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Cartuchos de Harina | 12/02/2022

Ucrania y Colombia no quedan tan lejos

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

A raíz de la visita del mandatario argentino a Moscú, la agencia EFE, DW y France 24, entre otras, titularon sus notas con la oferta de Alberto Fernández de que Argentina sea “una puerta de entrada” de Rusia a América Latina. Esos medios europeos no leyeron ese deseo del presidente argentino como una mera invitación a saborear un asado peronista. Y el Departamento de Estado filtró su emplume por otras palabras de Alberto en ese periplo.

Quizá ingenuamente, Fernández se metió en la tensión en Ucrania, entre los esfuerzos alemanes y sobre todo franceses por llevar a Putin a la mesa de negociaciones. Y ya en España se discute quién es prorruso localmente. Este paisaje se parece menos a la Guerra Fría que al ciclo de preguerra y guerra que la precedió, cuando Bolivia también debía tomar vocalmente partido internacional.

En enero, el viceministro de Exteriores ruso, Sergei Ryabkov, dijo que “no se descarta un despliegue militar ruso en Cuba y Venezuela si aumentan las tensiones con E.E.U.U.”. No hace falta tomar al pie de la letra al tovarich Ryabkov: si la OTAN se acerca más de lo que ya está a Rusia, Putin puede igual inquietar en América.

Ese gesto ruso fue también una difusa evocación de los acuerdos de Yalta de 1945, para que cada potencia preserve un área de influencia con un orden al que se sujeten las naciones de la zona, buenamente o no tanto.

Los relampagueos ruso-ucranianos no se oyeron en estos lares solo por Alberto en el Kremlin. Colombia es el único miembro de la OTAN al sur del río Bravo. Y El Tiempo de Bogotá divulgó un informe de inteligencia “sobre la injerencia rusa en Colombia”, que ya confrontó al ministro de Defensa colombiano con Rusia (e Irán). No se precisa creer todo ese informe para corroborar la tirantez creciente. En él se asevera que Venezuela movilizó tanques y artillería de fabricación rusa a la frontera con Colombia. Y añade que “68 miembros del ejército ruso permanecen en Venezuela y son relevados cada tres meses”, “bajo la supuesta misión de hacerles mantenimiento a los cazabombarderos Sukhoi”. En el pasado inmediato, Colombia ya reclamó por el sobrevuelo de un avión de inteligencia ruso en zonas militarmente protegidas de La Guajira, según cuenta El Tiempo.

En el plano local, se habrían detectado giros de dinero ruso a beneficiarios colombianos, cobrados en esta campaña electoral (hay elecciones presidenciales en mayo). Entre líneas, ese informe de inteligencia tal vez apunta a la campaña del izquierdista Gustavo Petro. Este lidera la última encuesta con 27%; el empresario Rodolfo Hernández va segundo con 12%.

La crispación mundial se entrelaza con las disputas regionales. Para su algarabía, Gustavo Petro fue recibido hace unos días por el Papa. Al parecer, la cita se produjo con ayuda del kirchnerismo y del nuncio (argentino) en Bogotá, a quien se le achaca saltarse la Secretaría de Estado del Vaticano para que esa reunión tuviera lugar. Si bien no hubo fotos (pero sí fakes) y el propio Petro ratificó su palabra de no divulgar los temas tratados, fue una clara señal política papal (ningún candidato boliviano fue recibido por el Papa en cualquiera de las pasadas elecciones, por ejemplo).

En Colombia se conjetura que al Papa le interesan las chances de Petro de abrir tratativas de paz con el ELN, rehuidas por Iván Duque. O que Francisco busca reconstruir sus alicaídos puentes con Venezuela, a través de Petro.

Sobre Rusia, el analista colombiano Diego Santos acusaba que “E.E.U.U. y Europa parecen haberle dado la espalda a Colombia respecto a la influencia rusa y china en la región”. Santos hacía eco, un tanto cardíaco, de una columna del Wall Street Journal que aseguró que “Venezuela, Cuba y Nicaragua ya están en la columna de rusos y chinos. Colombia es la siguiente.” Aunque, desmintiéndolo, el martes llegó una alta misión de Washington a Bogotá claramente para deliberar también sobre Moscú (¿y Teherán?).

A Bolivia acaso le toque meditar estos bretes globales. Someterse de a buenas a la tutela ajena es una opción, pero puede resultar onerosa, incluso si a cambio te convidan un rico asado o un mojito.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado y escritor



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