Desde hace tres
años, la titular de la Defensoría del Pueblo es interina y, por donde se
analice, su actuación, como la de su predecesor, sólo ha aportado a la mayor
descomposición de esa entidad.
Probablemente esta situación se mantendría sine die. Pero, hay presiones sociales e internacionales para que por lo menos haya alguna muestra de parte de las actuales autoridades de gobierno de ceñir su funcionamiento a lo que manda la Constitución Política del Estado (CPE), especialmente en lo que se refiere a la justicia y el respeto a los derechos humanos.
De ahí que ha salido debajo de la manga del MAS la decisión de elegir a un Defensor del Pueblo (hombre o mujer), pero creando las condiciones para que quien sea elegido sea alguien que goce de sus simpatías. Es decir, para mantener la Defensoría del Pueblo como hasta ahora: al servicio de MAS, tanto como máscara que esconda su vocación autoritaria, cuanto como botín de guerra repartido entre sus conmilitones y simpatizantes.
Obviamente esto ha provocado la reacción de las oposiciones políticas que en la Asamblea pelean en condiciones desventajosas contra la voracidad masista, y de movimientos sociales que se organizaron alrededor de la consigna de la recuperación del sistema democrático en el país desde el referendo constitucional de febrero de 2016, que han denunciado la grosera manipulación de los operadores del MAS para que se apruebe una convocatoria y un reglamento de selección de postulantes que les garantice la elección de una persona afín a sus intereses.
Pero, así como corresponde destacar ese esfuerzo, también llama la atención su incapacidad de arribar a acuerdos para postular a una persona de reconocido prestigio intelectual y moral, que incluso pueda tener el apoyo de algunos sectores democráticos del MAS, y de esa manera evitar que ese partido siga copando la Defensoría del Pueblo. Así, mostrar que las oposiciones políticas y los movimientos sociales prodemocráticos tienen la voluntad de presentar una candidatura que solo el fraude o la inquina puedan impedir su elección.
En ese proceso, aún inconcluso mientras escribo esta columna, han aparecido algunos nombres de posibles postulantes, como, por ejemplo, la actual defensora interina, una dirigente feminista y un activista social, por recordar algunos, conformando escenas que parecieran ser parte de una película de terror.
Esa situación muestra que en los polos de la confrontación política actual predomina la tendencia a ignorar la historia reciente. En el caso del MAS, sus operadores deberían reflexionar en que uno de los peores errores que cometió el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, presionado por sus aliados del MIR y NFR en 2003, fue no apoyar la reelección de Ana María Romero de Campero como Defensora del Pueblo, pues con esa decisión mostraron que no querían que esa entidad cumpliese su papel establecido en la CPE y las leyes, sino que se doblegue ante el Ejecutivo…. Y así les fue porque a la serie de demandas y denuncias en su contra se agregó esa decisión poco inteligente y nada democrática que ayudó a su derrocamiento.
Una vez más rige en la actuación del MAS su desprecio por la Defensoría del Pueblo como entidad al servicio de la defensa de los derechos ciudadanos. Cabe recordar que el ex presidente fugado y su vice dijeron, a poco de ascender al gobierno, que esta institución no debiera existir, porque con ellos, el pueblo estaba en el poder.
En el caso de las oposiciones al MAS, pareciera que se impondrá la suicida percepción de que en río revuelto cada quien se cree merecedor de ser Defensor, transformando una pelea que busca recuperar una entidad de defensa de la ciudadanía en una carrera de ambiciosos.
En fin, salvo un golpe de timón que permita comprender a moros y cristianos que la sociedad y los propios administradores del Estado se beneficiarían con la elección de una persona idónea como Defensor del Pueblo, pereciera que al final se impondrá un candidato, hombre o mujer, sumiso subordinado o que sea una versión caricaturesca de autoritarismo. De nuevo, pues, nos tropezaríamos con la misma piedra…
Juan Cristóbal Soruco es periodista