Un expresidente, que no se resigna aún al rol de “ex”, ha definido el subsidio gubernamental a los combustibles como un cáncer que va carcomiendo el organismo financiero del país.
Sin embargo, ese personaje olvida que en los trece años de gobierno ocultó esa enfermedad gracias a los placebos de ingresos excepcionales por la exportación de gas y que, cuando intentó, con la venia del ministro de finanzas de entonces, aplicar una quimioterapia agresiva (el 27/12/ 2010), tuvo que recular para conservar la silla. Por eso, con una pizca de malicia, se podría especular que ese baño de cordura no es del todo desinteresado.
De todos modos, suponiendo que la insinuación de eliminar el subsidio a los combustibles fuera sincera, ¿qué impide hacer hoy lo que el MAS no pudo hacer hace 13 años?
Para empezar la eliminación del subsidio implicaría subir el precio de los combustibles líquidos a unos 9 Bs por litro, igual que el precio de venta (supuestamente sin subsidios) de YPFB a los vehículos con placa extranjera. Podría hacerse gradualmente y no de golpe, pero pienso que resulta menos traumático extirpar el cáncer con una sola cirugía que con múltiples intervenciones a distancia de meses. Tampoco funcionarían incrementos diferenciados y sectoriales, ya que esas medidas suelen encubar cadenas de corrupción difíciles de controlar.
En todo caso, la reacción popular no se haría esperar, por razones teóricas (la caída del mito del éxito del modelo “arcista”) y prácticas (el incremento de precios y la inflación). La gente protestaría por la subida del costo del transporte terrestre y aéreo, de personas y mercancías; por el nuevo precio del pan y otros bienes, en la proporción de la incidencia de los combustibles en su estructura de costos. Si el gobierno logra convencer a la población de la inevitabilidad de esa medida, asumiendo la parte de culpa que le corresponde, y si la oposición coadyuva a la paz social, la negociación girará en torno a compensaciones salariales o a bonos extraordinarios, para atenuar el impacto en las familias más vulnerables. Por cierto, perderíamos el récord de la inflación “más baja del mundo”; un récord, por otro lado, un tanto sospechoso como los de los varones “trans” que compiten en el atletismo femenino.
También los empresarios protestarían por el incremento de costo de sus productos, aunque su actitud no deja de ser contradictoria. De hecho, cuando se les recuerda que su actividad es subsidiada, replican que la incidencia de la energía en su estructura de costos es mínima; pero, ante un incremento de combustibles, suelen elevar el grito al cielo por el impacto desorbitante que eso representa, como sucedió cuando el último incremento del diésel los años 2004-2005.
Por otro lado, si la medida fuera universal, o sea si afectara a los costos de toda la energía, incluso del gas en el mercado interno, subirían también las tarifas de la electricidad generada de fuentes fósiles. Serían buenas noticias para las energías renovables, especialmente no convencionales (solar y eólica), en la medida en que su estructura de costos se vea afectada solo mínimamente por el incremento de los combustibles y se den las condiciones para atraer inversiones constructivas privadas en el sector energético.
Todo eso sucedería en el mundo real “si se eliminara el subsidio”.
Sin embargo, en su última entrevista el presidente Arce ha perfilado un mundo paralelo; unoen el cual su modelo funciona, dondeel aceite manda freír a los subsidios,en el cualla paz en Ucraniatrae de vuelta los dólares malgastados y en el que la “justicia” convierte la discrepancia y la crítica en miedo y cárcel.
Ya lo cantó el poeta: “¡Abandonad toda esperanza los que entráis!”
Francesco Zaratti es físico, investigador, escritor y analista en temas energéticos