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El Tejo | 09/09/2019

Un buen candidato de otro tiempo

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

A estas alturas de la campaña electoral, que Bolivia Dice No ocupe el tercer lugar en la preferencia ciudadana corre el peligro de convertirse en el “tercero de la discordia” por la acción del MAS, la tendencia predominante al voto útil opositor y muchos de sus no muchos seguidores fanáticos. 

A lo señalado puede añadirse la particular situación del candidato presidencial Oscar Ortiz Antelo por el incendio de la Chiquitania, que, al parecer ha afectado su popularidad y abierto la posibilidad de reducir el afecto que conquistó desde que se lanzara al ruedo electoral en 2018.

Hay que recordar que lo hizo sobre dos bases legítimas: ser dirigente de Demócratas, un partido estructurado, cumplir, como pocos, su atribución fiscalizadora como senador opositor de la República y ser uno de los principales denunciantes de la corrupción que corroe al MAS y a la gestión gubernamental (ambas actitudes, además, permitieron, como me sucedió, dejar en un tercer plano el craso error que cometió en 2008, cuando aceptó la sugerencia de Jorge Tuto Quiroga y Luis Vásquez de impulsar desde el Senado, que presidía, la convocatoria a un referendo revocatorio del Presidente de la República).

Probablemente, de las dos candidaturas principales (no cuento la del oficialismo por ser inconstitucional) la de Ortiz es la que más claridad ideológica expresa. Ortiz, por formación y vocación, es un hombre de derecha imbuido de valores democráticos. No se trata de algo baladí. En la historia contemporánea del país la derecha ha tratado de vestirse de progresista o nacionalista, cobijándose siempre en el Estado. Ortiz rompe esa postura y se presenta como es. Obviamente, esto le ha ayudado a crear una imagen atractiva que, empero, ha chocado con buena parte de la intelectualidad denominada progresista, fundamentalmente la radicada en La Paz, que no ha dudado en descalificarlo asegurando con argumentos maniqueos que sólo es la expresión sumisa del empresariado cruceño, al que se acusa de no pensar en el país sino en su propio beneficio (como si eso nunca hubiera sucedido con el empresariado de otras regiones del país).

En ese sentido, Ortiz tiene suficiente legitimidad política. Pero (y no es un pero cualquiera), son las circunstancias las que no le son propicias, porque hay una demanda ciudadana opositora al proyecto del MAS y a su inconstitucional binomio de no dar prioridad a los postulados programáticos y, más bien, dar cauce a una amplia alianza que permita derrotar a quienes ilegítimamente quieren prorrogarse en el poder.

Esa realidad es la que nos impide actuar conforme a cánones tradicionales y lógicos, y elegir a la candidatura que creemos que mejor nos representa, porque postulan visiones diferentes (el MAS, la izquierda radical; Comunidad Ciudadana, corriente de centro izquierda cercana a la socialdemocracia, y el Bolivia Dijo No la derecha) y conviven pacíficamente, pues se trata de adversarios y no enemigos. Lamentablemente, una vez más se ha impuesto la necesidad de votar “en contra”.

Obviamente, si cambia la realidad de la disputa electoral, cambia la forma de encarar una campaña electoral. De acuerdo a los manuales, en tiempos normales quien se encuentra encabezando la preferencia electoral, trata de distanciarse lo más posible de quienes lo siguen, mientras que quien ocupa el segundo lugar, concentra su estrategia en contra del primero para desbancarlo; el tercero al segundo, y así sucesivamente.

Ortiz ha estado siguiendo esta estrategia, pero, por lo que se percibe, ha llegado a su tope, pues parece que crece en la ciudadanía la convicción de que el objetivo principal es recuperar el sistema democrático, y para lograrlo todas las candidaturas opositoras deben abrirse a una alianza política. Es decir, hay que archivar los manuales electorales e impulsar acuerdos políticos en esa dirección.

Así, Ortiz se enfrenta a un grave dilema: mantener la estrategia electoral que ha adoptado para desbancar a la candidatura que lo precede y ocupar ese lugar o, siempre y cuando haya apertura a la negociación en las candidaturas opositoras, aceptar identificar con ellas al adversario principal.

Tengo la presunción de que si opta por la primera alternativa, su futuro político podría estar en riesgo; en cambio, si va por el acuerdo garantizaría ser un buen candidato para otro tiempo, porque lo que ha hecho hasta ahora muestra que tiene visión nacional, ideología, partido y liderazgo.

Juan Cristobal Soruco es periodista.



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