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26/09/2020
Cartuchos de Harina

Parar al MAS, pero acatar sus creencias

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

El exprocurador dejó su cargo, enfrentado al ministro de Gobierno. Claro que no debe ser difícil un encontronazo con ese ministro en estos sus meses de gloria, conducidos al estilo de los luchadores mexicanos rudos (pienso en la Momia o en el Perro Aguayo), no de los técnicos (recuerdo a Blue Demon), para ponerlo en términos del ring.

Pero no me interesan los lances, torniquetes y llaves de los luchadores ni cuál tiene la razón, sino el sustrato de ciertas expresiones del exprocurador y la puesta en escena de su cese, como indicios de la cultura política dominante. Encima, el fugaz cruce de sables entre Camacho y Doria Medina añadió señas en esa dirección. Se podrá discutir su valor estadístico, pero no que exhiben cuán potente es la narrativa nacional-popular, que impregna a sus adversarios.

El exprocurador, abogado cruceño, adujo que su destitución se debía, entre otras causas, a que observó un intento privatizador ilegítimo del ministro de Gobierno. Luego, el exprocurador precisó que objetaba la posible reversión de una nacionalización de modo embozado y por decreto. Eso, agregó, implicaría que aquélla fue ilegal y podría afectar otros procesos por nacionalizaciones.

Fuera de esas razones de jurista, que no son el tema aquí, el acento político del exprocurador pareció coincidir con aquellos para los cuales las nacionalizaciones son sagradas. Es incluso más decidor si esa connotación fue instintiva en el exprocurador. Es natural que la nacionalización sea siempre positiva para cierta izquierda, pero no para quienes se oponen al relato nacional-popular, que lleva siquiera 80 años de vigencia. La nacionalización posee, empero, un rasgo supersticioso. Es como un milagro en letra de norma legal, infalible para reparar nuestro destino.

La puesta en escena del cese del exprocurador también confirmó que la cultura prevaleciente no sólo es nacional-popular, sino juridicista y amiga de los ritos. Se vio en una filmación, que debería quedar como retrato antropológico de la época, en la que el exprocurador recibía a su remplazante y a funcionarios del Ministerio de la Presidencia. El exprocurador arguyó allí que no entregaría su despacho pues las formalidades de posesión de la nueva autoridad no habían sido cumplidas.

Más allá de si un decreto era suficiente o no para sustituirlo, el alegato del exprocurador mostró el poder del rito legal. Como prueba aquella filmación, invocar que el rito fue omitido inmovilizó a todos, nada menos que aquí, en la Meca de la litigiomanía, donde la jerigonza del legista hace hasta de la gula de poder un derecho humano.

En una discusión paralela, a cambio del desdén de llamarlo “joven con gorrita”, el candidato Camacho, que no es de izquierda, tachó a su excontrincante Samuel de privatizador y liquidador de un banco estatal. El acusado, que tampoco es nacional-popular, no optó, por ejemplo, por refutar o relativizar la fuerza corrosiva de tales escarnios. En el programa de Jimena Antelo, más bien arguyó que los epítetos de Camacho no le calzaban. En ambas actitudes se filtró el influjo simbólico de la izquierda nacionalista. Sus enemigos apelan a él antes que enfrentarlo, pero tampoco disputan adeptos en el campo nacional-popular. Y todos temen el estigma de sus influyentes anatemas.

En nuestra historia reciente hubo pocos momentos en que el electorado que resiste a la izquierda nacionalista gozara del peso de hoy. Pero aun así la impronta nacional-popular somete incluso a los que la rechazan. El estereotipo es, además, que las nacionalizaciones y el legalismo son propios del occidente, pero estos casos revelan hasta dónde el nacionalismo y el formalismo han tocado la fibra de la patria. Imbuyen a la burocracia, a la vez que a andinos, vallunos y, por lo visto, a orientales. En esos rasgos al menos, se podría hablar de un espíritu nacional, guste o no.

De ahí que uno no sepa si solo se trata de que el MAS gane o no las elecciones. Por de pronto, sus creencias no dejan escapar ni a sus detractores, sean juristas, empresarios, luchadores de sumo o liberales de clóset.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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