Hemos vivido, una
vez más, una Semana Santa especial por la pandemia del coronavirus que no se
logra detener y el sentimiento de incertidumbre respecto al futuro, que se
agudiza porque continúa el proceso de cambio de paradigmas provocado por la
revolución tecnológica. Seguimos, pues, de una u otra manera, descolocados,
intuyendo que no podremos adecuarnos a los nuevos tiempos en todos los campos
de la vida social.
Además, como siempre ha sucedido en la historia de la humanidad en circunstancias parecidas, se puede observar cómo aparecen lo mejor y lo peor de los seres humanos. Así vemos como muchísima gente arriesga su vida para paliar los efectos del coronavirus, gente que organiza campañas de solidaridad con los más vulnerables. Además, es notable que por los adelantos tecnológicos se haya podido crear una vacuna contra el virus en tiempo récord. Pero, no faltan los que lucran con la desgracia ajena, al punto de utilizar la pandemia para beneficiarse económica o políticamente.
Aquí ingresa, y no sólo para los cristianos, uno de los valores de la Semana Santa. Es un momento de reflexión, de encontrarse con uno mismo y sentir la sensación de que, pese a los avatares los hombres y las mujeres somos capaces de avanzar hacia horizontes mejores, sin destrozar lo que se ha ido construyendo, percepción que nos ayudará a resistir los duros mensajes que nos manda nuestra vida cotidiana.
En Bolivia no sólo estamos viviendo las consecuencias de la pandemia. Se ha sumado un nuevo sentimiento de frustración por perder, y pareciera que sin remordimiento por parte de sus principales responsables, una nueva oportunidad de encontrar espacios de reconciliación y diálogo en busca de objetivos comunes.
Una vez más se ha impuesto una mentalidad autoritaria y revanchista que quiere conducir al país a confrontaciones fratricidas sin sentido. Se lo hace en un clima en el que la mentira se ha vuelto un instrumento de uso permanente y se van perdiendo los conceptos de las palabras con el propósito de convencer a la gente de que los poderosos tienen “la verdad” y capacidad de cambiar la realidad.
Sin duda que una situación como ésta tiende a deprimirnos, pero si realizamos el esfuerzo de revisar nuestra historia veremos que hay futuro. Nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, seguiremos construyendo un mejor país. Y para quienes somos creyentes la Semana Santa se transforma en una victoria de la humanidad frente al desastre.
En todo caso, la tarea sería menos ardua si las autoridades se convencieran de que la historia deja en el olvido a los que se constriñen a satisfacer sus intereses inmediatos sin ver el horizonte. Pero, ello exige que las autoridades del gobierno entiendan que sólo estableciendo diálogo y consensos podrán administrar mejor el Estado y cumplir las ofertas que han hecho a la gente para mejorar la sociedad.
Es, pues, tiempo de mirarnos y respetarnos. Y pensar en que la “gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz”, como ha dicho el Papa Francisco.
No sigamos crucificando a la gente…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.