Los dos hechos más significativos de la gestión de tres años del presidente Luis Arce son, sin duda, la ruptura aparentemente definitiva con Evo Morales y el haber tropezado por primera vez en casi cuarenta años con los síntomas de una crisis económica que podría agravarse en el corto plazo.
En realidad, se trata de dos crisis, que complican la gobernabilidad y la gestión de los recursos necesarios para garantizar el funcionamiento del Estado.
La política, que se refleja en la cotidiana y cada vez más agria disputa interna entre las facciones que respaldan la candidatura de Morales para el 2025 y la que busca fortalecer la posición de Arce hacia 2025, con el argumento, no desdeñable, de la despersonalización del proyecto y la renovación de sus conductores.
Y la económica, cuya principal manifestación es una sistemática caída de los ingresos, la disminución dramática de las reservas internacionales y la perspectiva complicada de una Bolivia sin gas y con dificultades para transformar el extraordinario potencial del litio en un nuevo y esperanzador factor de desarrollo.
En el amanecer de la gestión presidencial, cuando todo era festejo, pero también soberbia y deseo de venganza luego de la victoria electoral aplastante sobre las ruinas de una oposición ya sin fuerzas, ni liderazgos y en proceso de desaparición, nadie se iba a imaginar que Arce, el elegido de Morales, el economista sin luces políticas conocidas, con el correr del tiempo se iba a convertir en el discípulo díscolo y con ambiciones propias, capaz de desafiar nada menos que al caudillo partidario, al “jefazo”.
No es fácil precisar el momento en el que comenzaron las tensiones internas, pero tampoco es difícil arriesgar que gran parte del problema se origina en las diferencias sobre la orientación de la lucha contra el narcotráfico y su conducción desde el ministerio de Gobierno.
La “coca” fue la causa principal de la discordia y el ministro Eduardo del Castillo, el personaje de la polémica que aceleraría el fin de la armonía en la relación de Arce y Morales. Lo que vino después, las críticas al manejo de la economía, los agravios, las acusaciones de corrupción – familia incluida -, la declaratoria de guerra son consecuencia del “pecado original”.
Para Arce, la renovación del MAS pasa seguramente por restar fuerza al componente cocalero. De esa manera, descontamina la relación con Estados Unidos e interrumpe la línea de continuidad de los liderazgos que tienen ese origen: empuja la jubilación de Morales y frena las aspiraciones de personajes que figuran en la lista de espera, como Andrónico Rodríguez y, en menor medida, Leonardo Loza. De paso consolida la lealtad de actores sociales más urbanos y de las clases medias atemorizadas por la crisis, un capital electoral valioso para cualquiera que tenga aspiraciones.
Pero la arquitectura del manejo político no siempre funciona cuando aparecen fisuras en la cimentación económica, mucho más en el caso de presidente/candidato que exhibe sus credenciales profesionales y sus antecedentes de gestión al frente del ministerio de Economía, como los argumentos que sustentan no solo su credibilidad para encarar la crisis actual, sino la necesidad de su continuidad para administrar las secuelas futuras del temporal, sin la intervención de los técnicos “neoliberales”, que están a la expectativa de un naufragio mayor para recuperar el timón, ni de las recetas de los radicales que podrían agravar el problema.
Arce fue el ministro de un crecimiento promedio de la economía de entre 4 y 5% anual y ahora es el presidente al que le toca conformarse con poco más del 2%, menos de la mitad del objetivo anual previsto y con un horizonte posiblemente más complejo. Fue el gestor del supuesto “milagro” y ahora es el administrador de un duro aterrizaje en la realidad.
A días de su informe sobre el estado del país a tres años de la gestión gubernamental el presidente enfrenta la disyuntiva de mantener el maquillaje de bienestar sobre una economía frágil o abordar las cosas desde un sinceramiento que podría reportarle algunas críticas en lo inmediato, pero que reforzaría su credibilidad como conductor y potenciaría sus aspiraciones futuras.
Con tres años de camino y dos crisis en las manos, Arce encara un período crucial de su mandato.
Hernán Terrazas es periodista