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Cartuchos de Harina | 09/04/2022

Que ya vengan queridos de casa

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

Llego a la trillada conclusión de que algunos personajes carecen simplemente de autoestima de base. No de un camarada, una mascota, una bandera, un partido, una estrategia, un(a) adlátere, un “hermano” o “hermana” (aunque no sea monjita), una militante, una consejera, una productora audiovisual, un mecenas, un discípulo, sino del mero aprecio propio que les permita estar cómodos en su piel y sin ortopedia.

No basta con que el afecto se los haya dado uno de esos de raza, de los llamados los “mejores amigos del hombre”. Lamentablemente y pese a los devotos animalistas, no. Como están las cosas, ningún protagonista posará su almita, por así decirlo, en un San Bernardo, de esos que llevan un barrilito de coñac en el pescuezo, y menos en un perro policía, por adiestrado que esté (esto, para no aludir a respetados coroneles o generales de la Policía que, dirán los jerarcas de turno: “quien sabe si nos saldrán con domingo siete”). Pena, pues en mi niñez Rin-Tin-Tin daba esperanzas, para no hablar del delfín Flipper. Ahora, ninguna personalidad con aura de poder anda buscando un bufeo, esos delfines rosados de los ríos del oriente, para serenarse.

Por ejemplo, JRQ debe ser un gran adherente para Evo; un fan con las potencias vocales de Pavarotti, si bien no italiano sino de Aiquile, y con los bríos de un hooligan, aunque no proceda de Londongrado, dato que no es menor porque JRQ es un tipo más bien chatito, como de mi porte. Sin embargo, JRQ almacena, de sobrio, el ímpetu de un galés con varios escoceses (líquidos o con hielo) ya deslizados por el gargüero. Y eso incluso aunque su equipo de rugby sea barrido y él lo presencie por TV, como en un caso de hace un par de años, cuando JRQ lo vio por Bolivia TV desde una embajada amiga y con totopos con salsa roja.

Pese a esas condiciones de JRQ, ser amigo implica también ser honesto, lo que no siempre se aprecia, yo entiendo. Tal vez por eso, para caerle mejor a un exitoso como Evo, es comprensible apostar a que él no se caliente como plancha, ensayando al menos una de dos opciones aptas (ninguna de las cuales es confrontarlo con la verdad o aconsejarle que se calle): a) batirle la cola, sino como Rin-Tin-Tin, al menos como Lassie; b) declamarle una apología como primer líder mundial, sin aclararle que (¿no?) es porque es el primero que tiene el Tambaquí a la brasa como plato favorito.

Para no darles bola excesiva a Evo y a su síndrome de abstinencia del poder, tampoco estoy claro si vale como afecto que te compongan una cumbia personalizada, como quien dice para de paso ser hit en las fiestas y que le caigan unos contratitos al grupo, por más que este se llame “los hermanos” en inglés y suene a que son tus brothers de verdad. Para sumarle escepticismo, dudo a la vez si retribuir esa cumbia bailándola en público y siendo filmada alcanza al dicho de “amor con amor se paga”. Un desengañado de la vida podría advertir allí un frío intercambio, resultante -así no sea del todo deliberado- de promociones cruzadas; un “nosotros te la cantamos y tú nos la bailas, pero fija que ganamos ambos”.

Por mi lado, más que cualquier cumbia de los Brothers me gustala música, quien sabe ya anacrónica hoy, que pone la radio de María Galindo. Y puesto que no soy aficionado al baile, no soy quién para juzgar su reciente éxito publicitario. Solo guardo para mí la fantasía de ser oso sin comparsa en algún carnaval, para salirme a los veinte minutos de la entrada si me aburro.

Por justicia, acabaré con un par de opositores. En este contexto, a favor de Camacho se puede alegar que, contando con Walter Chávez como asesor principal, este le sería poco creíble si le recitara una oda o le moviera la cola. En cambio, Carlos Mesa se ha rodeado primero de sus buenos cuates. Psicológicamente, quizá es una opción sana. Políticamente, empero, falta en nuestra vida pública quien la enfrente sin embelesarse por Lassie, los hooligans, la autopromoción o la añoranza de amigos en los recreos de colegio. En suma, quien llegue con la seguridad de que ya viene querido de casa.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado, escritor y analista



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