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En los últimos años, estuve tentado de escribir sobre Tuto Quiroga, pero me traicionó esa aprensión que dan las propias poses, las señas que uno elige exteriorizar o guardar. Tuto es de la centroderecha que siguió al Banzer de la democracia, de gobierno deslucido. El mismo mandato de Quiroga fue breve, con conflictos y algo vacío. A la vez, Tuto integra una red internacional de personajes, varios ajenos a mis predilecciones. Además, una mirada casuística y laica en política, como la que prefiero, no encaja con el consumo de redes, manuales o softwares.

Pero ando en deuda con aquella intención. Pensé publicar una columna sobre Tuto luego de verlo fugazmente en el aeropuerto de Lima, hace años. Por mi inadvertida bobería, fuimos a una sala de fumadores sin que ninguno fumara, menos él, que trota y fija que abomina el pucho, aspectos que Tuto calló por indulgencia.

Tuto explicaba paciente por qué el juicio que le siguió el MAS era (y aún es) injusto. Él repetía en su tableta el video del festejo de Evo en el campo Incahuasi. Evo derrochaba autoelogios por los bienes que ese campo repartiría y por los que Tuto recorría los tribunales.

En el caso Petrocontratos, el MAS procesó a varios expresidentes, alegando que no sometieron a aprobación legislativa unos contratos petroleros de explotación, como disponía la Constitución. Para el campo Incahuasi, el gobierno de Quiroga firmó un acuerdo de exploración, pero el MAS decretó porque sí que la infracción era la misma. La trama era simple. No hacía falta un abogado para entenderla; es más, podía perjudicar.

Esos meses, Tuto fue entrevistado por Amalia Pando. Ella, en su otrora exitoso estilo arrollador, le espetó que por favor no le contara que no correspondía un proceso contra él porque su caso se reducía a una letra (la “r”) entre exploración y explotación. Tuto, con esa exasperante afición a las rimas (por la que Agustín Echalar lo apodaba el “poeta-ingeniero”) que ha moderado un tanto, replicó ágil, sin embargo, que si se trata de una letra, una palabra puede ser “río” o “tío”, con resultados semánticos dispares.

Tuto se chupó luego, con valor, semanas de audiencias en Sucre, con riesgo de cárcel. Era cuando fiscales y jueces consumaron esa campaña negativa tan eficaz que el MAS desplegó en su propio detrimento moral. Evo no fue el único en ejercer el abuso judicial, pero desde 1982 nunca ese método fue tan extendido. Sobre todo para castigar al que se asomara a la política, privilegio de la aristocracia del poder y sus grises sacristanes.

En 2014, el desempeño como candidato de Tuto fue técnicamente macanudo, aunque –de carambola– conveniente al MAS. Hoy, Tuto carga un aire regañón y un cierto dejo de clase que podría ahorrarse, pero igual sería mezquino no valorar su “voluntad y estupendas condiciones”, como me insistía con hidalguía incluso un amigo de izquierda activa.

Muchos le reconocieron a Tuto la batuta en esos días de noviembre de 2019, empezando por Evo, a regañadientes. Después, fue de los pocos que, al costo de romper, criticó la candidatura de la Presidenta y no cuando esa postulación agonizaba. Tampoco hoy deja de advertir la fragilidad que quizá le espera a Carlos Mesa si gana las elecciones, como seguro Mesa teme también.

Estos días, Quiroga destacó en esos debates sin pilas que vimos, aunque fueran certeras las críticas a sus propuestas, escritas por Juan Antonio Morales en Página Siete. Pese al 2% en las encuestas y a que eso refleja su desconexión del electorado, es remarcable el carácter del expresidente, incluso si no son del todo inteligibles su porfía contra los estudios de opinión conocidos ni sus motivaciones de estar aún ahí.

No sé cuál sea su futuro político ni si tiene alguno, pero de aquel mandatario o candidato de muecas de niño bien y tinte yuppie, a este hombre, hay distancia. Tal vez sea la de haber cruzado el desierto. Los que lo logran son los políticos que, he leído, respetaba el gran de Gaulle sin importar el lugar ideológico. Y que Tuto rescate ánimo en sus certezas personales lo deja a uno admirado, al igual que su fibra y sus talentos.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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