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14/12/2019

Protestas alrededor del globo y crisis boliviana

¿Que tienen en común países y ciudades tan alejados como Irán, Hong Kong, Polonia, Hungría, Turquía, Malta, Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia? Yo diría que la ceguera y respuesta violenta del poder junto al vuelco de la energía social a la protesta callejera. En este cuadro general de “mundo en protesta” la pregunta que me ocupa es pensar en qué lugar se ubica la crisis política boliviana y desde donde necesitamos observarla.

La disputa por la hegemonía mundial entre Estados Unidos, en crisis doméstica, y China, en expansión, con su “diplomacia del crédito”, es la antesala de la caída de los precios de los recursos naturales y contribuye al desencadenamiento de la “crisis económica” que se percibe en nuestra región.

Cuando observamos algunas protestas en América Latina vemos que en Ecuador el detonante de la protesta fue la torpe subida en los precios de la gasolina del gobierno de Lenin Moreno; por su parte, la protesta en Chile tiene como detonante el alza en los precios del tren subterráneo, a lo cual los protestantes con sabiduría social corregirán: “no es por los 30 pesos, es por los treinta años”.

Sin embargo, observando las protestas en otras partes del mundo, vemos que es por lo menos riesgoso constatar la presencia de crisis económica mundial y llegar a conclusiones apresuradas. En ciudades como Hong Kong, Varsovia, Budapest y Estambul la gente se volcó a la protesta por conservar sus derechos democráticos. Cuando analizamos la crisis política boliviana vemos que el detonante de la crisis no fue el aumento del precio de algún bien o servicio, sino la comisión de un fraude de tamaño descomunal en las elecciones generales del 20 de octubre pasado.

Lo que nos muestra este cuadro general de gruesos trazos es que, sin embargo, de la inocultable relación entre crisis económica y ruptura de equilibrios, es importante no perder de vista que para entender el cuadro general, es necesario detenerse en la complejidad de cada proceso y observar la densidad de sus entrelazamientos, que es muchas veces donde se esconden otros entrelazamientos globales más allá de los económicos, que tal vez son aún más profundos, pero menos visibles.

La crisis económica afecta la estructura económicosocial de la sociedad y se percibe con relativa claridad por la gran mayoría, y es por tanto también la que tiene más prensa. La crisis ambiental afecta la condición de sobrevivencia del planeta y sin embargo su importancia, por un lado, no es percibida con claridad, y por otro, no es percibida por la mayoría. La crisis política boliviana nos muestra que la crisis ambiental jugó un rol, me aventuro a plantear, tan importante como no percibido en el quiebre recientemente vivido.

A través de los incendios vividos en la Chiquitania entre julio y septiembre de este año, la crisis ambiental en tanto contexto global, irrumpió en la historia local boliviana, empujando el cambio de la agenda de debate político, poco antes de las elecciones del 20 de octubre; de esta forma pasamos del debate de “futuro seguro” que promovía el MAS y con el cual el MAS calculaba que ganaría, al debate en torno a la pregunta: “¿Qué desarrollo queremos/necesitamos?”, que es la pregunta que nació en medio del fuego en la Chuiquitania.

El vacío social en torno a la pregunta “¿Qué desarrollo?”, demandó al MAS realizar una rendición de cuentas por la participación activa que tuvo en volver vulnerables los bosques.

Observando la cadena de hechos vemos que al movimiento que demandaba el respeto del referéndum del 21 de febrero del 2016 se sumaría la demanda por el respeto de la naturaleza por la tragedia de la Chuiquitania y finalmente el disparador de la protesta, o la gota que rebalsó el vaso, fue el fraude gubernamental.

A lo largo de los 21 días de la protesta ésta se desarrolló como resistencia pacífica, autoconvocada, autoorganizada, descentralizada y llegó a sumar tres millones de personas en las calles, lo cual termina de configurar el hecho social: la forma pacífica, la cantidad y la perseverancia cambiaron el curso del proceso histórico.

Ante el recuerdo todavía fresco de los hechos nadie se atreve todavía a atribuirse la voz de la resistencia por la recuperación de la democracia. Para todos todavía es claro que el movimiento se pertenece a sí mismo porque se gestó en cada ciudadana/o en acto colectivo.

Sin embargo, a la luz de las próximas elecciones del 2020, este panorama tiende a cambiar rápidamente y surgen voces que reclaman lo que no le pertenece a nadie en particular, y a todos como bien común, que es esta construcción horizontal de poder desde la resistencia callejera.

En este punto es necesario no olvidar que el movimiento democrático no ha escrito un papel en blanco, sino que está cargado con su propia agenda, que es una agenda de reconstrucción democrática e institucional y es una agenda que demanda una relación Estado, economía y sociedad de respeto con la madre tierra.

Moira Zuazo es investigadora asociada de la Universidad Libre de Berlín.



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