Como se dice coloquialmente, “estos tipos no aprenden” y lo malo es que, con sus ambiciones y egos desproporcionados, jugaron con las expectativas de una ciudadanía que, una vez más y a regañadientes, les quiso dar una oportunidad a pesar de tantas demostraciones pasadas en que las cosas no funcionaron. Fallaron otra vez y esta vez sí es la última.
Buscar uno o más culpables a estas alturas, parece un ejercicio estéril. Tal vez, hay que decirlo, el mayor responsable fue Jorge Tuto Quiroga, que se resistió a aceptar el veredicto de las encuestas con el pretexto de que ya no era el tiempo legal para hacerlas.
Pocos días antes de esto, un par de estudios mostraban que el candidato de Libre no tenía las de ganar en el bloque, pero tampoco se trataba de algo definitivo como para armar semejante “berrinche” político. Apenas un 1%, el margen de error se dice en estos casos. Todo podía suceder, incluso que Quiroga resulte ganador, pero no, había que dinamitar la unidad y llevar las cosas hasta la ruptura definitiva.
Ya no hay unidad. Al menos no como se la concibió con cautelosa esperanza al principio, cuando los líderes que aseguraban ser la oposición “verdadera”, le dijeron al país que esta vez sí era en serio, que habían llegado a un acuerdo para que uno de ellos, por primarias o encuestas, fuera el elegido y los otros cerraran filas en torno suyo para derrotar al enemigo común.
A muchos no les dio tan buena espina la formación de ese bloque. Se dijo, desde el principio, que había mucho juego de egos de por medio, que difícilmente uno de los que aparecían con mayores posibilidades, Doria Medina o Quiroga, iba a aceptar que el otro fuera el ganador.
Es más, en las intervenciones públicas, ambos, no consideraban siquiera la posibilidad de quedar segundos y mucho menos, claro, de formar parte de un binomio. Eran solo presidenciables. Unidos sí, pero hasta por ahí. Impensable ser vicepresidentes el uno del otro.
Y el camino estuvo plagado de esas piedras de la política nacional: la desconfianza, la maniobra, la chicana, el sí, pero no, los ataques por encima y por debajo de la mesa, las insinuaciónes, en fin, lo de siempre, sobre un escenario en el que se concentraron las expectativas de una parte, acaso la mayoría, de una sociedad, dispuesta a cerrar filas por el cambio.
Y sucedió lo que se temía. La construcción de la unidad demoró meses, la ruptura llegó en unos cuantos días, con la bendición definitiva, la de Carlos Mesa, quien abandonó el barco en plena zozobra, como si con esa actitud quedara a salvo de un naufragio compartido.
Ya no hay mucho más que decir, ni escuchar. Seguramente las próximas horas y días estarán plagados de mensajes y justificaciones, de disculpas tardías por haber defraudado a un país y comprometido su futuro. ¿Fortalecer la democracia? ¿Salvar la economía? ¿Luchar contra la corrupción? Si ni siquiera pudieron “soportar” la unidad, ¿serán capaces individualmente de hacer algo?
Nada será creíble, porque no hay explicación posible para semejante desenlace, porque nadie se va a tragar el cuento de que todavía hay una remota posibilidad de reconducir todo, porque la gente está comprensiblemente “emputada” y deberá pensar muy bien si hay alguien en quien confiar para recuperar la esperanza que se robaron unos cuantos.
Lo que queda, tal vez, como ya se dicho, es jugarse nuevamente por la renovación, por romper con las polarizaciones, dejar atrás los radicalismos, a los Milei de pacotilla, lo mismo que a los renovadores de la “continuidad”, para intentar que el país encuentre rápidamente un rumbo. Ahora todo queda en manos de la gente.
Hernán Terrazas es periodista.