Una de las formas de la ceguera, inoculada por la polarización
imperante, consiste en enfrentar al que discrepa con el mote de “pagado”. Cuánto confort otorga esta etiqueta. Permite,
por ejemplo, desacreditar al adversario sin tener que tomarse el trabajo de
analizar sus argumentos y refutarlos. Me
ha pasado, te ha pasado. “¿Cuánto te pagan?”, es el modo corriente de despachar
al rival. Es como si en el país las posturas públicas derivaran siempre de algún
tipo de remuneración. Así, cualquier
controversia acaba rebajada a una reyerta monetaria entre mercenarios de
teclado. Nada que conversar.
Una variante de este grosero esquema de incomunicación sanciona con predilección aviesa cualquier cambio de opinión entre los individuos. Si alguna vez te adheriste a un conjunto de ideas, trabajaste para su realización y en el camino las encuentras defectuosas o mal encaminadas, nadie tolera tu retirada oportuna. “Muerdes la mano del que dio de comer”, es el veneno verbal de ocho palabras con el que te lapidan.
Resultaría entonces, otra vez, que todos pensamos al compás de la billetera o que somos sabuesos obligados a guardar perruna lealtad con un supuesto amo. Si a eso le sumamos unas gotitas de marxismo de manual, la invectiva detona con ciertas galas: “tragas, luego piensas”. Nadie está autorizado entonces a disentir de su empleador ocasional como si la gente normal no se viera obligada con frecuencia a vender su fuerza de trabajo, sin por ello tener que pervertir sus convicciones.
Sirva esta introducción para intentar contrarrestar, sin expectativa alguna de éxito, a quienes afirman en estos días que la marcha organizada por el Movimiento al Socialismo (MAS) en el tramo final de noviembre, es una columna masiva de “pagados”. Cuánto alivio sobreviene cuando de entrada suponemos que quienes siguen a Evo Morales son meros roedores de un flautista eximio. Endilgar al otro la condición de rebaño es la mejor coartada para no entenderlo como fenómeno histórico. Neguémonos a achatar el razonamiento de ese modo. La llamada “Marcha por la Patria” es sin duda un fenómeno que merece un trato acorde con su longitud.
Digamos primero que más que una marcha fue un desfile. El MAS buscaba con éste probar su capacidad de movilización, hacer una demostración viva de fuerza. ¿Para qué marcharon?, se preguntan algunos queriendo encasillar lo ocurrido en un repertorio de protesta callejera. Claro, dado que no había pliego petitorio, la marcha termina siendo pura gimnasia de fin de año.
No, los marchistas salieron del vientre del Estado y ante él exhibieron banderas y pertrechos. Es la autoridad revestida de multitud que se auto-celebra y exhibe en el espejo de su elocuencia. Son los sindicatos engullidos por el partido de Estado.
No es casual pues que varios oradores hayan hablado del Presidente, del Vicepresidente y también del Comandante, aludiendo con este último término a Evo Morales. Otros les presentaron reverentes la plaza llena diciendo ante micrófono: “acá están tus soldados”, significando con ello que el verdadero músculo del proceso son los ponchos y guardatojos, no los lábiles uniformados que les dieron la espalda en 2019. La Marcha fue un acto político-militar de reafirmación militante.
Queda claro entonces que el MAS quiere blindarse ante lo que él mismo calificaría como actos conspirativos de la oposición. La Marcha fue vacuna. Por eso, los oradores de este lunes 29, todos ellos líderes sindicales con la excepción de Arce, amenazaron a los conductores cívicos y empresariales de Santa Cruz con expropiarles sus empresas. Es la clásica espiral del conflicto que tanto agrada a los doctrinarios de la izquierda armada en América Latina. Falsamente sorprendido, el Che Guevara dijo en Argelia lo siguiente en 1963: “Los grandes propietarios, muchos de ellos norteamericanos, sabotearon la Ley de Reforma Agraria (…) ¿Qué hacer frente a esta disyuntiva? De todos los caminos, el más justo y el menos peligroso era avanzar. Pero ya que avanzábamos, lo hicimos con profundidad, violentamente. Ellos tomaron contramedidas. Como en un match de boxeo (…) muchos golpes se cruzaron; al final, cuando el panorama se aclaró, los principales medios de producción estaban en poder del pueblo”.
Así, cuando un número considerable de personas empieza a percibir la política como un cuadrilátero como lo hiciera el Che en su momento, es la señal de que tendríamos que tomarnos más en serio lo que subyace en la urdimbre de una Marcha como la ocurrida hace unos días.
Rafael Archondo es periodista y docente universitario