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Vuelta | 01/04/2020

Tiempos difíciles

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

La gente está consciente de que vienen tiempos difíciles. No solo vive el presente con temor e inquietud, sino que mira el futuro con profundo pesimismo.

La aparición del coronavirus es un parteaguas histórico. Nada es como era hasta el día en que, por responsabilidad con la vida, nos obligaron a permanecer en nuestras casas.

Aceptamos con casi ninguna rebeldía las restricciones a nuestra libertad de movimiento y nos replegamos hacia la seguridad de nuestras cuatro paredes domésticas, dispuestos a renunciar a mucho con tal de mantenernos a salvo.

Quizá por eso hay estudios como el publicado recientemente por Captura Consulting, que revelan que si bien casi ocho de cada 10 personas consideran que el virus es una amenaza que infunde temor, muy pocos creen que serán víctimas.

Desde nuestro refugio observamos el mundo a través de múltiples ventanas: las electrónicas, que por primera vez dejan al descubierto las desgracias que nos unen de un extremo a otro del planeta, por encima de las grandes diferencias y desigualdades que separan a las naciones, y las del cristal habitual desde el que vemos nuestras calles desoladas, apenas transitadas por apurados y esquivos peatones que pretenden no ser vistos.

El cambio no es algo que viene. Es ya un hecho. Por ahora tal vez no lo queramos aceptar, pero el fin de la cuarentena no representará un regreso al pasado, sino el salto hacia un vacío que tendremos que aprender a llenar con esfuerzo.

Nuestras certezas políticas y cálculos económicos han quedado en nada. ¿Cuál será el modelo que nos conduzca más rápido hacia una salida? ¿Qué perfiles de liderazgo serán los idóneos para atender los problemas? ¿Sirve ya de algo hablar de izquierdas, derechas o de cualquier otra tendencia cuando el mundo ya no es el mismo?

Casi el 80% de los bolivianos –según el mismo estudio– piensa que se viene una catástrofe económica y un porcentaje similar está resignado a ver que sus ingresos disminuyan significativamente.

Desde hace un par de semanas que están parados más de medio millón de trabajadores de la construcción. Sumadas sus familias son por lo menos dos millones de personas afectadas en un sector que había sido clave durante años para la generación de empleo.

Son innumerables las empresas que están muy cerca de la quiebra y a punto de cerrar sus puertas. La paralización es paulatina en la mayoría de los sectores.

La disyuntiva entre actividad económica y cuarentena va cediendo paso a una reflexión sobre escenarios de estrategias que equilibren la necesidad de preservar la salud con la de reimpulsar el aparato productivo.

El mundo está llegando a un límite. El “cierre” no puede extenderse indefinidamente y ya hay quienes piensan que incluso la expansión del virus y su secuela serán a fin de cuentas menos costosos que una catástrofe económica. Son los dilemas éticos que enfrentará la humanidad hacia delante.

Vivos, pero ante nuevos riesgos, los bolivianos solo ven una sombra al final del túnel.

Están conscientes de que no se puede culpar a nadie por lo ocurrido, valoran el trabajo de la actual presidenta, pero tienen una idea muy negativa de lo que les deparará lo que viene.

Muchos saben que el trabajo en casa continuará siendo una de las alternativas para mantenerse a salvo, pero no son pocos los que advierten la amenaza de perder sus empleos.

La normalidad, la vida antes del virus, comienza a ser un recuerdo. Los plazos se han achicado de tal manera que ya vemos con nostalgia cómo era que vivíamos hasta hace unas cuantas semanas.

Esta es tal vez la guerra que Bolivia nunca vivió. Sin la destrucción física que dejan las batallas, pero con la desolación económica que es secuela de los conflictos.

Ante una crisis profunda y global, difícil pensar en poderosos que irán al rescate de los más débiles, porque cada quien concentrará esfuerzos y recursos para atender primero el drama de los suyos.

Potencias indefensas, ciudades simbólicas devastadas por la enfermedad, doloroso desfile de féretros, el conmovedor escenario de un mundo en suspenso, la secuencia de cuadros de una larga pesadilla común.

Si bien el boliviano no está preparado para lo peor, al menos concede que no hay una varita mágica para resolverlo todo. Sobre esa insinuación de tolerancia tendrá que construirse de la mejor manera el futuro.

No será fácil dejar atrás los tiempos difíciles, pero nos queda el consuelo de que el virus tampoco nos echó de ningún paraíso.

Hernán Terrazas es periodista.



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