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Contrapunto | 05/09/2020

Por qué Evo quiere ser senador

Henry Oporto
Henry Oporto

Que Evo consiga ser habilitado como candidato a senador, será para la sociedad boliviana una grave afrenta. Los bolivianos miran con estupor cómo un expresidente, investigado y acusado en los tribunales por graves delitos –entre ellos la comisión de un fraude electoral– y al que muchos consideran moralmente descalificado por las denuncias de estupro y pedofilia que pesan sobre él, estaría a un paso de intervenir en las elecciones generales de octubre. 

Por el bien de la democracia y por la salud de la vida pública, ojalá que Evo no se salga con la suya. Sería una derrota humillante para nuestra precaria democracia y para las instituciones del Estado, urgidas de dignificarse y reconstruirse, que aún deben recorrer un largo trecho hasta consolidarse.

El hecho de que Evo pudiese postular a un curul parlamentario, y tanto más si logra ser elegido, es indudable que le abriría las puertas a una campaña de blanqueamiento de imagen en la cual esgrimir la falaz argumentación de que el voto del pueblo lo habría liberado de toda sanción moral y de cualquier enjuiciamiento y condena.  

No hay duda que Evo sigue el libreto de Cristina Kirchner. La expresidenta volvió al poder como segunda mandataria, y ahora intenta forzar una reforma judicial en su país con el inequívoco propósito de salvarse de los muchos juicios por corrupción que tiene abiertos. Evo persigue lo mismo: recuperar el poder por la vía del Legislativo.

El siguiente paso de esta crónica anunciada será buscar la presidencia del Senado, que lo colocaría como el segundo en la línea de sucesión presidencial. No hace falta ser muy imaginativo para suponer que, allí instalado, Evo se convertirá en el verdadero centro de poder –en el caso de que su delfín Luis Arce accediera a la silla presidencial–, esperando agazapado para deshacerse de Arce en cualquier momento.

Pero aún si Arce pierde la elección, según anticipan las encuestas, y la presidencia recae en otras manos, la probabilidad de Evo presidente del Senado no está descartada.

En este otro escenario el líder masista seguiría siendo un factor de poder y su apetencia de aprovechar el menor resquicio para llegar a Palacio Quemado se mantendría intacta. No cuesta mucho imaginar a un Evo atrincherado en la vereda del frente, conspirando día y noche, haciéndole la vida imposible al Ejecutivo en funciones.

Estos meses de transición política, y de estallido de la crisis sanitaria y económica, son suficientemente elocuentes del peligro que significa un partido antidemocrático, como es el MAS, obstruyendo y desafiando la tarea y la autoridad gubernamental, al tiempo que sus bases organizadas toman la calle y bloquean los caminos; una suerte de tenaza asfixiante de presiones para socavar y desestabilizar al gobierno.

La sociedad ha sufrido la inclemencia de este castigo, y lo menos que seguramente quiere es revivir una pesadilla así. ¿Nos servirá de escarmiento para impedir que la estrategia astuta y cínica de Evo Morales se salga con la suya? 

Henry Oporto es sociólogo.



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