Indignación. Indignación justificada ante los hechos de corrupción del gobierno del MAS es la que siente Puka Reyesvilla (PR) en su columna “Mamando de las ubres del Estado” (Página Siete, 19/5/2023) y también Hernán Terrazas E. (HTE) en la suya, “Vivir en el lodo” (Brújula Digital, 16/5/2023). De manera puntual, levantan la voz como un trueno ante “el delito de enriquecimiento ilícito” del exministro Juan Santos, quien hizo de la corrupción el lodo de su propio medioambiente. En principio, parece que su caso no hará aguas; aunque ya veremos.
HTE desfunda el arma de la cartuchera y dispara verbos letales: “La destitución y posible detención del ex ministro Juan Santos Cruz es solo un episodio más entre muchos que se desconocen. Todo indica que este señor, como tantos en los últimos años, cobró coimas millonarias para adjudicar obras y compró decenas de inmuebles a través de palos blancos. No es el único presunto delincuente, pero posiblemente sea uno de los más cínicos. Su nombre se añade al de otros ex ministros, al de responsables de administrar fondos indígenas, al de los que permiten un pisito más fuera de norma porque, ´total después se arregla´”. PR opina a martillazos y el yunque de los adjetivos doblan la cerviz: “Este (in)dignatario actuó con un perfil tan bajo que de no haber saltado el escándalo ni me habría enterado de su nombre (y eso que me las doy de relativamente bien informado). Lo primero que me llama la atención, independientemente del caso, es que tal persona ni siquiera califica para el cargo que llegó a ostentar y me lleva a deducir que su nombramiento respondió a cuotas de poder que se reparten entre las “organizaciones sociales” que medran del poder.”
Tienen razón, ambos tienen toda la razón. Santos no era un santo; pero como apunta PR, ni siquiera calificaba para el cargo.
Aquí voy.
El MAS, como todos los partidos populistas, se hace contra la tecnocracia y la meritocracia, pretendiendo encontrar en el pueblo, lo que Diógenes el cínico buscaba en la Atenas de su tiempo, “¡El hombre!” (se entiende, íntegro y honesto). Pero no y no. Y se dan de bruces, una y otra vez. ¿Qué falla? En el país se ha cometido en grueso error al desechar a los notables para ocupar los altos cargos estatales –parte de la solución en ves de seguir promoviendo a los que acaban convirtiéndose en parte del problema–. ¿Qué es un notable? Una persona que, por su largo recorrido personal y profesional, se convierte en destacada o principal en su localidad o comunidad. Hay un viejo refrán que dice: “Deja que camine para ver de qué lado cojea”. Un notable, a diferencia de todos sus conciudadanos, no cojea; sobre todo, no cojea del lado de la inmoralidad. Ha dado muestras suficientes de que lleva interiorizada una moral pública como un imperativo categórico y existencial.
Los espigados y prestigiados, esos deberían ser, y no otros, los hombres y las mujeres que busquemos. Y para el bien de nuestras comunidades, los que encontremos. Hasta entonces, diablos vestidos de santos harán de nuestras vidas un infierno donde herviremos al fuego lento de la indignación.