En Perú descubrieron que varios de los instigadores a la violencia en
el sur y otras regiones de ese país tuvieron vínculos con el narcotráfico y
estuvieron detenidos por esa razón. Algunos de estos personajes, según reportan
medios de ese país, tienen causas pendientes por violencia doméstica,
agresiones, robos a mano armada y otros delitos. Se trata de personas violentas
que también pertenecieron o pertenecen a organizaciones sociales, movimientos
campesinos y hay los que anduvieron por la vereda negra en los tiempos trágicos
de Sendero Luminoso y el MRTA.
Pero lo peor es que varios de estos delincuentes fueron y son el contacto, el nexo con la dirigencia radical del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia. Es gente cercana a Evo Morales y a otros cuadros masistas que ingresaron regular o irregularmente al Perú en los últimos años para introducir la semilla de la discordia con el pretexto de estar apoyando la revolución de los pueblos o, como el propio Morales dice, el despertar “del Perú profundo”.
Lo llamativo es que en ese “Perú profundo” del que habla el expresidente boliviano también hay dirigentes cocaleros que, según reportan investigaciones periodísticas, fueron procesados tras ser capturados cuando intentaban introducir a otros países cápsulas rellenas de cocaína en el estómago. Es decir que eran dirigentes, al mismo tiempo que narcotraficantes y es lógico suponer que las actividades ilegales pueden ser el origen de los recursos que se destinan luego a las movilizaciones.
Lamentablemente, en algunos casos, la frontera entre algunos movimientos sociales y el delito es casi imperceptible. Los cocaleros, sobre todo de zonas ilegales que, en el caso de Bolivia, operan en total libertad, disfrutan de unas condiciones de vida y de consumo envidiables incluso para personas que gozan de buenos ingresos en las ciudades más grandes.
Vehículos de lujo, fiestas amenizadas por grupos extranjeros, celulares de alta gama y bebidas costosas son parte del cotidiano bienestar en estas regiones. Y no es que no tengan derecho a consumir lo que les dé la gana y a vivir con los lujos que les plazca, pero siempre quedan dudas precisamente porque son zonas en las que predomina el cultivo de coca como principal actividad y donde el reclamo central es una pobreza que, paradójicamente, viaja en un nada modesto 4x4. Algo parecido sucede con la minería ilegal o el contrabando, las otras patas sobre las que se urde la nueva y peligrosa “integración” de los pueblos.
El delito, como la “revolución” en otros tiempos, no conoce fronteras y hasta es probable que haya quienes quieran crear, como decían de Vietnam, “uno, dos o tres Chapares” en la geografía regional, para que el fuego de una supuesta rebelión dejé suficiente humo como para disimular otros crímenes o someter a un permanente bloqueo y sabotaje actividades productivas y legales que pueden impulsar las economías y transformar la vida de los habitantes por vías no delictivas.
El incendio en el sur peruano es provocado y detrás del fuego hay manos bolivianas, las de Evo Morales entre otros que buscan crear un área de influencia regional para establecer un nuevo tipo de frontera “ideológica”, más cerca de Juliaca que del Desaguadero, que les permita extender también el área de influencia para otro tipo de actividades.
Por eso, la decisión del gobierno peruano de prohibir el ingreso del expresidente boliviano y otros nueve dirigentes del MAS a ese país es absolutamente correcta, soberana e inscrita en el alcance de sus leyes migratorias, a la luz de innumerables pruebas obtenidas que demuestran la intervención de esa célula internacional en los hechos de violencia que sacuden a varias poblaciones fronterizas de ese país, desde que el expresidente Pedro Castillo fuera detenido por disponer la disolución del Congreso.
Morales se ha convertido o lo es desde hace tiempo, en un enemigo declarado de la estabilidad y la paz. Ni siquiera ahora que gobierna su partido y el personaje que él eligió como candidato para los comicios del 2020, ha dejado de generar problemas y abogar por salidas violentas y represivas a los problemas internos, como ha ocurrido en Santa Cruz desde fines del año pasado.
El exmandatario es la causa de innumerables conflictos en Bolivia y, como se ha visto, también en otros países. Es un operador nacional e internacional de la violencia, la confrontación y, posiblemente de otros delitos.
Su actuación en el Perú demuestra y confirma, además, que su estrategia desde hace muchos años es la de profundizar los factores que inciden sobre el atraso y la pobreza de las regiones para mantener una clientela ideológica cautiva y dispuesta siempre a poner la primera piedra en el camino que podría llevar a los acuerdos.
Morales ha hecho del desacuerdo un elemento central de su visión estratégica de la política. Su liderazgo existe en la medida en que del otro lado haya un enemigo, interno o externo, y en que las condiciones de “guerra” se prolonguen en el tiempo para que exista siempre la necesidad de alguien que opere en el “campo de batalla”.
Evo Morales, hay que decirlo, le hace mucho daño a Bolivia. Si algo de bueno
hizo durante su presidencia es nada comparado con la magnitud de los males que
ha provocado y que todavía provoca aquí y en otras partes. Parecería que Perú le
puso por fin un hasta aquí y esperemos que, muy pronto, desaparezca aquí su
oscura influencia.
Hernán Terrazas es periodista y analista