Sobre la base de la información, conocimiento y cultura que posee, Carlos Hugo Molina ha proclamado, entre signos de admiración, que ¡podemos vivir del turismo! y sus argumentos tienen bases tan sólidas que resulta difícil, pero no imposible, rebatirle.
Carlos Hugo tiene razón. El nuestro es un país con una oferta turística tan variada que, muchas veces, resulta increíble que no estemos recibiendo oleadas de visitantes que dejen sus dólares crujientes en los kioscos y besen los lectores magnéticos con los rectangulitos dorados de sus plásticos.
Y es que ser variado no siempre significa excepcional. Por aquí tenemos misiones jesuíticas, selvas y las ruinas preincaicas de Tiwanaku, pero hay países que pueden igualar esas ofertas. En otras latitudes no solo tienen selvas, sino desiertos, playas y construcciones fabulosas como las pirámides de Egipto y Mesoamérica. Hay países, como Grecia, Francia, Italia, España y Reino Unido, que fueron el faro del mundo, en su momento, y ahora ofrecen las huellas de esos tiempos como atractivo turístico.
Entonces, si quieres competir con el turismo mundial, que es un mercado de miles de millones de personas que invierten miles de millones de dólares, que tanto necesita Bolivia en estos momentos, tienes que ofrecerles cosas que otros países no tienen. Entonces, encontrarás regiones que fueron objetivos de los europeos en la colonia temprana, como la Sierra de Plata; lugares excepcionales, como el salar más grande del mundo; o bien la ciudad que fue la Nueva York de su época en los tiempos de espadas y piratas. ¿Bolivia tiene eso? ¡Claro que sí! Hay eso y más y, para encontrar más, solo hace falta abrir la mente y desarrollar criterios de negocios, así que sí… Carlos Hugo tiene razón: ¡podemos vivir del turismo! Pero, atención, las cosas no son tan sencillas como decirlo o escribir un artículo como este.
Egipto está sufriendo las consecuencias del papel que ha cumplido en el conflicto de la franja de Gaza mientras que Mesoamérica está marcada con rojo por la inseguridad que representa el número creciente de secuestros que son ejecutados por los cárteles mexicanos. En otras palabras, no pueden ofrecer seguridad a los visitantes y eso es lo que sí existe en países como Grecia, Francia, Italia, España y Reino Unido que, por esa razón, reciben cientos de millones de visitantes, que invierten miles de millones de dólares.
Hay que admitir que Bolivia no tiene la infraestructura necesaria para recibir visitantes. Los buenos hoteles son escasos y algunos de estos cerraron por la crisis, o se replegaron a Santa Cruz, que tiene menores índices de inseguridad. Los aeropuertos apenas tienen condiciones para recibir turismo internacional y, por si eso fuera poco, la aerolínea estatal ejerce un monopolio abusivo que no puede justificar, porque ni siquiera es eficiente.
Pero el principal problema de Bolivia son los bloqueos, esos que comenzaron esta semana con el propósito absurdo, egoísta e ilegal de que una persona, una sola frente a millones, sea habilitada como candidato a la presidencia cuando varias voces, incluidas las de la justicia, le han dicho que es jurídicamente imposible.
Aún si Bolivia tuviera maravillosos hoteles y aeropuertos internacionales en sus destinos turísticos principales, la gente que puede invertir sus dólares en el país no va a venir si existe la posibilidad de que le van a retener en algún punto del camino, no solo porque un megalómano quiere volver a ser presidente, sino simple y llanamente porque a los dirigentes de un pueblito remoto se les ha ocurrido sentarle la mano a alguien.
Sí: ¡podemos vivir el turismo! Pero solo cuando entendamos que los bloqueos se han convertido en una actividad funesta, criminal y abusiva que, por esa y una larga lista de razones jurídicas, debe penalizarse. Mientras, tendremos que seguir tragándonos esta crisis.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.