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Con los pies en la tierra | 14/10/2022

Tres economistas, tres miradas, y una dura realidad

Enrique Velazco R.
Enrique Velazco R.

Hace un par de semanas, Mauricio Medinacelli (“Al final, ¿qué diablos estudian los economistas?”, Página Siete, 29.09.22), en un ejercicio de reflexión crítica, recordaba que, como estudiante de economía, encontraba un gran divorcio entre lo que predecían los modelos teóricos que aprendía, y la realidad. Hoy cree que “la visión económica de las cosas se preocupa por el bienestar de la población, el bienestar social”; aunque acepta que, el concepto de bienestar, supera el ámbito de la economía al abarcar temas sobre justicia, libertad, eficiencia, igualdad, etc., plantea necesario que los economistas entiendan la realidad porque solo si la entienden podrán ayudar a mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas.

Días después, escuché a Carlos Felipe Jaramillo, Vicepresidente del Banco Mundial para América Latina, opinar sobre la economía boliviana. Con un doctorado en economía de la Universidad de Stanford, el doctor Jaramillo ciertamente tiene “pergaminos”, por lo que sus felicitaciones a Bolivia por el crecimiento, la más baja inflación de la región, y la reducción de la pobreza, tienen gran impacto comunicacional.

El último fin de semana, Alberto Bonadona (“Crecimiento económico 2022”, Página Siete, 08.10.22) se muestra optimista porque la economía boliviana habría recuperado el tamaño que tenía en 2019, superando todo lo que podría atribuirse a un efecto rebote; cree posible y muy bienvenido, el segundo aguinaldo este año; y confía que los ingresos por la venta de carbonato de litio y de fertilizantes desde 2023, y la sustitución de diésel importado por biodiesel, permitirán “mantener la estabilidad económica, ahuyentando al fantasma de la devaluación, y se sostendrá con mayor solvencia la bolivianización”.

Son tres opiniones de economistas sobre la economía boliviana. Pero los datos disponibles sobre la realidad, contradicen a las tres opiniones. Veamos.

La “visión económica preocupada por el bienestar de la gente es hoy todavía una proposición que está lejos de ser una verdad compartida: ‘la economía es una ciencia positiva, no una disciplina normativa’ me repetía pacientemente el recordado Juanito Careaga cada vez que le mostraba los cálculos de INASET sobre los efectos de las políticas económicas en la producción, el empleo, la equidad y la pobreza. La ilusión académica de la economía como “ciencia positiva”, alienta modelos teóricos que reducen el comportamiento humano a expresiones “mat-eco-máticas” con las que el dogmatismo económico dominante deslumbra al poder político, y lo exime de culpa por los efectos negativos que tienen, sobre la gente, sus decisiones amparadas en “las leyes” económicas.

En este sentido, las declaraciones del Vicepresidente del Banco Mundial están muchos más cerca a las de un político zalamero que a las de un profesional que puede entender la realidad estructural de la economía boliviana. Felicita “la inflación más baja de la región” aunque estudios del FMI y del propio BM encuentran que, las economías en desarrollo, tienen mejor desempeño global con tasas de inflación entre 8% y 12%; más aún, implicaría que el BM ignora que la baja inflación boliviana tiene aportes del tipo de cambio fijo y sobrevaluado, del contrabando descontrolado y del lavado de dinero, para mencionar algunos factores poco deseables que han elevado las importaciones (legales e ilegales) hasta el equivalente del 60% del consumo de los hogares, desplazando a la producción nacional (y destruyendo empleo formal).

Respecto a la drástica reducción de la pobreza, el BM estaría felicitando contrasentidos: entre 2006 y 2021, el 25% de los entrantes al mercado laboral se sumaron a ocupaciones formales y su ingreso familiar per cápita (ifpc) aumentó en Bs 75, pero el 75% que ingresó al sector informal aumentó su ifpc en Bs 2.100 (28 veces más que los formales); el 99% de nuevos ocupados lo hicieron en sectores no transables y aumentaron su ifcp en Bs 1.150, mientras que el 1% que se sumó a sectores transables, lo aumentó en la mitad (Bs 635). Es decir, para el BM, somos menos pobres porque reducimos la base productiva que genera valor agregado y empleo formal, mientras alentamos el cuentapropismo y el contrabando.

Finalmente, ¿qué encuentra Bonadona en el PIB 2022 que sugiera cambios estructurales, positivos y duraderos? Un PIB de 2022 mayor al de 2019 podría explicarse con los más de 3.000 millones de dólares por el oro exportado como manufactura, pero que han reportado menos de 80 millones en ingresos fiscales: mitigar los altos pasivos ambientes de esa producción, terminarán costando a la sociedad 10 o más veces. Y si logramos exportar carbonato de litio (con 30 años de retraso), las primeras diez mil toneladas solo repondrán los 700 millones de dólares malgastados en piscinas de evaporación. Pero, al final, salir del gas para caer en el litio, exportar urea quitando gas a otras industrias, o destruir bosques para cultivar palma aceitera, solo profundizará el extractivismo rentista que, bien sabe Alberto, ya nos condenó a los márgenes de la historia económica y social en el Siglo XX.

En síntesis, sabemos que Bolivia tiene un abundante acervo de recursos naturales y su gente una alta capacidad de trabajo. En consecuencia, 70 años de persistente pobreza y de estancamiento boliviano en relación al resto de América Latina, tendrían que explicarse con la incompetencia de los gobernantes y por sus malas decisiones expresadas en equivocadas políticas económicas.

Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo.



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