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Thomas Sankara tenía 33 años cuando fue nombrado primer ministro de Alto Volta, la antigua colonia francesa que accedió a la independencia en 1960 pero no logró liberarse de la tutela colonial hasta 1983, o quizás nunca. El joven capitán Sankara estuvo apenas cuatro meses en el cargo, porque su propio gobierno lo mantuvo en arresto domiciliario debido a sus ideas progresistas, hasta el 4 de agosto de 1983 cuando una revuelta de jóvenes oficiales del ejército lo encumbró en el poder como presidente.

Inmediatamente, el país comenzó a transformarse. Sankara cambió el nombre colonial toponímico de Alto Volta por el de Burkina Faso que, mediante una combinación de palabras en dos idiomas nacionales (mooré y dioula), significa “tierra de hombres honestos”. Gobernó con el ejemplo, reduciendo su salario y el de todos los funcionarios del Estado, haciendo que cada ministro tuviera asignado un vehículo Peugeot 205 de color negro (el más barato) en lugar de los coches lujosos en los que circulaban antes. Sus programas sociales desde el primer día fueron notables. Lanzó una masiva campaña de vacunación contra la polio, meningitis y sarampión , alcanzando 2.5 millones de burkinabés. La mortalidad infantil bajó de 20% a 14% en los cuatro años de su gobierno. Prohibió la mutilación genital, la poligamia y los matrimonios forzados, y nombró a mujeres en puestos importantes en el Estado.

Llegué a trabajar en Burkina Faso en pleno proceso revolucionario, y fui testigo de las reformas y de la honestidad con que Sankara llevaba adelante cambios sociales y políticos que lo convirtieron en poco tiempo en un ejemplo de líder africano progresista y preocupado por el bienestar de su pueblo, más o menos como Samora Machel en Mozambique, donde también trabajé. Un tema que me interesó y sobre el que he escrito, fue la creación de seis radios comunitarias en zonas rurales, algo que hizo antes, como ministro de Información en 1981, desde donde impulsó el periodismo de investigación y la comunicación participativa.

Mi trabajo como consultor del Departamento de Cooperación Técnica para el Desarrollo (DTCD) de Naciones Unidas era de apoyo al ministerio de Planificación en la preparación del primer Plan Quinquenal del país. No todo era una taza de leche, ya que durante el primer año de gobierno se habían cometido muchos errores por falta de experiencia y poca capacidad institucional. Las tensiones políticas eran notorias, entre el sector más progresista y los burócratas afrancesados que concebían el poder como un botín.

Recuerdo que en mis viajes a las comunidades rurales más alejadas, me costaba arrastrar conmigo a mis contrapartes del gobierno, demasiado acostumbrados a no salir de su zona de confort urbana (he narrado esto en algún texto académico). Sankara lanzó un programa masivo de reforestación, creando viveros en más de 7 mil comunidades rurales y plantando 10 millones de árboles. El norte del país se topaba con el cinturón del Sahel cuyas dunas de arena avanzaban cada año unos metros hacia el sur. En el extremo norte del país, en Oursi, el paisaje era hermoso pero deprimente por la soledad del desierto. En Gorom-Gorom, en medio de la nada aparecía un promontorio de cuarzo macizo del tamaño de una catedral. Dormíamos en hamacas a la luz de la luna porque las únicas barracas en esa zona fronteriza estaban infestadas de escorpiones.

Mientras Sankara realizaba reformas que beneficiaban a la población, los franceses preparaban su derrocamiento. Lo lograron de la manera más cruel a través de Blaise Campaore, el amigo de cama y rancho de Sankara, capitán del ejército, como él. El 15 de octubre de 1987 a las 4:35 de la tarde los soldados de Campaore asesinaron a Thomas Sankara con dos disparos de Kalachnikov en la cabeza, y a otros doce colaboradores suyos. Sólo sobrevivió Alouna Traoré, a quien se debe el testimonio de lo que pasó ese día.

Campaore se apropió del gobierno hasta el año 2014, casi tres décadas de dictadura y encubrimiento de los hechos que había protagonizado. En 1989 hizo ejecutar a los otros dos importantes oficiales que apoyaron a Sankara en 1983: el comandante Jean-Baptise Lingani y el capitán Henri Zongo. Como autócrata vivió una vida de lujo. Me contaba Carlos Carrasco, quien fue embajador en Francia, que una vez logró ingresar al avión presidencial de Campaore, donde le impresionó que la grifería era de oro puro.

Blaise Campaore prohibió la investigación sobre el asesinato de Sankara y ello fue posible sólo cuando cayó del poder y fue juzgado entre 2015 y 2022, con abundantes pruebas testimoniales en su contra. Para cuando fue condenado en ausencia a prisión perpetua, ya se había refugiado en Abidjan, protegido por Francia y Costa de Marfil, países que actuaron con Campaore en el derrocamiento de Sankara. Los autores materiales de los crímenes también eludieron la justicia, pero al menos quedó establecida la verdad de los hechos.

Algo que me impresionó durante mi vivencia de ese periodo, es que después del asesinato de Sankara ninguno de sus ministros renunció. Todos los que él había nombrado siguieron con el nuevo gobernante, Blaise Campaore, aun cuando todos sabían que era el autor intelectual del asesinato. En Burkina Faso, y también en otros países africanos en los que he trabajado, la lealtad y los principios son el privilegio de unos pocos. Mi amigo Philippe Sawadogo, que fue director del Festival panafricain du cinéma de Ouagadougou (FESPACO, el más importante evento de cine de África Occidental), se acomodó con el nuevo régimen y más tarde lo encontré como ministro de Cultura y embajador de su país en Francia. Como si nada.

Mi experiencia en Burkina Faso, a pesar de los trágicos eventos políticos, es una de las que recuerdo con mayor agrado. Recorrí el país de punta a canto y diseñé una estrategia de comunicación para el Plan Quinquenal, que incluía la participación comunitaria y acciones comunicativas no convencionales y en lo posible alejadas de los medios. Entre otras actividades, contraté como consultor al artista mexicano Felipe Ehrenberg, para realizar una innovadora experiencia de murales comunitarios realizados colectivamente, sobre temas de desarrollo y cambio social.

He recordado a Thomas Sankara en estos días no sólo por ser agosto, el mes en el que asumió el poder hace 41 años, sino porque su país no ha cesado de ser asediado por los intereses geopolíticos franceses. En días pasados, Ibrahim Traoré, su joven presidente interino desde 2022, ha resistido intentos de derrocarlo porque evita someterse a los dictados de Francia. Sus palabras me han recordado a Sankara: “Las preguntas que se hace mi generación son las siguientes, si puedo resumir: ¿cómo entender que África, con tanta riqueza en su suelo, con naturaleza generosa, agua, sol en abundancia, es hoy el continente más pobre? ¿Es África un continente hambriento? ¿Y cómo es posible que nuestros jefes de Estado recorran el mundo mendigando? Estas son preguntas que nos hacemos y para las que aún no tenemos respuesta”.

Quizás el destino de Ibrahim Traoré ya esté sellado. Un día de estos veremos la noticias de que fue derrocado o asesinado, como lo fue Sankara. Otro dirigente, más obsecuente con el poder neocolonial, tomará su puesto y se atornillará al poder durante 20 años.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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