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Vuelta | 17/06/2025

El suicidio del MAS

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Lo de Evo Morales, la semana pasada, fue una especie de suicidio. Aunque ya antes, en Sacaba, y con la muerte de los esposos Andrade, había dado muestras del extremo de crueldad y violencia al que podía llegar para conseguir sus objetivos, esta vez se trató de su último y desesperado movimiento por conservar un liderazgo que ha ido perdiendo irremediablemente.

La decadencia del MAS, que se expresa de múltiples maneras, incluido el asesinato de cuatro jóvenes oficiales de policía y de un estudiante en Llallagua, no es, sin embargo, la decadencia de las causas populares e indígenas.

Hay, seguramente, una agenda de reivindicaciones sociales que no depende exclusivamente de lo que puede hacer un “instrumento político”, sino de la capacidad que tienen las bases para dotarse de una nueva dirección, sin los vicios, ni los síntomas de la que hoy se extingue, con todo y sus liderazgos más conocidos.

Llallagua no solo golpea a Morales, sino al conjunto del MAS, a los históricos y a los aparentes renovadores, como Andrónico Rodríguez que, en un arranque de sinceridad, justificó las acciones de los bloqueadores argumentando que sus reclamos eran contra el alza del costo de vida y no solo a favor de la imposible habilitación de Morales como candidato.

Afecta, también, al propio gobierno, heredero forzado de la sigla, de la historia partidaria, de la violencia, la polarización, la impostura económica, las acciones fraudulentas, la persecución y demás. No basta con la reacción tardía y final para cerrar el capítulo de la tragedia que se vivió en el norte de Potosí.

Las complicidades no pueden ignorarse solo por marcar distancia a última hora, por simular una renovación que en realidad no cambia nada. No se puede renunciar al pasado impunemente y salir a escena con un nuevo disfraz solo para confundir, pero no para cambiar nada.

El suicidio del MAS pasa por la violencia reciente, pero también por la pésima gestión económica que puso el país al borde de la quiebra, por la desinstitucionalización dramática del Estado, el sometimiento abusivo de la justicia, la violación de las libertades, el acoso sobre los medios de comunicación críticos y el hostigamiento permanente a los adversarios.

Los males del partido de gobierno no son los de la izquierda democrática, ni pueden serlo ahora que el mundo enfrenta la arremetida de una versión primitiva de la derecha, tan peligrosa e ignorante como su antípoda, que pretende dar marcha atrás en una serie de conquistas acumuladas por la humanidad a lo largo de décadas.

Nadie puede sentirse ganador sobre los escombros institucionales, la frustración y la desesperación pública. También, los que esperaron sentados e impasibles para ver pasar el cortejo de sus coyunturales “enemigos” son parte de esa historia. A la gente le toca ahora elegir un nuevo rumbo, más allá de las polarizaciones y el artificio de las consignas.

Hernán Terrazas E. es periodista.




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