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Con los pies en la tierra | 10/01/2025

Tipo de cambio, Dr. con zapatos y trabajadores “patapilas”

Enrique Velazco R.
Enrique Velazco R.
Sin ser economista y ¡ni soñar! en un premio Nobel en Economía, entiendo y comparto todos los argumentos que el Dr. Juan Antonio Morales nos ha ofrecido respecto a la futilidad de mantener el tipo de cambio fijo que, socialistas del Siglo XXI y ultra(neo)liberales, coindicen en defender. 

Pienso diferente sobre la importancia relativa de las políticas fiscales y monetarias, creo que posicionar la monetaria como la dominante tiene, cuando menos, medio siglo de fracasos a nivel global con el control de la masa monetaria, primero, las tasas de interés, después y las metas de inflación, ahora; pero, fundamentalmente, porque para el control de procesos inflacionarios o recesivos en el contexto de dinero fiduciario, la fiscal ha dado mejores y más rápidos resultados. 
Sin embargo, los temas me sirven para reflexionar en torno a qué intereses inducen a adoptar las determinadas políticas en torno a lo fiscal o lo monetario. He escrito sobre estos temas en el pasado, pero Randall Wray (2022) lo pone en buen “lenguaje académico para divulgación”. 

Un Estado que emite su propia moneda soberana no tiene ninguna restricción financiera en esa moneda. Puede comprar cualquier recurso que esté a la venta y su gasto se transforma en ingresos (activos) del sector privado. Por supuesto, no significa que el gobierno trate de comprar todo, porque podría generar inflación o dejar muy pocos recursos disponibles para que el sector privado opere creando el empleo y los productos necesarios. El equilibrio entre el gasto público y la utilización de la capacidad disponible es el resultado de decisiones esencialmente políticas que determinan quiénes y cómo se benefician del “equilibrio”. 

Definir quiénes y cómo se benefician, origina –y oculta– los problemas reales de la sociedad; una práctica muy difundida para ocultar a los beneficiarios reales de la política económica ha sido satanizar el déficit fiscal: si alguien pide canalizar recursos para atender al grueso de la sociedad se saca el argumento sin mayor consideración al tamaño del déficit; o ¿puede un político o economista enumerar las razones por las que un déficit del 3% está bien, pero otro de 6% es peligroso? Estos límites son restricciones autoimpuestas por razones político-ideológicas, no económicas, y aún menos se apoyan en bases fundamentadas en datos de la realidad empírica. 

Otra restricción autoimpuesta es la definición del tipo de cambio de la moneda respecto a otras monedas o algún bien valioso y escaso, como el oro. Adoptar un patrón oro implica que el gobierno emisor de moneda se compromete a entregar, en cualquier momento contra la presentación de una cantidad de su dinero, la cantidad equivalente de oro físico de acuerdo con el tipo de cambio fijado. En 1971, Estados Unidos salió del acuerdo que fijaba que un dólar equivalía a un gramo de oro y el patrón oro fue abandonado. Desde entonces los países tienen dinero fiduciario, lo que significa que su valor depende de la confianza de los usuarios en quien emite la moneda. 

Como resultado, el valor relativo de la moneda de un Estado respecto a la de otro puede variar por muchos factores, ninguno totalmente controlable por el Estado emisor. Pero como no se puede separar a un gobierno de su dinero, los gobiernos definen tipos de cambio frente al dólar de EEUU como parte de sus estrategias comerciales, para aplacar tendencias inflacionarias o, de manera no excepcional, para servir a intereses de grupos “con privilegios”. 

Para economías que declaran promover el desarrollo, las condiciones autoimpuestas pueden equivaler a “atarse los cordones entre los zapatos antes de comenzar una maratón”. Al vincular el tipo de cambio de una nación a la moneda de otra como referente, se entrega también la soberanía monetaria porque se pierde el control sobre los ámbitos fiscal y monetario y se expone a la nación a la triple amenaza de crisis cambiarias (como la que vivimos), insolvencia nacional y hasta la bancarrota: “poder emitir su propio dinero, y hacer giros desde su propio banco central, es lo que define la independencia nacional; si un país renuncia o pierde este poder, adquiere el estatus de simple autoridad local o de colonia” (Wynne Godley). 

En la práctica, además, la nación que fija el valor de su moneda a otra se obliga a exportar en una escala suficiente para obtener la moneda extranjera que protegerá el tipo de cambio y le permitirá pagar sus deudas. En otras palabras, debe trabajar duro para producir productos que su gente no puede disfrutar, agotando recursos y patrimonio, todo en beneficio de quien emite o presta en la moneda dominante. 

El Dr. Morales podrá o no estar de acuerdo con todo o con partes de lo que argumento. Pero la pedagogía de estas reflexiones es que, si los bolivianos pudiéramos intercambiar ideas y debatirlas en su esencia, estoy seguro que avanzaríamos en el gran desafío, inicial, de establecer los rasgos principales del desarrollo que buscamos y, a partir de esa meta, identificar los problemas que nos impiden avanzar en su dirección. Sin duda, la calidad humana de Juan Antonio Morales, quizás tanto o más que su capacidad profesional, me permite atreverme a intercambios como éste. 

Qué diferente la postura de otro Dr. en economía que, en su columna del día anterior, afirma pontificalmente contra el salario mínimo: “(hay) países que siguen pensando que incrementos en el salario mínimo son requisito para el desarrollo (…) como si los países se pudieran desarrollar decretando que los trabajadores ganen más...”.

Argumenta que el salario mínimo es perverso “porque causa desempleo e informalidad. Piénselo. ¿Qué pasa si sube el precio de los zapatos? Compramos menos zapatos. Pues lo mismo pasa con trabajadores. Si sube el precio de contratar porque las empresas deben pagar un salario mínimo las empresas contratarán menos trabajadores generando desempleo…”. 

¿Qué tal? Se olvidó el Dr. que los trabajadores también compran zapatos y que es esa la demanda que permite la existencia de las empresas; y además de ningunear, en su rasgo de personas, a los trabajadores al compararlos con al desechable como sus zapatos (los del doc, supongo), ¿está insinuando que los trabajadores bien pueden estar “patapilas”? ¡Por favor!

Para lo que mi opinión pueda valer, la crisis en la que nos estamos hundiendo solo se podrá revertir si nos quitamos las vendas ideológicas, teóricas, políticas y “de conveniencia” que nos impiden ver su real complejidad. Traer al urgente debate nacional consignas en lugar de ideas y propuestas bien fundamentadas solo lo harán estéril.

Enrique Velazco Reckling, PhD, es investigador en temas de desarrollo productivo.


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