Varios analistas mencionan que, salir de la crisis actual, necesitará “otro 21060”. El doctor Juan Antonio Morales, actor directo en el equipo que diseñó e implementó el ya famoso Decreto Supremo 21060, ha compartido lo que fue el proceso de análisis y de reflexión que culminó en la redacción de esa norma. Considera que superar la actual crisis, que tiende a agudizarse día a día, requerirá de un nuevo proceso de discusión amplia y alerta que “si bien el país está mejor preparado intelectual y técnicamente que en 1985, hay empero menor voluntad de concertación (…). El obstáculo principal para plasmar ideas en realidades, es político, ya que ellas necesitan un consenso de la población, similar al que se llegó en 1985”.
Concuerdo totalmente en la necesidad de reflexionar y lograr consensos para aplicar una serie de urgentes medidas que frenen la crisis y reconduzcan la economía hacia un sólido desarrollo. Al respecto, para sumarme al aporte de ideas, paso a poner en mesa dos comentarios sobre el tema: primero, que el 21060 logró estabilizar la macroeconomía, pero engendró negativas secuelas para el desarrollo sostenido; y, segundo, que los obstáculos políticos que menciona el doctor Morales son alimentados por el propio debate entre economistas.
Hay mucho escrito sobre el 21060 y son bien conocidas las medidas aplicadas: devaluación y tipo de cambio administrado; drástica reducción del déficit; reforma tributaria; acuerdo con el FMI; y moratoria en el pago de la deuda. Jeffrey Sachs reconoce que la teoría económica no puede explicar el súbito fin de una hiperinflación a pocos días de promulgado el 21060. La explicación estaría en la creación del “bolsín”: estabilizó el mercado paralelo y devolvió a la gente la posibilidad de mantener al dólar como referente de valor. Es decir, la confianza de las personas en la seriedad y pertinencia de las medidas adoptadas se reflejó de inmediato en su comportamiento económico. El caso de Milei en la Argentina podría tener similar explicación. Es posible entonces que el déficit fiscal o “la impresión de billetes” que tanto preocupan hoy a los economistas, no sean realmente causas de una inminente escalada inflacionaria.
Sin embargo, a pesar del éxito en estabilizar la macroeconomía, el 21060 dio el marco que originó muchos de los problemas que ahora son parte de los factores que alimentan la crisis. Menciono dos. Primero, abrió el camino a la financiarización de la economía que, el MAS, lejos de repudiar como se esperaría de un modelo socialista, ha llevado a extremos: entre 1990 y 2005, en promedio, la utilidad anual del sistema financiero (SIF) era 15 millones de dólares, pero desde 2006, ha llegado a superar los 350 millones; su patrimonio de 300 millones en 1990, hoy es del orden de 3.000 millones de dólares, con ingresos financieros y operativos anuales de esa misma magnitud y activos financieros totales que superan el PIB nacional.
Nada de esto se reflejó en el crecimiento de la economía real. El FMI y el BM, que aún alientan el capitalismo financiero, han publicado estudios propios que muestran que la financiarización es la principal causa del resurgimiento de la concentración de la riqueza y el incremento de la desigualdad que acompañan la precarización del empleo a nivel mundial.
Segundo, con el 21060 y la financiarización vino el microcrédito, que ocultó la despreocupación estructural del neoliberalismo para crear empleo (sustituye el pleno empleo keynesiano con la Tasa de Desempleo No Aceleradora de la Inflación (NAIRU, por sus siglas en inglés); el “emprendedorismo” es el eufemismo del cuentapropismo al que se forzó a amplios sectores de la población. El MAS, lejos de restituir el ideal del empleo digno que podría enarbolar un socialista, incrementó la informalidad a más del 85% de la población ocupada y, más aún, ha fidelizado políticamente a los sectores informales mediante mecanismos varios. El efecto final es que la productividad laboral ha caído al último lugar en América Latina, el comercio informal ha desplazado a la producción nacional del mercado, y, en suma, nada se hizo estructuralmente para desarrollar la capacidad interna para crear empleo y valor, que es la única vía real de reducir la pobreza.
Cierto, el 21060 logró la estabilidad monetaria que el presidente Paz Estensoro dijo duraría al menos 20 años, período en el cual se deberían realizar las transformaciones profundas, necesarias para el desarrollo sostenido. Cuarenta años después me inclino a dudar que estemos mejor preparado intelectual y técnicamente que en 1985: la pugna “derecha vs. izquierda” ahora distorsiona también los debates económicos en la academia.
Fortalecidas por el fenómeno Milei, las ideas “liberal-libertarias” tienen la delantera en posicionar sus visiones de la economía. El discurso está centrado en que, el fracaso del MAS, es una nueva demostración del fracaso del socialismo y de las ideas keynesianas que aplica. Naturalmente, para quienes por convicción o por simple adoctrinamiento, se siente identificados con el actual “modelo”, el discurso “liberal-libertario” trae de vuelta la imagen de los “fachos vende patrias”. Y para amplios sectores no alineados ideológicamente, el que conocidos economistas satiricen muchos aspectos del debate, tiende a banalizar problemáticas que son realmente muy serias.
Cuando las ideologías se imponen a la razón, los problemas de la economía, sus causas y sus soluciones, dejan de ser analizados en el contexto de la realidad, para encasillarlos en “modelos teóricos mat-económicos”, en un caso, o en un “deber ser social” idealizado que poco tiene que ver con cómo construir una economía sostenible, en el otro. La percepción de los problemas desde cada enfoque, termina siento modelada por la ideología; e incluso si el problema fuera correctamente identificado, la selección de las posibles soluciones queda limitada a las que pasan por el respectivo filtro ideológico.
Creo pues que el obstáculo político que identifica Juan Antonio está siendo directamente inducido por los propios economistas –la intelectualidad académica–, que deberían explicar técnicamente, en primera instancia, las causas de los problemas que enfrenta la economía, y a proponer, a los políticos y a la sociedad, las soluciones. Si éstas están avaladas por debates amplios y abiertos, seguramente también tendrían mayor nivel de aceptación social, por muy duras que sean las medidas y grandes los sacrificios a corto plazo.
Una economía no es saludable por su tasa de crecimiento; lo es por el nivel de bienestar que genera para el conjunto de la sociedad. Si la sociedad percibe que la economía va en esa dirección, a nadie le importará un pepino si las políticas aplicadas para lograrlo son zurdas, fachas, o fueron copiadas de los marcianos. De lo que no tengo duda, es que otro 21060 en 2025 estaría muy lejos de ser suficiente: es duro aceptarlo, pero estamos peor que en 1985.
Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo.