El país ostenta desde hace cinco décadas un patrón de conflictividad de 362 conflictos promedio por año, es decir, prácticamente tenemos un conflicto cada día del año en algún punto de nuestra geografía. O sea, más que el pan, el alimento nuestro de cada día es el conflicto. La calle es nuestra vocación social y lo demostramos a través de marchas, manifestaciones o bloqueándolas. Las tenemos calientes y casi siempre apuntando como un misil contra los (malos) gobiernos.
A Sánchez de Lozada como a Evo Morales, las sempiternas calles bolivianas les debe saber a guillotina, pues cortaron sus mandatos. Las convirtieron en “presidencias fallidas”. A Morales además le cortaron la ambición de querer prolongar su presidencia hasta el último de sus días.
Hoy las calles pasaron del calentamiento al sobrecalentamiento social. Están afiebradas. La novedad, los “cacerolazos”. La gente protesta por la subida de los alimentos básicos de la canasta familiar y por la pérdida del poder adquisitivo de nuestra moneda (devaluada de facto respecto al dólar).
Los gremiales, que son multitud en cada una de nuestras ciudades, empezaron a marchar. Y prometen más marchas, o sea, las calles deberán sostener cada vez un mayor peso demográfico movilizado. Se nos viene el insomnio de las coyunturas. Nadie ya dormirá tranquilo, ni los empresarios por falta de dólares ni los nuevos desempleados por falta de perspectivas laborales ni los gremiales por su cotidiana pauperización ni los transportistas por su progresiva precarización ni los obreros por la pérdida de poder adquisitivo de sus salarios. Nadie dormirá tranquilo. Todos empezaremos a sentir que los días se convierten en uvas de la ira.
Para colmo de males del Gobierno de Arce, tiene a Morales haciendo lo que más le gusta: moviendo el caldero del Diablo a su gusto y antojo, pero a diferencia de hace unos meses atrás, a contra ruta del desgano de la gente; ahora la gente está cabalgando en un malestar real, diario y creciente. Así están las cosas, están mal y pueden estar peor.
En el horizonte todavía no se aprecia que el cielo se cargue y amenace con la tormenta perfecta. Pero no se la debe descartar: si la crisis continúa, la gente rápidamente madurará la idea de que el gobierno de Arce ya no representa parte de la solución, sino más bien, parte del problema. Y en Bolivia, ese es otro de sus patrones de conflictividad, los problemas se los saca de encima poniendo las calles en combustión.
César Rojas es comunicador social y sociólogo.