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07/12/2019
Cartuchos de Harina

Por si ya no se tratara de lograr el statu quo por otros medios

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

Lejos de clamar por una guerra civil sería más realista que, como el presidente Lyndon Johnson, declaráramos de una vez la guerra, pero no a la pobreza como Johnson, sino a nuestros vicios, complejos y peloteras. Podríamos admitir luego la derrota, al tiro, solemnemente, y firmar la rendición incondicional. Así, con sentido práctico, lograríamos el fin de toda revuelta boliviana: el statu quo, por otros medios.

Claro que miento en parte. Porque, esta vez, las refriegas de noviembre dejaron novedades que bien podrían ser sólo otro disfraz de nuestra atávica realidad. En ese caso, se trataría nomás de ir remplazando los retratos de Evo por los de cada uno de sus sucesores. En cambio, si hubiera material de fondo, estas notas de periódico servirán para algo más que envolver salchichas en el mercado.

En 2003, ya con muertos encima, Goni dejó un ominoso testamento. En él advirtió, más o menos, que estaba en juego evitar (y penosamente, a bala) la tole-tole de etnia contra etnia, región contra región, clase contra clase. Sus palabras sonaron al usual alegato presidencial al borde del precipicio. Pero ahora sería incómodo que el tiempo le diera la razón y Goni acabara de profeta. Porque los profetas no necesitan ser inocentes.

Los indicios de milicias armadas, las nuevas muertes de Senkata, el amago de enfrentamiento civil (el tercero en 16 años: 2003, 2008 y 2019), la escualidez del pacto nacional y el ignoto peso político de la economía negra llevan a preguntarse si, históricamente, no estamos sólo aplazando una conmoción. Un optimista diría que de nosotros depende esquivar los desastres, pero me fastidia esa ácida observación del amigo Raymond Aron: “aquello que pasa por optimismo es frecuentemente el fruto de un error intelectual”.

Pecaríamos pues de escolares si no registráramos ingredientes distintos en la última reyerta del país. Por ejemplo, la sombra de los “fierros”, las armas del ala dura del MAS, que aún no sabemos si alcanzan para hablar de “terrorismo” o de células de las FARC. Y, en la región, el apoyo a Evo de Alberto Fernández, nuevo presidente argentino; aunque los gauchos se jueguen, con perfidia porteña, algo más que un súbito desvelo por los indígenas. Por ejemplo, las trifulcas kirchneristas con Bolsonaro. Ésas que actualizan nuestro papel de Estado tapón, destinado a escenificar las batallas de los vecinos, pero delegadas. A eso le podemos agregar el renovado interés turístico cubano por el ande y el Amazonas boliviano.

Alberto Fernández tendrá suficientes líos en casa. Para esos líos, le caerá bien la distracción de un Evo que, encima, haga sentir más justas y bienhechoras a las barras bravas de la progresía. De paso, la tesis del golpe en Bolivia ayudará a Buenos Aires a gastar menos platita en gas boliviano, bajo la coartada de los derechos humanos y la bondad.

Por otro lado, la configuración electoral nacional denota revitalizados rasgos federales. Un bloque en la derecha, sin develar qué nos espera por esa senda, con una base territorial oriental y en Potosí; un segundo trozo de afinidad nacional popular y amor de conveniencia por la democracia, extendido en el Chapare, El Alto y el mundo rural; y un porcentaje de voto del centro a la centroderecha, expresado en las ciudades del occidente y el sur. Los dos primeros bloques tendrán candidato seguro; al tercero le urge redondear su perfil y estructura, pero no se le nota apuro. Ninguno dice cómo viviremos juntos.

La mayoría del país censura hoy y con hartas razones los últimos 14 años, pero habrá que ver si esas convicciones dan para tolerar de buena cara unos años de turbulencia social y económica. El último artículo de García Linera abundaba en esos cómics conocidos de “nosotros tan heroicos”, “ellos tan malignos”, pero merecía una ojeada a la rápida. Al menos allí confesaba que él apuesta ilusionado a la turbulencia. Quién te dice que así pueda algún día el exvice volver a la patria y no sólo como dirigente de los padres de familia de algún colegio de clase media tradicional.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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