El presidente Luis Arce realizó un análisis muy optimista y poco autocrítico de sus primeros seis meses de gestión. En suma, dijo que lo bueno comenzó cuando él llegó y que todo lo malo fue obra del gobierno “golpista” de la exmandataria Jeanine Añez, un guion del pasado que ya no sirve para explicar el presente.
Como no podía ser de otra manera, puso como ejemplo el manejo de la pandemia. Aseguró que el gobierno anterior no tenía pruebas para la detección del COVID y mucho menos vacunas. Además subrayó que en lo que va de su gobierno se entregaron exámenes gratuitos a los bolivianos más pobres - ¿cuáles? - y que se ha mejorado la dotación de elementos de bioseguridad a los bolivianos - ¿a quiénes?- .
Aunque es evidente que hay más vacunas para los bolivianos y que la gente actúa como si el peligro hubiera pasado, la alarma no deja de sonar cada que sabemos que se alcanzó un nuevo pico histórico de casos de Covid-19 en el país. Bolivia no es tan buen alumno en la gestión de vacunas. Preocupa, por ejemplo, que quienes recibieron la primera dosis, no reciban la segunda dentro de los plazos recomendables. Es fácil echar la culpa a los laboratorios transnacionales y su insensibilidad con los más pobres, pero basta mirar hacia Uruguay y Chile para advertir que no todos los cojos le echan la culpa al empedrado.
El tema de las vacunas ha comenzado a generar suspicacia. Se habla de acuerdos “secretos” con países proveedores como China y Rusia, a los que se “pagaría” con inmejorables oportunidades para explotar algunos recursos naturales. Las noticias vuelan, las dudas circulan, pero el gobierno no aclara nada.
Sobre la economía, Arce volvió a hablar de las bondades del modelo y de los buenos signos de recuperación que se advierten en los principales indicadores. En este, como en todos los temas, tampoco se olvidó del “gobierno anterior” al que acusó de haber paralizado todas las obras y truncado el crecimiento sostenido heredado de la administración de Evo Morales. Dejó en claro que la estrategia de desarrollo de su gestión girará prioritariamente en torno a las posibilidades de industrialización del litio, un tema que por cierto se viene tratando desde hace por lo menos 30 años, sin que hasta la fecha se haya conseguido que una sola de las baterías de litio que operan en celulares y vehículos tenga “una molécula” de ese metal.
Los empresarios bolivianos tienen una percepción muy diferente a la de Arce y se la hicieron saber en vísperas de las “celebraciones” del semestre. “Medidas como los aumentos salariales en plena crisis, la coerción impositiva, las barreras a las exportaciones, la emisión de normas que afectan al empleo, la inacción frente al contrabando, la presión sobre el sistema financiero, la falta de diálogo y el consenso y el rechazo a los avances en ciencia y biotecnología (transgénicos) son resultado de una visión anacrónica” que va en contrasentido a lo que hacen otros países para salir de la crisis. Después de mucho, mucho tiempo, el sector privado no se guardó nada, a riesgo de que, como ocurre hasta el día de hoy y desde que Arce llegó al poder, las puertas de la Casa del Pueblo continúen cerradas para ellos. De todas maneras, el diagnóstico presentado por el empresariado no deja de ser preocupante.
El estilo del presidente es de poca apertura. No quiere reunirse con los nuevos alcaldes solo porque son opositores y aunque existan muchos temas en la agenda cuyo manejo depende de una buena coordinación entre diferentes niveles del Estado. Hay alcaldes que quieren hablar con él, pero les responde el portero. Hay gobernadores que quieren un trabajo conjunto, pero sus mensajes se enredan en los vericuetos burocráticos que rodean al mandatario. Con los empresarios pasa lo mismo, pero al menos a algunos los recibe Evo Morales, quien oficiosamente se ofrece para escuchar y buscar soluciones.
El gobierno de Luis Arce pudo haber tenido un sello diferente, pero una vez más
se entendió la votación recibida, más del 55%, como un cheque en blanco para
abusar y no como un mandato para restañar heridas que desde hace mucho le hacen
un daño profundo al país.
El presidente podría abrirse a acuerdos no solo con las otras fuerzas políticas, sino con actores sociales y privados que, sumados, son determinantes para que los buenos resultados de la gestión se reflejen en todos los órdenes. Lamentablemente hasta hoy esas señales no llegan. Por el contrario, la venganza se ha vuelto rutina, la persecución una peligrosa costumbre y el consenso un exotismo.
La justicia es una fábrica de casos y actúa a pedido. No importa que no haya elementos de prueba o razones jurídicas que sustenten la detención preventiva de los adversarios, al final siempre se encuentra el atajo, la argucia, la salida que lleva al desenlace esperado por quien genera la orden. Y las víctimas de esta situación no son solo las ex autoridades, sino el ciudadano común que observa cómo la justicia no deja de estar al servicio del poder.
La sensación que queda al cabo de estos seis meses es la de un gobierno atrapado. Podía ser diferente, pero está empeñado en parecerse a la peor faceta de su antecesor. En la relación política, no hay ninguna diferencia. Tal vez los operadores no tengan el histrionismo de los anteriores, pero hacen un trabajo parecido.
En el campo económico es igual. No importa que Bolivia no sea la misma que la de hace dos años, que haya de por medio una pandemia que dejó una estructura tambaleante y desafíos completamente diferentes. Se quiere aplicar las mismas recetas, pero no se dan cuenta que los ingredientes han cambiado y que las expectativas son también distintas. Como alguien dijo, no se puede responder de la misma manera cuando las preguntas son otras.
Por parecerse demasiado a Evo o dejar que el estilo del expresidente
prevalezca, Arce es un administrador de sus propias limitaciones. No es, como
creen algunos, un mandatario que ha convertido el gris en luz, lo cual podría
ser positivo si se lo compara con la apuesta por el culto a la personalidad de
los 14 años anteriores; lo que en realidad ocurre es que no ha logrado dar un
matiz personal a su gestión. Por supuesto que no es el caudillo clásico al que
nos tiene acostumbrados la política boliviana, pero en lugar de explotar y
capitalizar esa que en realidad es una fortaleza en estos tiempos de necesidad
de un liderazgo democrático, se ha
abandonado más bien a aceptar un disfraz incómodo.
El problema de que el gobierno esté atrapado por fantasmas y dogmas deja al país en una situación muy complicada. La falta de respuestas o lo anacrónico de las mismas puede ocasionar un agravamiento de los principales signos de debilidad y Bolivia correr el riesgo de mantenerse con las viejas ataduras que empobrecen su democracia, debilitan su economía y vulneran su institucionalidad. Lo malo es que van seis meses y no hay señales de que el libreto pueda cambiar.
Hernán Terrazas es periodista