En estos tiempos
sombríos, la renuncia de Salvador Romero Ballivián al Tribunal Supremo
Electoral (TSE) me ha provocado, por un lado, mayor desazón porque sordas como
son las autoridades de gobierno la han aprovechado para designar en su
reemplazo a una adherente del MAS tradicional que, además, ya fue parte de este
cuerpo colegiado cuando de un plumazo y para beneficiar a ese partido suspendió
la personería de Unidad Demócrata en Beni e inhabilitó a todos sus candidatos
en las elecciones subnacionales de 2015, en las que, de acuerdo a encuestas,
tenía la victoria asegurada.
Pero, por el otro, creo que los actuales vocales tendrán la fuerza para evitar que el Órgano Electoral sea nuevamente copado, sabiendo, además, que habrá un seguimiento permanente a su actuación.
El texto de la renuncia de Romero hace que se mantenga el respeto y confianza de quienes hemos seguido su actuación pública. De refilón, me ha surgido la esperanza en que en algún momento las autoridades del Estado adopten el estilo ponderado, digno y de estricto apego a las normas que Romero demostró en su gestión.
Se trató de una gestión difícil luego del descrédito en el que cayó el Órgano Electoral Plurinacional por la decisión del MAS de ponerlo a su servicio, llegando al clímax de su desprestigio con el comportamiento de los vocales electorales que condujeron las elecciones presidenciales de 2019, varios de los cuales sucedieron a personas que, siendo afines a ese partido una vez en funciones privilegiaron su compromiso estatal y, por lo tanto, fueron presionados a renunciar pues no garantizaban la reelección inconstitucional del ex presidente fugado.
Fue ese Órgano el que heredó Romero y, luego, los vocales elegidos en la Asamblea Legislativa, con la activa participación de los legisladores del MAS, muchos de los cuales hoy se han alineado a la narrativa de que hubo golpe en 2019 y no irresponsable huida de las principales autoridades del Estado que pretendieron crear un vacío de poder que posibilitase una confrontación violenta en el país.
En el clima de confrontación existente, Romero y sus colegas del TSE tuvieron que enfrentar a los dos extremos de la polarización, que tenían un común interés: cooptar al órgano electoral, lo que los vocales resistieron. Así, en este tiempo han sufrido, especialmente Romero, el ataque despiadado de moros y cristianos que los acusaban de estar al servicio de alguna fuerza política en carrera electoral. No en vano Romero dice en su renuncia que fueron atacados con saña, que recibieron amenazas y hostigamientos, pero que lograron “mantener la voluntad inquebrantable para seguir en la misión de consolidar la democracia”.
La renuncia presentada incluye una reseña precisa del tiempo de su gestión y concluye afirmando que parte como llegó: “sin ataduras”; “indiferente a los pasajeros oropeles de la función, desconfiando de su supuesto poder, convencido de que más bien ella requiere una dignidad sobria”.
Es posible, como ha señalado un analista en las redes sociales, que “lo van a extrañar quienes lo atacaban”, y en un clima de tanta beligerancia quienes pedían su destitución, ahora que ha renunciado afirman que lo hace para favorecer al MAS.
Seguramente Romero seguirá siendo atacado desde varias corrientes del espectro ideológico vigente, y no sólo porque no actuó conforme a como querían, sino porque la actitud asumida por el ahora ex presidente del TSE demuestra que se puede ejercer el poder otorgado constitucionalmente con conocimiento, apego a la ley, independencia de criterio y, sobre todo, dignidad.
Por esas cualidades, es probable que en el transcurso del tiempo y cuando la pasión política y la envidia no interfieran el raciocinio Romero se convierta en un referente del servidor público, además de mantener lo que interna e internacionalmente se le reconoce: estar situado entre los profesionales más entendidos en el tema de elecciones en América Latina.
Que le vaya bien Dr. Salvador Romero Ballivián.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.