Hasta hace pocos meses hablar de un gobierno débil del MAS parecía imposible, pero considerando las amenazas que agobian hoy la gestión del presidente Luis Arce, no hay otra manera de describir la situación. Arce está rodeado por todos los flancos y hasta ahora no demuestra mucha habilidad política o técnica para encontrar una salida.
El prestigio de Arce como economista está a prueba. Las cosas no han ido bien con el manejo de la crisis del dólar. Es más, el Banco Central de Bolivia en lugar de transmitir certeza ha creado más confusión e incertidumbre y el presidente ni se ha referido al tema. No fue un problema de comunicación, sino de las decisiones que se tomaron. Cuando algo se hace mal y se lo difunde peor, el remedio solo agrava la enfermedad.
Lo más probable que las cosas no estén tan mal como parece, pero no hay nadie que demuestre eso con credibilidad. La gente ya no confía mucho en el gobierno. Eso no es serio cuando se habla de política, pero es dramático cuando se habla de economía.
Pero el presidente también se ha quedado sin partido. Hay un partido de gobierno, que no necesariamente es el MAS, conformado por gente que recibe un sueldo cada fin de mes. No son militantes, son burócratas y están dispuestos a jugársela por el jefe mientras reciban su boleta de pago, pero hasta ahí.
Poco a poco, el MAS va dejando de ser el instrumento y se convierte en el
conjunto de organizaciones que en muchos casos no saben a quién seguir, porque
en el fondo ya no existe un proyecto común y ni siquiera un liderazgo claro que
pueda inspirar a todos y conducir las cosas hacia una nueva reproducción del
poder.
Cuando Evo Morales llegó al gobierno en 2006 todavía la gente pensaba que había que darle una oportunidad a la izquierda después de más de dos décadas de modelo “neoliberal”. Entonces, hablar de nacionalización de los hidrocarburos o de un estado plurinacional, de una segunda reforma agraria o de la reforma socialista de la educación, parecían consignas atractivas para un electorado que se había quedado con las ganas de hacer la revolución.
Pero Arce llegó al poder sin ilusiones para compartir y se sabe que en la izquierda las “ilusiones” lo son todo o casi. Por eso ahora, los viejos amigos dicen que el gobierno está más cerca de la derecha. Hasta se lo acusa de hacer pactos con el imperio y de traicionar al líder histórico, entre otras cosas.
En el peor de los mundos, el presidente no está bien ni con Dios, ni con el diablo. A uno le debe velas y con el otro le cuesta negociar su alma. Fue muy duro con sus adversarios políticos, como para esperar que de ellos venga un respaldo coyuntural y no supo administrar bien las tensiones con sus aliados partidarios.
Guardando las diferencias, porque obviamente las hay, la situación del gobierno de Arce es cada vez más parecida a la del de Carlos Mesa: no tiene las calles y le cuesta mantener lealtades en la Asamblea. Es cada vez más la gestión de Arce y cada vez menos la del MAS, con todo lo que ello implica.
Por eso, en los últimos días la Central Obrera Boliviana (COB) se lanzó con un pliego donde pide 10% de incremento al salario mínimo, precisamente cuando lo que menos hay es plata. Nada mejor para los trabajadores en tiempos de negoción que un gobierno acorralado y con pocos reflejos. Los maestros van por el mismo camino.
Con dificultades para salir del enredo del dólar, golpeado por la división interna, acosado por los actores sociales y ya sin estructura política de respaldo, al presidente se le cierran los caminos. Le queda la carta de la capitulación: dejar el poder real y la candidatura de 2025 a Evo Morales a cambio de cierta estabilidad. Se trata de mantener el puente, aunque él ya no pueda llegar a la otra orilla. Es lo que pasa con un gobierno débil.
Hernán Terrazas E. es periodista y analista
@brjula.digital.bo