René
Zavaleta cuenta que cuando Víctor Paz Estenssoro aceptó su derrota el 4 de
noviembre de 1964, antes de salir del Palacio de Gobierno para dirigirse al
exilio se preocupó porque estén apagadas todas las luces. A partir de entonces,
Paz Estenssoro no hizo declaración alguna en contra del país, salvo en uno que
otro documento que circuló dentro de su partido, ni convocó a sus bases a
sitiar ciudades ni enfrentar al gobierno militar instituido.
Al tratarse de un golpe militar hecho y derecho, y que bajo el mote de “restauración” se trataba de revertir muchas de las medidas fundamentales adoptadas en el proceso revolucionario del nacionalísimo estatal, las nuevas autoridades sí dieron cuenta de su decisión de inaugurar una nueva etapa de dura represión y abrir espacios para el ingreso en el aparato estatal de una nueva élite proveniente de los distintos sectores que las apoyaron.
Sin embargo, los largos 12 años de gestión del MNR hicieron que la administración estatal tambalee con los cambios. Entonces surgió la iniciativa de crear un partido político para que los funcionarios emenerristas, severamente acosados por las nuevas autoridades, pudieran librarse del estigma y mantenerse en el Estado.
Así se fundó el Movimiento Popular Cristiano (MPC), que rápidamente fue apodado “mepacé”, en el que encontraron refugio los burócratas movimientistas, permitiendo, gracias a ello, que continuara funcionando el aparato estatal sin mayores dificultades. En resumidas cuentas, el “mepacé” sirvió para dar una peculiar gobernanza a los dictadores del 64, y sus dirigentes y militantes se mantuvieron en la administración estatal hasta que se jubilaron. Además, muchos de ellos retornaron orondos a su partido de origen una vez recuperada la democracia en 1982.
Con las profundas diferencias que hay con las actuales circunstancias, la principal de las cuales es que los cambios que estamos viviendo se han desarrollado bajo el paraguas del sistema democrático, sin duda 14 años de gestión de la administración estatal por parte de la gente del MAS ha dejado huella y su funcionamiento puede verse obstaculizado si se procede a un cambio radical de funcionarios.
Obviamente los nuevos administradores, transitorios como son y los que vendrán después de las próximas elecciones, desconfían de estos servidores públicos, pero a medida en que pasen los días se verá, por un lado, que no todos son unos militantes disciplinados del MAS, sino que se trata de gente que necesita trabajar y, por el otro, que conocen el ámbito de sus funciones y sería un desacierto deshacerse de ellos.
Por tanto, lo racional sería crear, adecuado a las actuales circunstancias, una especie de mepacé que permita reciclar a todas esas personas y abrir la posibilidad de que sean calificadas en función a sus capacidades y no a adscripciones voluntarias u obligatorias partidarias para mantenerse en el cargo.
Por otro lado, la historia nos muestra que no se erradican corrientes político-ideológicas por decreto. Más bien, cuando se procede de esa manera lo que se está haciendo es que los seguidores de esas corrientes opten por caminos no democráticos para desarrollar su actividad política. De ahí que es una insensatez, como postulan algunas corrientes, quitar la personalidad jurídica al MAS
Volvamos a la historia. El golpe militar del 4 noviembre de 1964 derrocó a Paz Estenssoro, pero no pudo hacer desaparecer al MNR. Así, en 1971, en alianza con los militares, volvió fugazmente al poder y desde 1978 alguna de sus corrientes estuvo siempre presente en la gestión gubernamental. Finalmente, fue uno de los pilares del retorno a la democracia en 1982.
Es posible decir que el MAS puede repetir esa historia, pues es una realidad política y lo que corresponde es incorporar a sus facciones democráticas en el espacio político que se ha abierto si queremos consolidar el sistema democrático. Lo contrario, sería condenar al país, durante muchos años, a una situación de permanente incertidumbre.
En fin, pareciera que la gobernanza democrática requiere tanto un mepacé como un MAS (que ya no es sólo Evo Morales y su entorno cortesano).
Juan Cristóbal Soruco es periodista.