La crisis de la democracia que asola el mundo occidental es en gran parte el producto del distanciamiento entre el líder y la comunidad por un lado, y por el otro, la crisis de representación y participación de la sociedad civil en el Estado. Ambos factores se llevaron por delante las ideologías que, mucho más pronto de lo esperado, fueron sustituidas por los espejismos de la realidad instalada en las redes sociales y plataformas de comunicación masiva como el Facebook, TikTok, WhatsApp y otras.
Frente a esto, la necesidad, por parte de los candidatos, de aproximarse cada vez más a la sociedad, a los ciudadanos de a pie, ha adoptado formas tecnológicas que aparentemente tendrían un efecto final positivo.
Particularmente –siguiendo a Byung Chu Han– pienso que el uso intensivo de las tecnologías virtuales complotan contra la cualificación de la democracia. En países con niveles superlativos de desarrollo tecnológico que ha superado con creces el numero de dispositivos inteligentes en poder de su ciudadanía, ya se habla del paso de la democracia a la infocracia.
Para los expertos las relaciones de base virtual erosionan al encapsular a los ciudadanos en burbujas algorítmicas que te mantienen atado a grupos en que escucharás, lo que instintivamente quieres escuchar, y opinarás lo que el común de los miembros de esa comunidad virtual esperan que opines.
La democracia pasa de esta forma a lo que los expertos han dado en llamar una “cámara de eco”, que es lo mas alejado al desarrollo del pensamiento crítico, libre y democrático. La capacidad reflexiva se reduce en función del “eco” que el ciudadano recibe. Empero, no se trata de una limitación autoritaria, se trata de una auto imposición con apariencia democrática.
En plena consonancia con el desarrollo de la civilización tecnológica, la forma más frecuente de fundamentar un criterio es a través del uso de datos e información, “la verdad” se presenta como producto de estudios empíricos en que la ingente cantidad información y datos parecen dar cuenta de la naturaleza de los fenómenos que nos rodean.
Los candidatos hacen uso selectivo intensivo y extensivo de este recurso, dando la impresión de un dominio de casi todos los aspectos de la realidad social, política, económica, medioambiental, etcétera.
Este recurso en el escenario de las redes sociales es básicamente incuestionable y, por lo general, parece dar fe no solo de su capacidad, sino de la certeza de sus posiciones o propuestas. Su aceptación suele ser automática, sin embargo, pocas veces estas “comunidades virtuales” ingresan en un debate serio y fundamentado sobre los argumentos de fondo del candidato.
Sucede por que los miembros de estas formaciones sociales no constituyen un “nosotros”, de manera que la política en estos grupos no adquiere un sentido claro, lo que el participante busca es, en el fondo, legitimarse a través del like que es algo así como la certificación de sus aciertos.
Se suma a esto la ausencia del “otro” real (dado que todos están dentro del mismo “enjambre”, término que los especialistas han creado para referirse a estos grupos encapsulados en determinados algoritmos, en realidad son personajes técnicamente virtuales, de manera que el candidato (por decir algo) transforma la participación en circuitos cerrados, laxos y de corta duración.
En esas condiciones la naturaleza misma del hecho democrático está siendo sustituido por una decisión virtual que no requiere un “discurso” o una “narrativa”. Claramente por ésta vía, la democracia pierde calidad y se transforma en un conjunto de actividades de corta duración, de significado variable o nulo, y de un estilo de participación imprecisa, falta de argumentaciones y debate, y cada vez más carente de fundamentaciones serias y racionalmente expuestas. Huelga decir que una democracia que no debate socialmente sus problemas y desafíos no es más que un buen intento de democracia.
Ante esto, la idea de transferir competencias, poder y capacidades resolutivas a la comunidad y sus organizaciones ciudadanas empieza a tomar cuerpo. Estas democracias de aproximación imprimen a la gestión local (municipal e incluso nacional) una dinámica de empoderamiento ciudadano que reconfigura la relación tradicional entre gobernantes y gobernados.
Al trasladar capacidades directivas a los ciudadanos, se generan espacios de participación más horizontales, donde las decisiones se construyen colectivamente y los equipos de apoyo adquieren un rol clave en la transformación de los procedimientos existentes.
En consecuencia, la democracia se redefine, alejándose de un esquema vertical y jerárquico para acercarse a una versión más colaborativa y flexible, en la que la voluntad de la comunidad prevalece sobre la imposición de liderazgos individuales.
De este modo, las democracias de aproximación consolidan una estructura social en la que el ejercicio ciudadano se convierte en el eje articulador de la acción política y el líder en el articular de los procesos de base; es decir, un mecanismo de aproximación cívica y ciudadana que permite gestionar una fase superior del desarrollo de la democracia representativa: la democracia ciudadana.
Renzo Abruzzese es sociólogo.