La soberbia, como primera en todo lo malo, cogió la delantera. Topó en su camino con el MAS, primer partido (hasta hoy) de Bolivia. Parecióle tan de su genio que se perpetuó en ella. Allí vive y allí reina con todas sus aliadas: la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo, el alabarse, el hablar mucho, alto y hueco, el brío con todo género de presunción y todo esto desde la autoridad más alta hasta el militante más rozagante (paráfrasis, El criticón de Baltasar Gracián).
Gabriela Montaño, en el programa Piedra, papel y tinta, que lleva adelante Claudia Benavente, directora de La sinRazón (21|01|25), declaró lo siguiente: “Le advierto a la derecha de este país, ese 30% (que tendría el MAS como respaldo electoral según una encuesta reciente) no va a desaparecer, tienen que decidir si lo niegan, como lo vienen haciendo, o hacen el intentito de comprenderlo. Yo creo que no lo están haciendo”.
O sea.
Prestemos atención a lo siguiente: La “derecha” tiene que tratar de entender ese 30% de apoyo que retiene el MAS. A la derecha le correspondería esa sagrada tarea, seguramente para que se le erice la piel y pierda el buen sueño. Pero el MAS, el partido de gobierno, no tiene nada que tratar de entender. Ni enmendar.
O sea.
El MAS con Morales obtuvo el 54% y con Arce el 55%. Ahora obtendrían, en el mejor de los casos, un 30%, casi la mitad y no tienen materia de reflexión. Habrían perdido casi el 50% de su electorado y mutis en el foro. De haber sido una mayoría electoral, ahora sería una minoría. Tendría en frente a un 70% y la posibilidad cierta de perder el gobierno después de casi dos décadas, y ninguna autocrítica. Ni un suspiro meditabundo. Nada de nada. Obsesionados con la “derecha”, a ella sería más bien a quien le tocaría hacer la reflexión por qué el MAS, a pesar de los pesares, sigue reteniendo ese nicho electoral.
Sencillo. Unos, por fanáticos (yacen secuestrados en los cortinajes oscuros de ideologías arcaizantes); otros, porque son pura y dura clientela política (medraron con el poder y pretenden seguir haciéndolo, de ser posible, hasta el fin de los tiempos).
O sea.
Un partido decadente no muere de la noche a la mañana. Se consume paulatinamente en gemidos ardientes justo al lado del diablo privado que envejece en el trópico de cáncer.