Arthur M.
Schlesinger Jr. fue un historiador norteamericano, crítico social y prolífico
autor, de acuerdo a la solapa de su diario personal de 1952 a 2000. Pero Schlesinger
fue sobre todo un intelectual y miembro del ala “liberal” de Partido Demócrata,
primero con Adlai Stevenson, derrotado por Eisenhower en 1952 y 1956.
Adlai Stevenson fue inmortalizado en la imagen del presidente encarnado por Peter Sellers en la película Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick. Y Schlesinger fue luego amigo y devoto de los Kennedy. Su diario ayuda con gracia a sustraerse del exceso de presente.
Y esta es ocasión para no embriagarnos más con la abundancia de presente. Puesto que deben ser raros los bolivianos de la biósfera interesados en leer el diario de Arthur Schlesinger, a falta de tareas más edificantes, este mínimo retrato merece algo de luz pública en estas tierras de capitalismo andino-amazónico y retórica socialista.
Schlesinger vivió entre personajes del siglo XX como quien frecuenta una salteñería. Muchos de esos personajes nada les dirían a los jóvenes del siglo XXI. No será el caso, empero, de Víctor Paz o Fidel Castro.
El 24 de febrero de 1961, Schlesinger visita La Paz. A las 5 p.m. en punto va a ver al presidente boliviano: “Paz Estenssoro resultó ser un hombre agradable, inteligente y acosado”, asegura. La conversación se conduce entre Paz y él; los demás interlocutores son virtualmente ignorados. Schlesinger le reafirma a Paz que es un “viejo amigo de la Revolución Boliviana y que fue una de las pocas personas en Washington que urgieron el reconocimiento temprano del gobierno de “Villarrel” (sic) en 1943”.
Paz alude a la necesidad de incorporar a los pobres tanto a la economía del dinero como a la sociedad política, destacando las resistencias que eso provoca. Respecto de ellas dice que “cuanto más esa gente (la oligarquía terrateniente) resista el cambio, más violenta será la revolución cuando llegue”.
Schlesinger también menciona a la Revolución Cubana, en ese momento capturada, subraya, por fuerzas extrahemisféricas. El retruque de Víctor Paz no tiene empacho: “Castro debe ser eliminado”. Schlesinger indaga, interesado, si Paz cree que es factible.
La fórmula de Paz es que “primero, los tornillos económicos deben apretarse contra él (Fidel)”. Luego debe conducirse una campaña “educacional” acerca de la naturaleza del régimen de Castro, aconseja. Agrega Paz que en Bolivia nadie se impresiona porque la Revolución Cubana violara los derechos de propiedad de los negocios norteamericanos, pero sí impacta comparar la reforma agraria cubana y la boliviana. “El sistema cubano ha puesto la tierra en manos de Fidel Castro”, mientras que en Bolivia “se lo hizo en manos de los campesinos”, alega Paz Estenssoro.
A las 7 de la noche, Schlesinger siente que la reunión termina. Le indica a Paz que es bienvenida su distinción entre las vías cubana y boliviana, y que cuenta con que mantenga esa clara distinción en el futuro. Paz aprovecha para deslizarle que “si Bolivia puede obtener la asistencia para sobreponerse a sus dificultades económicas, él podría lidiar con el problema comunista.”
Luego de esa grata charla, Schlesinger concluye en su diario, ya menos embelesado por el político boliviano: “Entiendo que este fue un típico despliegue de Paz… sus palabras son excelentes, pero sus acciones desmienten sus palabras.” (No en vano Paz rompió relaciones con Cuba en 1963, después de muchos de sus pares latinoamericanos).
A las pocas semanas, el 18 de abril de 1961, Schlesinger está con el presidente John F. Kennedy. Comentan el que ya se perfila como el fiasco de Bahía de Cochinos, la incursión contra Castro promovida por la CIA.
Kennedy, tomando ese golpe con filosofía, se pregunta si el prestigio de Estados Unidos sufrirá: “¿Que es el prestigio?, ¿Es la sombra del poder o la sustancia del poder? Vamos a trabajar en la sustancia del poder”, se reanima JFK. Luego, uno de sus funcionarios cierra premonitoriamente la escena: “Castro está mucho mejor organizado y es más formidable de lo que supusimos.” La fortuita receta de Paz de cómo deshacerse de Fidel no podrá ya cumplirse.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado y escritor