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22/12/2022
Vuelta

Un peligro llamado López Obrador

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Los mexicanos fueron siempre muy respetuosos de la autodeterminación de los pueblos. Es más, uno de los principios fundamentales de su política exterior fue siempre aquello de que el respeto al derecho ajeno es la paz, frase que se atribuye a Benito Juárez, primer presidente indígena de América Latina , pero también al filósofo alemán Immanuel Kant.

La solidaridad mexicana con miles de exiliados latinoamericanos en las décadas de los setenta y ochenta es algo que no puede olvidarse. Los exiliados de entonces no solo encontraban un refugio seguro para ellos y sus familias, sino incluso fuentes laborales acorde a sus capacidades, en el ámbito académico e incluso en la administración pública.

Muchos exiliados hicieron sus vidas en México y no regresaron a sus países.  Sin perder sus raíces argentinas, chilenas, bolivianas, peruanas o brasileñas, aprendieron que los arraigos maduran con el tiempo y los nuevos hijos nacidos ya en el país de asilo. Aquello fue, sin duda, de una generosidad sin precedentes y nadie puede caer en la ingratitud de negarlo o desvirtuar su sentido.

Pero durante los últimos años, desde que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó a la presidencia de México,  la política exterior de ese país abandonó sus postulados y principios originales. Olvidó lo del respeto al derecho ajeno y, de plano, se entrometió abiertamente en los asuntos internos de otros países.

La posición del gobierno mexicano en el desenlace de la crisis política boliviana de 2019 fue penosa. No solo avaló la teoría de un golpe inexistente, sino que dio asilo temporal a un personaje que nunca fue perseguido, Evo Morales, pese a su responsabilidad evidente en el intento de ganar una elección de manera fraudulenta

AMLO no solo desconoció al gobierno legalmente constituido de Jeanine Añez, sino que participó abiertamente de una “conspiración” narrativa destinada a subestimar el rol de la sociedad en el derrocamiento de un mandatario autoritario que quería prorrogarse por cualquier medio en el poder y que antes había desconocido el voto en contra de la reelección.

A diferencia de sus antecesores, en particular de quienes como los expresidentes Luis Echevarría Álvarez y José López Portillo, estuvieron ahí cuando las víctimas de las dictaduras los necesitaban, López Obrador se convirtió en un defensor de dictadores como Nicolás Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua, y más recientemente del peruano Pedro Castillo, cuya aventura golpista tropezó con una institucionalidad a prueba de ese tipo de caprichos y ambiciones.

El mandatario mexicano quiere asumir el liderazgo que tuvieron los hermanos Fidel y Raúl Castro en la izquierda latinoamericana desde el triunfo de la revolución cubana a fines de la década de los cincuenta del siglo pasado, aunque las circunstancias obviamente no son las mismas, sobre todo ahora que la denominada “derecha” juega en democracia y la izquierda radicalizada opta por ciertas formas de dictadura encubierta.


AMLO es un defensor de causas perdidas, como la de la vicepresidenta Cristina Kirchner, sentenciada a seis años de prisión por corrupción, la de Evo Morales, que deambula en los alrededores del poder en Bolivia creando tensiones y confrontación dentro y fuera de su partido y la de Pedro Castillo, quien intentó la vía rápida de la disolución del congreso peruano para eludir una vacancia también segura por “incapacidad moral”.

Lo más grave, sin embargo, es que cuando la política regional o la democracia más bien no se acomoda a las líneas que se dibujan desde el Grupo de Puebla, el camino que se sigue es el de la desestabilización, por diferentes vías, de los gobiernos que no responden a esa tendencia.

Ayer fue Bolivia, que experimentó movilizaciones y bloqueos que incluso impidieron el paso del oxígeno hacia los centros médicos en tiempos de pandemia y hoy es Perú, país agobiado por los bloqueos y la violencia de actores que defienden a Castillo de un otro “golpe” que, como el inventado para Evo Morales,  solo figura en la ficción radical.


Andrés Manuel López Obrador es un peligro para la región, como lo fue antes el venezolano Hugo Chávez, quien vació las arcas del que fue uno de los países más prósperos del mundo, solo para financiar, con suerte diversa, las aventuras radicales de los que después se convirtieron socios de su delirio bolivariano.

AMLO dejó atrás la solidaridad de una diplomacia elogiada por propios y extraños, y abrazó sin sonrojarse la causa de la conspiración. Refugio de perseguidos en el pasado, desgraciadamente México es hoy guarida de autoritarios.



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