual presidente era ministro del derroche– hoy ven con meridiana claridad amenazadas sus aspiraciones burgués-populares. La amenaza es un Evo radicalizado en todas las trincheras y las nuevas clases medias comprenden, temerosas, lo errado que estaban en medio de la borrachera de poder del evismo. Hoy, al final del día, parece claro que nadie abusa del poder impunemente, a lo que se suma que, más temprano que tarde la sociedad cierra filas y pide cuentas.
@brjula.digital.bo