Aunque Benjamín Salomón Stephansky nació en Kiev, la capital de Ucrania, sus recuerdos mozos se fueron apilando en la ciudad de Milwaukee, en íntima cercanía con las riberas del lago Michigan. Allí creció, a distancia sideral del hogar de sus padres, pero arropado tibiamente por las marcas de su comunidad judía migrante.
En 1939, año del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Ben se graduó como economista en la Universidad de Wisconsin. Durante su infancia y juventud vivió estrecheces y penurias, días enteros en los que sólo había pan y queso para comer. Uno de sus primeros empleos se le asomó dentro del neoyorquino Sarah Lawrence College, en cuyas aulas sólo se aceptaba alumnado femenino.
Su interés predominante como profesor universitario merodeó alrededor del movimiento sindical en todas sus formas. El mundo que le tocó analizar y enfrentar era el de la Guerra Fría. De forma precoz advirtió que surgirían partidos nacionalistas, de fuerte base popular y gran capacidad para organizar a los trabajadores en la cristalización de sus demandas. En medio de tales inquietudes conoció a Ann Edelmeyer, su futura esposa, hija de un activista sindical llamado John, un proletario de mente y corazón, quien le presentó a Kennedy.
Ben Stephansky se afilió a la camada de intelectuales y políticos que en medio de la confrontación de su país con la Unión Soviética sólo veían como opción la ayuda masiva para el desarrollo destinada a las naciones del naciente Tercer Mundo.
El espigado Chester Bowles, quien fuera gobernador de Connecticut entre 1949 y 1951, llevó la delantera en estos planteamientos. Cuando Kennedy lo nombró subsecretario del Departamento de Estado, Bowles invitó a Ben a unirse a la diplomacia.
El 14 de junio de 1961, Ben Stephansky fue nombrado embajador de Estados Unidos en Bolivia. Arribaba a un país sumido en la lucha de clases, gobernado por Paz Estenssoro por segunda vez y quebrantado por las profundas divisiones dentro del partido gobernante: el MNR.
Antes, entre 1952 y 1957, Ben trabajó como primer secretario de su embajada en México. Por consiguiente, a La Paz, traía en su mente las conquistas de la Revolución Mexicana y la potencia cohesionadora del PRI. En Bolivia encontró algo muy diferente, el MNR se carcomía por dentro.
Tenemos sus secretos. En 1983, Ben concedió una larga entrevista al proyecto de historia oral de la biblioteca JFK. Allí rememora sus relaciones con tres hombres clave de la Revolución Nacional: Paz, Lechín y Barrientos. Cada descripción es una joya para nuestra memoria histórica. Con Paz cultivó una amistad en serio, a Lechín quiso controlarlo y no pudo, y de Barrientos desconfiaba con precisa puntería.
Paz Estenssoro era para Stephansky: “Un intelectual químicamente puro, un hombre de una inteligencia extraordinaria, con muchos recursos internos, un ser tremendamente estable, sano, balanceado”. Juntos persiguieron tres metas: rehabilitar la minería estatal (Plan Triangular), construir carreteras hacia el oriente y colonizar la Amazonia con agricultores del altiplano. En esos afanes nacía el “compañero” Ben, al que muchos dirigentes del MNR trataron con celo por su íntima cercanía con Paz.
Lechín, en cambio, era para el embajador “una de las personas más encantadoras que yo haya conocido jamás, pero también, uno de los tipos más caprichosos e irresponsables. Nos prometió muchas cosas (…), yo cumplí todas las mías, pero él ninguna”. El fundador de la COB no era precisamente un insobornable, pero tampoco un traidor a los intereses de sus representados.
A Ben le pidió de todo, a cambio de nada. Lo único que recibió de los gringos fueron reproches y de Stephansky súplicas para que mantuviera a los mineros bajo el ala del MNR. Ni eso.
De Barrientos, Stephansky guardó la siguiente frase textual: “¿Sabe qué?, embajador… yo podría tener un buen futuro si me quito este uniforme”. En 1966, y no tanto en 1964, Barrientos había reemplazado a Paz y a toda la cúpula del MNR, a quienes barrió usando más el quechua que los tanques.
En la entrevista que ahora nos nutre (1983), Ben asegura haber ido a contarle a su amigo Paz Estenssoro sobre las ambiciones del piloto y paracaidista Barrientos. La respuesta del Jefe es para enmarcar: “Sabes, Ben, en el poder, el partido quizás no es muy eficiente, pero fuera del poder, compañero, somos como un reloj suizo”. Stephansky aprendería ahí su última lección sobre Bolivia: es útil saber gobernar, pero lo es más ejercer las artes de la desestabilización y la conjura.
Rafael Archondo es periodista.
Aclaración
El exalcalde de La Paz Juan del Granado nos pide una rectificación a un par de datos contenidos en la última columna de La H Parlante de la anterior semana. Con gusto, la hacemos. Cuando ocurrieron las muertes en la casa de la calle Abdón Saavedra, la mañana del 5 de diciembre de 1990, Juan del Granado no era diputado. Él fue electo en 1993. A inicios de 1994, Del Granado presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados y en esa condición dirigió una investigación sobre lo ocurrido cuatro años antes con el secuestro del empresario Jorge Lonsdale. En efecto, Guillermo Capobianco, el entonces ministro del Interior, compareció ante dicha comisión. Juan del Granado aclara que nunca hubo ningún acuerdo de confidencialidad para que lo que Capobianco dijera quede bajo reserva. La investigación llevada adelante por Del Granado no tuvo ningún tipo de restricciones. Del Granado nos dice que la declaración completa de Capobianco tiene que estar en el archivo del Poder Legislativo, en la sección de anexos del informe final.